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Rubén Rondón posa con el cinturón WKN (World Kickboxing Network) de la modalidad K1. El Norte
Historia de superación

Rubén Rondón: una infancia a golpes en Valladolid y un futuro en el ring

Este deportista vallisoletano empezó a pelear para dejar de tener miedo. Fue víctima de acoso escolar y entendió, demasiado pronto, que el mundo no siempre concede tiempo al débil. Hoy es campeón y un ejemplo para muchos

Zaira Varas

Valladolid

Domingo, 3 de agosto 2025, 11:56

A veces, las películas aciertan sin querer. 'Karate Kid' narraba la historia de un niño que llega a un sitio nuevo y se convierte en ... el blanco de sus compañeros, el mismo niño que encontraba en las artes marciales algo más que técnica: una forma de sobrevivir. Rubén Rondón no aprendió a defenderse puliendo cera. Él lo hizo a golpes, en el recreo, con uno encima, el beneplácito de otros y la pasividad del resto. Lo suyo no fue California, ni Okinawa: «Me crié en La Rondilla, un barrio humilde al norte de Valladolid. De pequeño jugaba al fútbol y lo pasábamos genial. De hecho aún conservo buenos amigos de aquella época».

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Pero su paso por el colegio lo marcó: «Con los profesores no tenía buena relación y desde muy pronto empecé a sufrir el acoso de algunos compañeros». Cada día era una emboscada. En aquella época no aspiraba a ganar un torneo, sino el derecho a pasar desapercibido. Y, como por desgracia suele ocurrir, los que acosaban se quedaron, y a él lo cambiaron de centro.

La diferencia entre el cine y la vida es que la vida duele más, y no hay música al final. Pero en su caso, las artes marciales fueron una puerta. O quizá una luz. No la del dojo idealizado de Hollywood, sino la de un gimnasio de Valladolid. Allí, Rubén Rondón aprendió a caminar sin agachar la cabeza. Y también a pelear. A pelear de verdad. Por respeto. Por dignidad.

Una medalla y una puerta cerrada

El primer paso lo dio su madre. Fue ella quien lo apuntó a kárate, con la esperanza de que su hijo aprendiera a defenderse en un entorno que no siempre era amable. Pero lo que empezó como una medida de protección se transformó en vocación.

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Rubén se enganchó rápido a la disciplina, al esfuerzo, a la sensación de progresar. Encontró en el tatami algo que no tenía en el aula: respeto. Y cuando vio 'Karate Kid', ya no era solo defensa. Tenía un objetivo: «Quería superarme y ser campeón como el protagonista».

Creció sintiéndose arropado. Pasaba la mayor parte del tiempo con su madre. Su padre, siempre trabajando, era una figura más ausente, pero presente en el apoyo. No fue una infancia fácil, pero tampoco le faltaba estructura, «la cosa cambió a raíz de la separación», recuerda.

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La dinámica familiar dio un giro. Rubén se fue a vivir con su padre, y al principio todo parecía estable. Pero con el tiempo, la convivencia se complicó. La nueva pareja de su padre tenía tres hijos y, poco a poco, dejó de sentirse parte de esa casa: «Tenía que dormir en el suelo porque no había espacio ni dinero. Empecé a sentirme controlado y desplazado, sin ningún apoyo».

Aun así, el deporte seguía siendo su refugio. Entrenaba cada día con la mirada puesta en su primer campeonato mundial amateur, que se celebraría en Madrid. Era menor, necesitaba autorización, y su madre se la firmó sin dudar. Pero en la otra casa hubo resistencia: «Intentaron impedirlo hasta el último momento».

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Viajó. Peleó. Y ganó. Cuando regresó a Valladolid con la medalla, lo primero que quiso fue enseñársela a su padre. Pero no hubo recibimiento. «Prepararon mis cosas y me dijeron que me fuera con mi madre», cuenta. Fue otro golpe.

