Gobierno, ¿qué Gobierno?
«Sánchez no se ha esforzado todavía en buscar esos apoyos y existe gran desconfianza entre líderes políticos, nacida de hechos evidentes, pero un sentido de Estado básico requiere aparcar fobias viscerales»
«Tan malo es que no haya Gobierno, como que lo haya y no pueda gobernar», es la conocida frase de Mariano Rajoy muy recordada ... estos días… Pero puede haber algo peor: que el Gobierno dependa de fuerzas que rechazan el orden constitucional que las ampara. El mayor problema para cualquier Gobierno entrante será aguantar la espiral independentista en Cataluña y gestionar la sentencia del Tribunal Supremo al 'procés'; a considerable distancia se encuentran importantes y numerosos problemas que acumula la 'inaptitud' política.
Cuando Pedro Sánchez vetó la presencia de Pablo Iglesias en el Gobierno, porque no creía en España y la atacaba y tenía parecida actitud antieuropea, parecía que Sánchez establecía como básica la lealtad constitucional. Pero no era así, Cataluña no existía en la exposición de investidura de Sánchez y, realmente, se trataba de un extraño veto de egos que personalizaba en Iglesias un principio de Unidas Podemos, la autodeterminación de los pueblos de España, y eran admitidos otros militantes con los mismos principios. En realidad, para Unidas Podemos coexistir con la Constitución de 1978 es una cuestión táctica, pues su estrategia persigue otro orden constitucional, distinto del por ellas denostado 'régimen del 78'. De este modo, es imprevisible la lealtad constitucional de un Gobierno con Podemos para afrontar el conflicto catalán. A ese empeño se incorporan todo tipo de grupos independentistas, ávidos de abrir un nuevo proceso constituyente que favorezca intereses de su autodeterminación. Nunca parece una buena idea poner a la zorra a guardar el gallinero.
Pedro Sánchez tuvo que optar por la extinción del 'Gobierno Frankenstein 1', según expresión de Alfredo Pérez Rubalcaba, al carecer de apoyos suficientes entre quienes apoyaron su moción de censura; su conclusión fue que «los nacionalistas no son de fiar». Tras las elecciones del 28 de abril, ese argumento fue desdibujándose para dar vida a un 'Gobierno Frankenstein 2', con los mismos protagonistas y Unidas Podemos como socio preferente, llamada a formar parte de un Gobierno de semántica variable: colaboración, coalición o… de pretensiones inadmisibles y, finalmente, nada. Mientras 'Frankenstein 1' vegeta esperando su final, 'Frankenstein 2' no nace, de momento. Así que asistimos a una extraña competición: la 'apnea política', en la que los políticos dejan pasar el tiempo sin tomar decisiones, en espera de que revienten antes los rivales, sean culpabilizados como causantes y acepten las condiciones del ganador.
Sánchez, lejos de asumir el encargo de formar Gobierno, es el principal promotor de este extraño y peligroso juego infantiloide que afecta a liderazgos políticos, en especial a Albert Rivera, además de a Iglesias, ante la frustración ciudadana. En esta ocasión, la estrategia del juego, iniciado a última hora, no ha medido bien los resultados y deja la evidencia de que si era difícil gobernar con 85 diputados propios, también lo es con 123.
Las encuestas indican que el segundo problema que más preocupa a los españoles es la clase política; además de la frustración de su inoperancia desde 2015, empiezan a barruntar que las políticas crecientes de enfrentamiento y exclusión pueden afectar a la convivencia por la que, desde 1975, apostaron la mayoría de los españoles y no quieren ser empujados hacia una conflictividad social desde acciones políticas irresponsables. Un eslogan del 15-M afirmaba de la 'casta política': «No nos representan»; ocho años después, algunos ciudadanos pueden recuperar el mantra, algunos de aquellos opositores ya son parte de la casta y, en vez de contrastar y discutir programas, se pelean por los sillones de cargos y por colocar a su gente. A la vista del panorama, todo puede empeorar y pasar a ser la primera preocupación, lo que abriría las puertas a opciones populistas por ahora contenidas, en especial si se produjera un deterioro económico.
Los españoles no pertenecen a un país ingobernable, como proclamaba la dictadura; todo lo contrario, es un país bastante más serio que algunos de sus políticos y desea ser gobernado por políticos responsables, con sentido de Estado y de la convivencia. El problema es profundo y la situación que nos aguarda compleja, pues amenaza al régimen constitucional de 1978. Ya no se trata de un Gobierno de derechas o de izquierdas ni, menos aún, de invocar rancios conceptos de Historia pasada, como el Frente Popular.
España solo puede salir de su crisis con un Gobierno solvente que debe promover el PSOE con respaldo de los partidos constitucionales, pero solo el PP ha manifestado cierta receptividad. Sánchez no se ha esforzado todavía en buscar esos apoyos y existe gran desconfianza entre líderes políticos, nacida de hechos evidentes, pero un sentido de Estado básico requiere aparcar fobias viscerales. Sánchez y Rivera representan a muchos españoles con sus partidos y deberían superar egolatrías, o dejar paso a otros que puedan hacerlo. No se puede jugar con fuego y el orden constitucional no puede esperar nada de fuerzas ajenas a él, cuando no manifiestamente opuestas.
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