De una gravedad indiscutible
En la política no hay compartimentos estancos o aislados, entre otras cosas porque el descrédito se extiende por sí mismo de un lado a otro
Me comprenderán si les digo, casi en tono de confesión personal, que esta vez me pongo ante el teclado con el ánimo más alterado de ... lo normal. O mejor dicho, avergonzado, abrumado y tocado por el bochorno. Para muchos que hemos compartido ideas y afanes durante tantos años, el golpe bajo es de los que hacen época. Yo mismo, que he sido con frecuencia crítico con las cosas que no veía claras en el Partido o en el Gobierno, he tenido que echar mano del último recurso, aquella vieja convicción que te permitía mantener la lealtad a unas ideas y a un proyecto muy por encima de la adhesión a quien lo representara en un momento determinado. Y es verdad que hubo momentos duros y episodios oscuros en distintos momentos en el pasado; pero que hayan sido dos Secretarios de Organización sucesivamente, sabiendo lo que eso significa en un partido político, no tiene fácil parangón. No son dos cargos públicos que van a lo que van. Son mucho más, son los encargados, muy especiales por cierto, de la sala de máquinas de una organización que venía proclamando la superioridad moral y política de un discurso con el que se accedió al gobierno. Nada más y nada menos.
El caso es que yo había ido leyendo algunas páginas del ya tristemente famoso Informe de la UCO; pero la escucha involuntaria y casual de alguno de los audios grabados lo supera todo. El nivel de zafiedad, de osadía, de desfachatez, con que se expresan los personajes, no me permitió ir más allá de unas cuantas preguntas: pero ¿cómo es posible, cómo ha podido ocurrir?, ¿cómo hemos podido estar en estas manos?, ¿no se dió cuenta nadie de los que estaban más cerca y les conocían mejor? Repaso mentalmente los acontecimientos: Ábalos fue cesado como Ministro, pero también como Secretario de Organización a la vez, lo que solo se explica porque, como mínimo, había indicios, o algo más, de sus andanzas con Koldo; sustituirle por Cerdán, su segundo de a bordo, de quien también se sabía que era el promotor (léase el padrino político) del propio Koldo, solo se explica desde la inconsciencia, la imprudencia o la osadía.
Así que los hechos están ahí; innegables, reales, rotundos y autograbados al peor estilo. Supongo que oportunamente colocados al alcance de los investigadores, lo que alimenta la sospecha de que puede haber más, todavía a buen recaudo, y de que pueden seguir saliendo también a conveniencia, o a medida que avancen las actuaciones judiciales. Obviamente, ese material no ha alcanzado aún la relevancia jurídico-penal que previsiblemente tendrá, pero la política no distingue de tiempos y a la vista está. Si el ambiente ya venía caliente, esta dosis de porquería ha elevado la temperatura al máximo y lo ha puesto todo rumbo al patético «y tú más», en clave de resistencia.
Lo primero que hay que reconocer es que la incidencia es grande, grave y general. Se ha tratado de argumentar que esto es sólo un problema del PSOE y que ahí empieza y termina un drama interno que no tiene por qué alcanzar al Gobierno, por mucho que el Secretario General del PSOE, indudablemente alcanzado como tal, sea a la vez Presidente del Gobierno. Creo sinceramente que es una vana ilusión. Se trata de dos colaboradores directos y especialmente relevantes, con una incidencia muy significativa en su itinerario político, dentro y fuera del Partido. Lo suficiente como para que no salga de esto indemne. En la política no hay compartimentos estancos o aislados, entre otras cosas porque el descrédito se extiende por sí mismo de un lado a otro. Se olvida, además, que el descrédito se produce cuando hay una responsabilidad personal y subjetiva, ineludible, si uno es culpable directo de unos hechos detestables, por acción u omisión, sea como autor, cooperador, encubridor o cómplice. Quiero pensar que no sea éste el caso. Pero hay también responsabilidad objetiva en la política por alcance, por falta de cuidado, por negligencia en el nombramiento, por dejadez en el control, especialmente si los autores materiales son subordinados directos; porque eso de la culpa in eligendo, in instruendo e in vigilando tiene su miga. De modo que la reacción exculpatoria, como efecto de la incondicional adhesión al líder, puede tener algún fundamento en lo jurídico, en ningún caso en lo político. Y conviene partir de ahí para ver qué hacer.
Por supuesto que hay que volver a replantear las reglas que ordenan la contratación pública, las sanciones a las dos partes implicadas (los cargos corrompidos y las empresas corruptoras), y todo lo que haga falta en este aspecto; pero no será suficiente. Como tampoco lo serán las medidas de reorganización interna en el PSOE, por amplias que parezcan. El agujero político, social, institucional, de confianza y de fiabilidad, es de gran dimensión y necesita mucho más que la exhibición pública del gesto compungido.
Creo que habría que empezar con la presentación de una cuestión de confianza por el Presidente del Gobierno. En estas circunstancias, la continuidad de una legislatura, que ya venía tocada, no puede basarse en confesiones privadas, ni en calculados silencios, de socios y aliados; frente a tantos gestos equívocos como se vienen produciendo, solo vale una expresión clara, concluyente y constatable de la confianza, si es que la hay, en sede parlamentaria, en un debate formal y abierto, a la vista de la ciudadanía. Y ahí se sabrá si hay condiciones, si hay reticencias, si hay precio, cuál y cuánto, si hay posibilidad de aprobar un presupuesto, si hay alguna voluntad compartida de sacar adelante medidas necesarias, o si el único pegamento de interés común es la resistencia ante una alternativa, que pudiera tener mayoría electoral, pero que hay que evitar a toda costa. Ese argumento de resistir para que no venga otro, más ideológico que democrático, es débil, supone admitir que las elecciones se dan por perdidas antes de celebrarlas
Claro que la posibilidad de la moción de censura está ahí, incluso si no tiene opción de prosperar. Hay mociones de censura que se ganan políticamente aunque se pierdan parlamentariamente; y también puede plantearse una moción no para gobernar, sino para convocar elecciones y solo para eso. Pero entiendo que, tal como están las cosas, la prioridad no es saber si hay mayoría suficiente de censura para una alternativa de gobierno; es saber si hay mayoría suficiente de confianza para que continue este gobierno. De no ser así, lo que queda es dar por terminada la legislatura, disolver el Parlamento y convocar elecciones; imagino que otras fórmulas (por ejemplo, rehacer un nuevo acuerdo de investidura, previa dimisión y con otro candidato) nunca son descartables, pero no parece que estén en la mente de nadie ahora mismo. Lo que hay que pedir es que no se caiga en la tentación de pensar que la solución está en ganar tiempo hasta ver si escampa; nunca se sabe si, en determinadas circunstancias, ganar tiempo es precisamente la mejor forma de perderlo. Que hay tormentas que empeoran.
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