Terrazas, viandantes y otros entes veraniegos
«No todo son playas atestadas, rojeces y paellas de cuarta pagadas a precios onerosos. También hay lugar para intereses urbanos refugiados bajo sombreros y abanicos»
La terraza de La Banqué no es la misma un 22 de julio a las nueve de la mañana que bien entrada la tarde. Un ... caballero sin pinta de serlo anida en la mesa 16, que es uno de esos números aleatorios que los camareros dan al mapa de comandas y nada tienen que ver con el orden lógico de la vida. Digo lo de la pinta porque va con chanclas de ducha, bastante desgastadas, bermudas azules y camisa de tono parecido pero no idéntico, lo que convierte la combinación de colores en una cosa errática, como de drama shakespeariano en el que tratas de arreglar el desaguisado y no tiene solución. Para colmo, el andoba lleva pasando vídeos de TikTok los últimos diecinueve minutos y medio. Sin freno. Debe tener atascado el botón del volumen al máximo, porque yo estoy sentado en el bar de al lado y oigo perfectamente cada canción y comentario. Si esto sucediera con la fresca del desayuno, que es eso tan denostado ocho meses al año y por lo que ahora pagaríamos trillones, quizá se tratase de un fino estilista con pantalón beige, camisa de lino y zapato cómodo. Estaría leyendo un periódico que no tutease a los lectores como si alternaran juntos entre codazos de aprobación y daría varios sorbos al segundo o tercer café del día. Pero el calor sahariano arrecia en la Plaza Mayor y ni la sombra permite respirar sin esfuerzo. Además, hay que aguantar al de los azules, que estoy por decirle que pida a los Reyes Magos unos auriculares, que ganamos todos.
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Pensaba que nada podía ir a peor, pero cada cinco o seis vídeos le salta publicidad. Así que entre tontería y tontería nos hemos enterado, desde su localización hasta la ventana de la Concejalía de Turismo del Ayuntamiento, de la nueva promoción de Fairy y las rebajas de dos marcas textiles. Pensándolo bien, y para evitar el desastre cromático en el que está sumido, debería aprovechar y comprarse un par de prendas que, o bien sean completamente distintas, o casen a la perfección. Aunque, con este calor, que vaya como quiera pero que ponga en silencio el puñetero dispositivo. Es difícil abstraerse de tanto jaleo y los clientes circundantes le están observando con cara de escrache; incluso uno le ha reprendido con agresividad y el dedito levantado, haciendo gala de tener tan mala educación como él. La intervención de los empleados del establecimiento ha evitado que la sangre llegara al río y cada uno sigue a lo suyo: el «chanclista», a sus clips –ahora mudos–; unas señoras peinadísimas, a la nueva nieta de una tal Chiti; y yo al artículo que debo entregar en breves minutos.
Llevar un rato embelesado con el entorno que tan frecuentemente pasamos por alto, puede que por tenerlo mucho más a mano que el anfiteatro romano de Mérida, no ayuda en la tarea. Muchos convecinos se incluyen, inconscientemente, en el poco meritorio grupo del «vista una plaza, vistas todas» que denota una apatía rayana en la ignorancia, pero estamos en julio y no voy a enmendar la plana al que no le interese semejante monumento. Ya lo apreciarán cuando lo vean en TikTok.
Mi foco se posa en el grupo de turistas que, desafiando la tostadura, hacen corro junto a un paraguas de colores que sirve de guía y orientación. Hacen fotos y escuchan atentos las explicaciones históricas. No todo son playas atestadas, rojeces y paellas de cuarta pagadas a precios onerosos. También hay lugar para intereses urbanos refugiados bajo sombreros y abanicos. La última frase que puedo escuchar del cicerone tiene que ver con el único vestigio que se conserva del reinado de José Bonaparte. Pienso en que tienen que caminar por la solana hasta San Benito y rezo para que les den la pertinente charla cobijados bajo el campanario.
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Los visitantes siguen su ruta, las señoras apuran su cañita y el del teléfono ha desaparecido mientras andaba sumergido en estas cosas. Y, fíjense, no me parecen mal tema para leer un jueves. Disculpen que hoy no hable de Montoros, Cerdanes o informes periciales decisivos para la construcción o no de estaciones ferroviarias. Estaba a asuntos más triviales… y agradables.
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