Los hombres de Delibes
«Todos asumen el liderazgo de Delibes de modo natural. Todos saben por qué están ahí, quién es la referencia»
El imaginario popular ha decidido que Delibes pasara a la posteridad como un gran novelista que también escribió en periódicos. La primera premisa es irrebatible: ... Delibes es una de las cumbres de la novela en español de todos los tiempos. Habría, en cambio, que matizar la segunda: el Delibes periodista no es un Delibes menor o secundario, sino un Delibes en primer plano y a un nivel tan importante y nítido como el novelista. El problema, supongo, es que para Madrid –en eso hemos cambiado poco–, solo existe Madrid y lo que sucede más allá de sus muros es una simple anécdota. En mi opinión, ese desprecio que Madrid siente por las 'provincias' –como si Madrid fuera, qué sé yo, el Vaticano– denota un gigantesco provincianismo. Y poco importaba que el parisino periódico La Croix afirmara que El Norte de Castilla, bajo la dirección de Delibes, fuera la publicación más independiente en la España en los años sesenta. Da igual, porque, si escribes en El Norte, tus textos periodísticos no podían llegar al gran público –a Madrid– y, por lo tanto, el gran público no podía reconocer en ellos lo que sí reconocía en las novelas.
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En 1953, Delibes fue nombrado subdirector de El Norte de Castilla, con funciones de director. Aunque ya era premio Nadal, por entonces Delibes era un periodista que escribía, en paralelo, alguna novela. El Delibes periodista no es, por lo tanto, un Delibes subsecuente del novelista. Más bien al contrario: el novelista es consecuencia del periodista, de sus inmensas frustraciones con la censura y de las dificultades para ejercer la profesión con una dignidad mínima que le permitiera elevar la voz del campo castellano, hundido en el olvido y el abandono. Cabe recordar que el campo castellano era entonces algo muy parecido a lo que hoy entendemos por tercer mundo –ojalá lo supieran los nostálgicos– y el histórico carácter liberal y castellanista de El Norte se sentía en la obligación de contarlo.
Son estas frustraciones y el marcaje férreo de la censura lo que le llevan a contar en novela lo que no puede contar en el periódico. Así nacen 'Las Ratas' o 'Viejas historias de Castilla la Vieja', textos durísimos de un marcado carácter reivindicativo. Y antes aún, 'Mi idolatrado hijo Sisí', escrito con una estructura de noticias de prensa que sirven como arranque y en el que Delibes aprovecha para contar lo que no puede contar en el periódico, vertiendo su frustración multiplicada. Vemos, así, que el novelista nace del periodista, como una rama fuerte que permite que el árbol bombee allí toda su savia, sabedor de que será, en último término, su propia salvación.
En 1955, Delibes arranca un semanario en El Norte llamado Las artes y las letras, para el que cuenta con nombres como Pérez Pellón, Altés, Jiménez Lozano, Leguineche o Umbral. Tres futuros premios Cervantes compartiendo redacción y, lo que es más importante, compartiendo visión y motivos. En 1957, otro hombre de El Norte, Martín Descalzo, gana el Premio Nadal. Tres Cervantes y dos Nadal, a la vez, en una redacción de provincias. Imagínense. Pero a partir del año 58 la nómina de talentos se ve ampliada por otros nombres de la calidad de Bernardo Arrizabalaga o César Alonso de los Ríos y nace otro suplemento llamado Caballo de Troya, que era, en efecto, un caballo de Troya de Delibes contra la censura, escrito por voces jóvenes, con calidad, independencia, una nueva visión de las cosas y una honda preocupación por lo que estaba sucediendo.
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Estaba ya fraguado el Grupo Norte 60, como él mismo lo bautizó. «Pero esta afirmación, que es cierta –dice Delibes– suele ir acompañada de otra que no lo es, a saber, que yo fui el maestro de aquella escuela. Quiero decir: la escuela existió (…), pero yo no fui el maestro sino un beneficiario más de las enseñanzas que todos impartíamos. Fue aquella una escuela comunal, sin maestros ni discípulos, en la que todos enseñábamos y aprendíamos simultáneamente (…). En ella no tuve otro papel que el de copartícipe, coordinador y seguramente el de inductor, pero salvo la oportunidad de reunirlos a todos, ¿cómo podía yo infundir brillantez al estilo de Umbral, trascendencia y sabiduría a los escritos de Jiménez Lozano, imaginación a los de Martín Descalzo, sobriedad y rigor por el dato a los reportajes de Leguineche, o sentido de la ética y el compromiso a los trabajos de César Alonso de los Ríos? Yo recibí de ellos estos dones y los utilicé en mi beneficio. Creo que, más o menos, a ellos les sucedió lo mismo».
Bellas palabras. Solo que inexactas. En realidad, todos ellos asumen el liderazgo de Delibes de modo natural. Todos saben por qué están ahí, quién es la referencia y, de hecho, todos ellos lo confirmarán, sin excepción, de modo rotundo y sin ambages. Recuerdo oír decir a Leguineche: «Yo no soporto que me mande nadie. Bueno, excepto Miguel Delibes». Delibes y El Norte les dieron acceso al periodismo y el periodismo a la literatura. Es decir, si antes hemos afirmado que del Delibes periodista nace el Delibes novelista, podemos decir también que, del «Umbral periodista», o «Jiménez Lozano periodista» nacerán el «Umbral novelista» o el «Jiménez Lozano ensayista».
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No quiero dejarme fuera a nombres como Corral Castanedo, Miguel Ángel Pastor, Campoy o Pedro G. Collado. Pero, con independencia de los nombres concretos, Delibes supo identificar y aupar a un grupo de jóvenes con talento. Podemos decir que, de su frustración, nace una generación entera. Del intento de mordaza, un grito inmenso. Pues bendita censura. Al igual que los iconoclastas han producido más arte del que han destruido, la censura logró crear un mensaje más alto, hondo y atronador del que pretendieron evitar. Fueron los verdaderos arietes por la libertad de prensa.
En palabras de Delibes: «Desde hacía tiempo, El Norte de Castilla soñaba con una nueva etapa de libertad para disponer de su propio destino y, en la medida de lo posible, aprovechamos la oportunidad que se nos ofrecía. Antonio Tovar me decía hace poco, en una carta, que, si las directrices de El Norte de Castilla durante la preguerra hubieran sido seguidas por el país, y este hubiera podido entenderlas y asimilarlas, la historia de España hubiera caminado por otros derroteros. No es manco elogio, ¿verdad?».
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Pues no, don Miguel, no lo es. Y hoy, que abre las puertas su Casa-Museo, me permito sugerir a España que vuelva a la mirada a estos hombres, a sus obras y sus lecciones. Estamos a tiempo de entender y asimilar la tremenda grandeza del Grupo Delibes. Y quién sabe si, como consecuencia de ello, estemos también a tiempo de que la historia que estamos haciendo aún pueda tener remedio.
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