Espionaje sin fronteras
«La sensación es que todo el mundo está vigilando, hoy, a todo el mundo. Dentro y fuera. Así que la paranoia se ha extendido y el sentimiento de inseguridad aumenta en unos y otros ámbitos»
Se cree que Dios todo lo ve. Y Pegaso era, para los antiguos griegos, no sólo una constelación, sino también un caballo mitológico que convivía ... con los dioses. El Pegasus de que se viene hablando en estos últimos días es una máquina de espiar que no emana ni trae luz alguna. Un Pegasus que sería el mayor soplón de secretos que se haya deslizado –nunca– en las conversaciones de personajes tan influyentes como los jefes de gobierno de un montón de países; pero es que, mediante el alado e indiscreto caballo tecnológico capaz de saquear los teléfonos móviles, se habría espiado –desde los Olimpos estatales– a líderes independentistas o representantes institucionales de la propia nación.
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La sensación es que todo el mundo está vigilando, hoy, a todo el mundo. Dentro y fuera. Así que la paranoia se ha extendido y el sentimiento de inseguridad aumenta en unos y otros ámbitos. Ya que no cunde ese recelo, únicamente, respecto a quienes ostentan importantes cargos políticos como Macron, Johnson o Sánchez, porque –según se dice– el mismísimo Bezos habría sido espiado; ¿y cómo no pensar entonces que jueces, periodistas, activistas, empresarios o incluso la gente corriente pueden serlo en cualquier momento? Cada vez que se utiliza un dispositivo susceptible de ser hackeado se disparan las alarmas entre nosotros. Y nos consta que, en los centros de trabajo de varias administraciones públicas, se ha impuesto –hace tiempo– el cambio de contraseñas para evitar hipotéticos 'ataques'.
De forma que cabe hacer una reflexión general sobre los 'agujeros' de unos sistemas operativos que, desde el instante en que empezaron a usarse, llevaban en sí el germen –o hasta la condición– de la vulnerabilidad. Y la pregunta es: ¿Cómo quienes nos han gobernado –y nos gobiernan– no lo tuvieron en cuenta? Quizá la máxima fragilidad en que actualmente se encuentran los Estados, proviene de un cálculo inexacto sobre los derroteros que iba a seguir el mundo. Como si se hubiera pensado que esa especie de nueva 'pax romana' en que creíamos vivir –tras el fin de la guerra fría– asegurara el avance apacible de una implantación global de recientes inventos. Da la impresión de que no se consideró que, al obrar de esta manera irresponsable, se corría un gran riesgo; que los cambios bruscos suelen provocar inesperados daños y favorecer peligros inéditos.
Todavía en la actualidad se abre paso ese discurso engañoso de que la digitalización resulta inevitable y que lo único que puede hacerse es propiciar su universalidad, incluso entre los que no deseen sumarse a ella. Porque no se trata nada más de que algunas personas, por no disponer de los aparatos necesarios, ser mayores o hallarse físicamente limitadas no tengan opción de incorporarse al 'cibermundo'; aquél que Paul Virilio vislumbraba como una plasmación de «la política de lo peor»; es que hay quienes no quieren hacerlo y habrá que reconocerles el derecho a no querer.
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Pues también existen ejemplos de individuos, verdaderamente ricos y poderosos, que se han significado –durante años– por hallarse a la vanguardia de las tecnologías más sofisticadas y que, ahora, para ocuparse de los asuntos trascendentales, no emplean ya móvil y prefieren mantenerse al margen del universo digitalizado. Son los que han escogido el lujo de no estar conectados –porque se lo pueden permitir–, envolviéndose en la seguridad de no ser espiados ni localizables; y utilizando –además– artilugios telefónicos arcaicos para que se haga inviable espiarlos. A veces, optar por lo antiguo constituye una elección realmente moderna.
De cualquier modo, no ayudará a esclarecer el embrollo de los mencionados espionajes la mezcolanza ocasionada por el gobierno de dos casos bien diferentes, solamente unidos por el nexo de una palabra: Pegasus. Puesto que una cosa es el seguimiento desde el Estado –en el marco que las leyes estipulan– a personas o grupos; y, otra, que espíen al gobierno de un país sus posibles enemigos externos. Esto de espiar a otros nunca se sabe cómo acabará: recordemos lo sucedido con el PP y las dimisiones que produjo. La desconfianza es mala compañía. Y el miedo aún peor.
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