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Monasterio de Abadía de Retuerta. Fran Jiménez

Capitanes intrépidos

No estoy invitado al enlace de la hija de Banderas en Abadía de Retuerta. Casi mejor, porque la concurrencia se hospedará en el hotel y mi sueldo apenas da para una sencilla casa rural en Sardón

Alfonso Niño

Valladolid

Jueves, 9 de octubre 2025, 06:56

Pese a lo que pueda parecer, no estoy invitado al enlace de la hija de Banderas en Abadía de Retuerta. Casi mejor, porque la ... concurrencia se hospedará en el hotel y mi sueldo apenas da para una sencilla casa rural en Sardón. Este convite excede con mucho mis posibilidades, incluso las de regalo. ¿No lo han pensado? ¿Qué se da en un acontecimiento de tal calado? ¿Vas con el sobrecito? ¿Haces una transferencia? ¿Habrá lista de bodas en El Corte Inglés? Menos mal que Antonio no ha pensado en mí. Además, la mitad de los asistentes van a ser yanquis. ¿Dónde voy yo a buscar conversación con mi corriente B2 en inglés, haciendo chascarrillos con lo mucho que usamos en este rincón del globo el término 'pelele'? ¿Cómo salgo de una discusión con el cantante de Coldplay sobre lo rico que está el lechazo mientras él llora abatido al haberse enterado de que se trata de un pobre e inocente corderito sin destetar?

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Estoy mucho mejor donde debo, como el pasado sábado. En Matapozuelos, en el casamiento de Jeremías. No habíamos llegado de la iglesia al cóctel y nueve fulanos ya se habían quitado la americana. Muy poco protocolario, pero más conveniente que presenciar cómo doce veganos tratan de modificar un menú en Tierra del Vino para que les traigan brochetas de verduras, vichyssoise con cebollino, tosta de hummus con setas y delicias de tofu. Primero, está feo mentir. Ponga de nombre pincho de tofu, porque de delicioso no tiene ni la pinta. Segundo, esa gente se va con hambre del banquete. Y Andrés, que está al frente del restaurante, no lo permitiría. Lo dicho, ese era mi sitio. Pero en cuanto nos sentamos a la mesa entendí que no iba a ser todo vino y rosas. Resulta que ahora se ha puesto de moda que las celebraciones matrimoniales sean un parque de atracciones, un no parar de emociones, una yincana interminable de pruebas. Y no, miren. Yo al banquete voy a comer, a beber, a probar el postre con mesura y a darme a los licores hasta un punto ligeramente previo al desorden. Lo que me encontré fue una velada de campamento en Navalguijo.

Les cuento: no habían servido el primer plato y, al hacer los contrayentes su entrada, apagaron las luces. Me asusté por si se había caído la electricidad, pero al instante encendieron unos focos que se movían más que Raffaela Carrá y el ballet Zoom. Los novios aparecieron con la sintonía de 'Misión:Imposible' y empezaron a recorrer las mesas tan espídicos como si llegasen directos de un after de Ibiza. Chocaban las manos de los presentes, les animaban a que saltasen con un desenfreno tal que el abuelo de la novia intentó seguir el compás y se lo tuvieron que llevar a casa preso de una arritmia. Después, en las mesas había un sobrecito en cada lugar. Había visto en otras nupcias lo del mensaje tierno personal, pero esto era el cometido durante el ágape y la fiesta. Cada cual tenía uno: al que tenía enfrente le ponían que debía gritar «¡Es la era del amor!» cada vez que se voceara eso de «Vivan los novios». Al principio, pensé que el matiz jipi quedaría divertido. Lo hice hasta la vigésimo primera vez que berreó lo mismo, ya con la garganta gastada. A mi santa le cayó aplaudir sin parar cada vez que sonase una canción y a su hermano estar toda la boda con los pantalones lo suficientemente recogidos para que se le viesen los calcetines. Y a mí… a mí me tocó lo que llamaron ser un 'capitán de mesa'. Se trata de la obligación de poner a todo el mundo a bailar cuando se oiga la sintonía adecuada, liderar la conga, no dejar que haya ninguna copa vacía y no sé cuántas cosas más. Es decir, que además de pagarnos el cubierto, la peluquería de mi señora, el desplazamiento, la canguro y vestir las mejores galas, tenemos que lograr que la juerga no decaiga.

Yo pensaba que el espoleo a las masas era cosa de los animadores, el pincha, los extintores esos que sacan ahora para ahumar el salón o la música tecno más salvaje desde la noventera ruta del bacalao. Pero no. Para eso, y para comandar una versión maquinera de la taza y la tetera, estábamos los agraciados con tal honor. Y ahora que lo pienso, seis días después, me pregunto si en la boda de Stella Banderas Griffith habrá capitanes. O tenientes, al menos. Señor… Hubiera comido delicias de tofu con tal de evitar el encargo. Lo siento, Jeremías. Alguien tenía que decirlo.

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