Aún no lo descifraba, pero en la tele veía que la gente se mataba por unas onzas de oro, un puñado de kilómetros cuadrados o ... por ideas peregrinas de alguna religión anquilosada en tiempos remotos. También, en aquel lejano 1985, escuchaba en la radio que mataba un grupo de personas que debían ser hijos de una señora grande, por lo que mi padre comentaba cariacontecido. Lo oí un par de veces en lo que apuraba mi plato de garbanzos haciendo tiempo hasta que Julio Ares me contase lo que pasaba en el deporte de la ciudad. Era un concepto demasiado intrincado para comprenderlo con mis escasos diez años, porque yo solo 'mataba' por unas zapatillas de Justo Muñoz, inalcanzables para la economía familiar, y algún dulce de postín.
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Llevábamos poco de curso y, muchos días, al salir del colegio por la tarde, acompañaba a mis padres hasta la tienda de mi abuelo, una pequeña panadería en la calle Cervantes. Quizá pretendieran echar un vistazo a los modernos cines Manhattan, situados a veinte metros, que se acicalaban para acoger varias películas de la Semana Internacional de Cine de la ciudad. El caso es que los mayores solían ponerse a hablar de asuntos aburridísimos que ni me interesaban ni me explicaban. Y yo, entre tanto, me ventilaba un pepito o una palmera de chocolate. Suspiraba por un abisinio, para qué mentir, pero solían agotarse por la mañana y me conformaba con lo que quedaba. Una tarde de octubre fui a por uno y mi abuelo me dijo que el último se lo había llevado Bertolucci. Pensé que había dicho 'Chuchi', porque mi abuelo estaba operado de laringectomía y en alguna ocasión, pese a sus esfuerzos, se le entendía regular. Pero no. De aquellas, mis padres compraban ocasionalmente la revista Fotogramas. Yo ojeaba por encima los estrenos en busca de largometrajes tolerados para un chaval de mi edad y había leído ese nombre de tinte italiano en alguna página. Es decir, que era un tipo importante. Y si el tal Bernardo Bertolucci me guindaba el abisinio de mis sueños, no me quedaba otra que aguantar y conformarme con una copa Danone o bagatelas similares. A la semana siguiente, y con un trasiego importante a la puerta de las salas y en la acera colindante, entró un señor en la tienda. Era diminuto, feúcho, con un ojo medio cerrado y reflejos platino en las puntas de su pelo. Saludó, pidió un abisinio y, tras aguantar algún chascarrillo, pagó y enfiló el camino a los cines mientras mi abuelo se despedía: «hasta luego, Bertolucci». Había visto fotos del director de marras y no se parecía al fulano de pantalones medio caídos que salía por la puerta. Ahí me explicaron que le pusieron ese mote por lo de «dedicarse también al mundillo». No lo entendía: uno dirigía cintas a nivel internacional y este otro cortaba las entradas en la puerta y se ocupaba de cambiar el rollo en el proyector. Nada que ver, excepto que alguien con ese nombre me estaba dejando sin mi adorado bollo de masa frita relleno de crema.
Al día siguiente, Paco Heras, dueño de las salas, entró en la tienda para comprar ciertos artículos. Le acompañaba un caballero con las gafas oscuras bien caladas, a pesar de estar en interior y que el día había amanecido más bien plomizo. «Mira, Matías, te presento a Mickey Rourke, que lanza hoy su reciente trabajo: Manhattan Sur», le dijo a mi abuelo mientras este le entregaba la compra en dos bolsas. El individuo murmuró algo que Paco tradujo, y Matías, con su característico gracejo zarzuelero, le dijo que no hablaba espanjunjiano y que si salían Pajares y Esteso. A pesar del abismo idiomático, todos rieron. Yo sólo pillé el título de la película y me pareció coherente que, dado el nombre del local, la exhibieran allí. Eso sí: cuando salían, me di cuenta de que se llevaban los abisinios que hasta segundos antes adornaban el mostrador. Estuve meses pensando que el cine conspiraba contra mí y no vi una de Bertolucci hasta 'Pequeño buda', en el 93. Me pareció un coñazo insufrible y dedujé que era la penitencia por haberme dejado sin abisinios. Ahora que lo pienso, quizá me dominase el rencor, porque el que se llevó las últimas piezas fue Rourke. Maldito sea. Donde quiera que esté.
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