¿El año de la esperanza?
Dados rodando ·
Quién nos iba a decir en enero de 2020, que estábamos a las puertas de una pandemia planetaria. Una disrupción que no hubiéramos sido capaces de imaginar ni sacada de un relato de ciencia ficción.Pasado mañana, con la fiesta de Reyes, acaba la Navidad y la vida vuelve por donde solía. Termina un paréntesis de celebraciones, regalos, comidas y ... rencuentros, limitados por los contagios de coronavirus, que nos sitúan de lleno en el nuevo año con las agendas por estrenar y los buenos propósitos intactos; como todos los principios de enero, por otra parte. Con el roscón, terminamos de desear todo lo mejor para este 2022 que se asoma a nuestras vidas cargado de incertidumbres y, lamentablemente, de grandes inquietudes. Si el transcurso de un año a otro siempre es un salto a lo desconocido, en esta ocasión quisiéramos poder adivinar lo qué va a ocurrir para preparar nuestras vidas y prever los acontecimientos.
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Quién nos iba a decir en enero de 2020, que estábamos a las puertas de una pandemia planetaria que ha cambiado nuestra forma de vivir y de relacionarnos. Una plaga que ha provocado miles de muertes y nos ha golpeado en lo más profundo. Algo que no estaba previsto, un «cisne negro», como diría Nassim Taleb, que interrumpió la marcha del mundo y detuvo toda actividad encerrándonos en casa. Una disrupción que no hubiéramos sido capaces de imaginar ni sacada de un relato de ciencia ficción. Y sin embargo, fue verdad. Nuestra existencia se vio alterada entonces en lo más profundo, y lo continúa estando hoy con nuevas variantes del virus que han provocado, otra vez, el levantamiento de barreras personales de protección con más fuerza que unos meses atrás.
Hace justamente un año, se anunciaban las vacunas y pensábamos que el problema estaba resuelto y que la recuperación seria un hecho rápido, sin marcha atrás. Algunos pronosticaban la reedición de otros «felices años 20», en los que habría lujo glamouroso y fiestas sin fin. La dura realidad de las ultimas semanas ha hecho que aquel optimismo se evapore y que su lugar lo ocupe ahora un realismo cauteloso y lleno de incertidumbre. Muchas personas se han visto afectadas en su ánimo vital y la salud mental de los ciudadanos se ha convertido en un asunto prioritario que debe de preocupar a nuestros gobernantes, porque es mucho más serio de lo que algunos podían suponer. Las consultas de psiquiatras y psicólogos están literalmente saturadas, el consumo de ansioliticos y antidepresivos se ha disparado y las causas de todo ello están bien a la vista. Ninguna sociedad sale indemne de un tiempo tan largo de malas noticias, una época dominada por el miedo, los interrogantes y la imposibilidad de atisbar el futuro, siquiera sea en sus líneas generales. Todo puede pasar, y esto nos conduce a un estado de pesimismo colectivo en el que nuestra salud y nuestra economia se han visto afectadas de una manera tan directamente negativa como contundente.
Se nos dijo que de la crisis saldríamos mejor de como entramos, y ya vemos que, sin atisbar todavía el fin del peligro pandémico, ya somos más pobres. La espiral de inflación, los ajustes en el empleo y el cierre de tantas empresas, nos han dejado tocados, por mucha resiliencia que se nos quiera vender desde el poder.
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La sociedad está decepcionada, es un hecho. Pese a todo, aquí estamos, comenzando este nuevo año con una apelación a la esperanza como tabla de salvación. No hay plan alternativo. Confiamos en que las cosas vayan solucionándose, por eso, pongamos lo mejor de cada uno de nosotros en el empeño y no olvidemos que en determinadas circunstancias, como las actuales, el optimismo se convierte, por la fuerza de los hechos, en toda una obligación ética.
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