Efe
El avisador

La vida en un whatsapp

«La última ocurrencia del todavía fiscal general del Estado, ha sido la de apelar al principio de soberanía jurídica española para que sus mensajes no puedan ser descifrados en Irlanda»

Carlos Aganzo

Valladolid

Sábado, 1 de marzo 2025, 08:55

Los whatsapps del todavía presidente Mazón se empeñan en enmendarle la plana. Los jueces, que ya han dicho por activa y por pasiva que no ... se pudieron evitar los destrozos materiales de la Dana, pero sí la mayor parte de las muertes, siguen hurgando en sus mensajes telefónicos para determinar dónde estaba cuando dice que estaba donde estaba. Y dónde, desde luego, no estaba a la hora de alertar a tiempo a la población. Que si la cobertura era muy mala, que si había un tráfico endiablado… El caso es saber hasta qué punto el presidente fue réprobo o fue diligente en su acción de gobierno frente a la catástrofe, a partir de la interpretación de sus whatsapps. Esos mismos mensajes que ahora Mazón utiliza para felicitar las Fallas a sus más allegados, tal vez ignorante de la que se le va a venir encima, por más que sus compañeros del Partido Popular se empeñen en mirar para otro lado.

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No es el único, ni siquiera el más relevante, de nuestros cráneos privilegiados que esta semana se han tenido que enfrentar al espejo grotesco de sus almas, en forma de mensajes de whatsapp. La última ocurrencia, por ejemplo, del todavía fiscal general del Estado, ha sido la de apelar al principio de soberanía jurídica española para que sus mensajes no puedan ser descifrados en Irlanda, una petición que de momento ha sido desestimada por el juez Hurtado, interesadísimo en saber qué borró y qué no borró en el momento de conocer que estaba investigado. Nadie sabe, dice el jefe de los fiscales, lo que se puede encontrar en el teléfono móvil de un fiscal general. Datos, asegura, «absolutamente inimaginables». Qué escalofrío. Y para que el juez no pueda siquiera llegárselo a imaginar, parece que sigue sin entregar ninguno de los dos móviles que tenía cuando comenzaron a investigarle. Dos de los «cinco o seis» que ha llegado a utilizar desde 2021, cuando accedió a su cargo. Si al final resulta inocente, desde luego da toda la impresión de que él mismo está empeñado en parecer culpable. Y con él, todos los miembros del Gobierno y del Partido Socialista presuntamente implicados en la cosa.

Y la última, por el momento: la amenaza de Juan Carlos Monedero, tras la acusación de acoso por parte de una alumna de la Complutense, de desvelar el contenido de los whatsapps que mantuvieron al respecto él y la pareja Pablo Iglesias -Irene Montero. No sabemos si tan absolutamente inimaginables como los mensajes del fiscal general, pero por ahí deben andar. Sobre todo porque, en vez de recurrir a una carta pública, como hizo su otrora compañero Íñigo Errejón, acusándose a sí mismo de lo que luego desmintió ante el juez, ha preferido el secreto inconfesable del mensajito whatasappero. No tardaremos mucho en saberlo, sin necesidad de recurrir a Irlanda para que los descifre.

A Azaña se le atribuye la frase de que en España, cuando uno quiere mantener de verdad un secreto, lo mejor es escribir un libro. Desmintiendo a Sófocles, quien aseguraba que la única solución posible es, sencillamente, no hacer nada en secreto, «porque el tiempo lo ve todo y lo oye todo y lo revela todo». En los tiempos modernos, donde cada persona lleva su cruz con el mismo sufrimiento que sus comunicaciones y sus redes sociales, el teléfono móvil, y su general en jefe, el whatsapp, se han empeñado en amargar la vida a todo aquel que necesita mentir a los demás y mentirse a sí mismo poniéndolo por escrito. Quizás es que lo que tenemos que hacer los humanos es ceder definitivamente la gestión de nuestras comunicaciones a alguna inteligencia artificial. Para fracasar de la misma manera, pero por lo menos no sentirnos culpables. Ni inútiles. Seamos presidentes de una comunidad autónoma, fiscales generales, ex dirigentes de Podemos o simples ciudadanos.

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