Inicio en las artes marciales

Desde los 14 años empezó a entrenar en el gimnasio Combat de Valladolid. Allí, bajo la tutela de su entrenador Alfonso Durán, aprendió no solo la técnica, sino la base emocional y física que lo prepararía para todo lo que vendría después. Con él ganó su primer campeonato de Castilla y León. Ese sería solo el principio: llegaron dos oros en el Campeonato de España de Muay Thai y otros dos en Kickboxing, logros que lo catapultaron hasta formar parte de la selección española de la FEKM. En 2021, la Junta de Castilla y León lo reconoció oficialmente como Deportista de Alto Nivel (DAN).

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Pero el vallisoletano quería más. Sabía que, para dar el salto al deporte profesional, tendría que dejar su ciudad. En ese momento compartía con su madre una pensión de apenas cinco metros. «Aquella situación fue la que me hizo plantearme cambiar de ciudad en busca de oportunidades que nos permitieran salir de aquello», explica. No se trataba solo de triunfar en el ring: también quería cambiar su historia.

Un viaje a Madrid

La oportunidad llegó desde la capital española. Un antiguo campeón de karate, amigo de su madre y hoy su manager, supo de su situación y le tendió la mano: le ofreció techo, entrenamiento y una posibilidad real de empezar una nueva etapa. Rubén no dudó. Dejó Valladolid con una maleta pequeña, una promesa hecha a su madre y la firme intención de cumplirla.

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En el Open Mundial WKA que acababa de ganar, había conocido a Toni Ricobaldi, delegado de la federación, quien se convirtió en su representante por un tiempo. «Estaba decidido a luchar por mis sueños y, sobre todo, a ayudar a mi madre a salir de aquello, así que no dudé», recuerda.

Rubén Rondón, de frente, durante un combate. El Norte

Y empezó a hacerlo. El 1 de septiembre de 2019 ganó su primera velada semiprofesional. Luego, el 5 de junio de 2021, hizo historia: se convirtió en el primer campeón de España AEMMA de K1 con guantillas. Más tarde, el 18 de marzo de 2023, debutó como profesional en un combate internacional contra Italia. Ganó por decisión unánime y se coronó como campeón internacional WKN.

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Aquella victoria no pasó desapercibida. El maestro Chinto Mordillo, quien le había dado la oportunidad de disputar el título, lo eligió para representar a España en el Campeonato del Mundo GAMMA de MMA, celebrado en Holanda en mayo de 2022. Rubén aceptó. No solo por la gloria, sino por todo lo que significaba haber llegado hasta ahí.

El combate más firme y nuevos comienzos

Luego vino una pausa. Un parón forzado, ajeno a su voluntad. Pero no fue tiempo perdido. Fue tiempo de afilar el carácter. En 2023, se sumó al Mamba Fight Club de Ponferrada, dirigido por Diego Vázquez, un referente en el alto rendimiento. «Probablemente el mejor centro de entrenamiento de alto nivel», dice con convicción. Bajo su dirección, encadenó tres combates, tres victorias. En el último, le arrebató el título internacional MFC al campeón de México. No fue solo una pelea: fue una demostración de que estaba listo para la élite. Desde entonces: «entreno a caballo entre Ponferrada y Madrid», explica. Mantiene la intensidad, pero también el foco.

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Este año ha iniciado estudios oficiales de acondicionamiento físico, convencido de que el conocimiento también es parte del combate. Colabora con la Fundación NACE, en la lucha contra el acoso infantil, algo que conoce en primera persona. Sigue trabajando como modelo y formándose como actor, abriéndose camino también fuera del ring.

El niño y el campeón

Rubén Rondón, aquel niño que encontró en las artes marciales una vía de escape, hizo de ellas un propósito de vida. Hoy pelea por títulos, sí, pero también por algo más: demostrar que se puede salir, que el miedo no es para siempre y que el dolor, a veces, puede convertirse en impulso.

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Su historia no va solo de victorias. Va de levantarse. De no rendirse. «He crecido, he madurado, pero sigo siendo el mismo niño de entonces, lleno de ilusiones y con las mismas ganas de seguir aprendiendo», dice.

Y quizá eso sea lo más importante: haber llegado lejos sin dejar de ser uno mismo.

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