Diez años sin Alberto Vacas: 'Una década sin ti, jefe'
«Tras tu partida, el tiempo ha pasado, pero tu legado y tu recuerdo permanecen intactos; la vida se ve distinta sin ti»
Parece mentira, pero sí: ya han pasado diez años desde que te perdimos, y aún sigue doliendo, pero como dice la frase que tiene tu ... hija Graciela grabada con tinta en su piel: «Solo muere lo que se olvida». Han sido años difíciles para mí, un tanto oscuros, pero, como ya sabrás, ahora estoy en el buen camino y espero que estés orgulloso de mí. Te lo debía. Graci y Bea también te echan mucho de menos, y ambas les hablan de ti a tus nietos para que vayan sabiendo quién fue su abuelo. Por cierto, ¡ya tienes cinco! Son todos geniales, y estoy seguro de que los cuidas desde allí, al igual que lo haces con nosotros. Aún recuerdo, como si fuera ayer, las primeras veces que fuimos juntos al Pisuerga, allá por 1994. En aquel equipo jugaban Óscar Schmidt, Fetissov, Lalo García, Hansen, Lavodrama... ¡Vaya primeros referentes que tuve! Nos sentábamos en la tribuna baja lateral A, un sitio al que, a día de hoy, aún miro con nostalgia cuando paso por allí. Me quedo unos segundos recordando aquellos momentos y visualizando a ese niño emocionado por ir al baloncesto con su padre. Recuerdo aquella libreta negra de piel en la que anotabas tus apuntes para después escribir la crónica del partido para el diario deportivo. Al principio no le prestaba mucha atención al juego; tan solo tenía siete años y estaba más pendiente de mirar lo que escribías o de que llegara el descanso para poder ir a comprar unas patatas fritas y un refresco al bar que estaba a pocos escalones de distancia.
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Todo cambió cuando fuimos a la Copa del Rey de 1998, disputada aquí en Valladolid. Fue el punto de inflexión en mi idilio eterno con el baloncesto. Recuerdo perfectamente que salió campeón el Pamesa Valencia de Nacho Rodilla —que fue el MVP—, Aaron Swinson, Luengo y Radunović. Ganaron en la final al Joventut de Badalona del carismático Tanoka Beard y Andre Turner, quien, a la postre, terminaría jugando de local en Pisuerga, ya al borde de los 40 años, pero dejando destellos de la calidad que atesoraba. Ahora soy yo quien escribe en este periódico para dedicarte esta carta. Gracias papá por haberme regalado esos momentos y recuerdos que, treinta años después, sigo evocando con total lucidez, y por haberme inculcado el amor por el baloncesto. Me ha dado una buena parte de los mejores momentos de mi vida y también a mis amigos más cercanos.
Es por ello que aún sigo jugando, a las órdenes de mi también buen amigo José Luis Alonso, quien no pierde ocasión, de vez en cuando, de compartirme alguna foto vintage tuya con la camiseta del CDU o del Fórum. Sigo jugando porque, de algún modo, hace que me sienta más conectado a ti. Y pienso seguir haciéndolo hasta que no pueda moverme.
Te quiero, jefe.
Gracias por su tiempo a quienes han seguido leyendo hasta aquí, y a quienes no llegaron a conocerle, simplemente quiero decirles que 'el Vacas' fue una muy buena persona. Es lo que más me repetían sus amigos y allegados justo hace diez años en aquella sala abarrotada del tanatorio. Podrían pensar que es lo típico que se dice cuando alguien se va, pero en su caso era muy cierto; hoy en día me lo siguen diciendo cada vez que me encuentro con alguno de ellos. Aprovecho para mandarles un fuerte abrazo desde aquí.
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Ser buena persona o ser alegre no nos viene impuesto desde que nacemos; es una elección. Vivimos tiempos difíciles, y hay muchas situaciones que no dependen de nosotros, pero la actitud con la que las afrontamos sí es algo que podemos elegir y que debería ser innegociable. Mi consejo es que vivan con alegría; que intenten hacer las cosas ordinarias de manera extraordinaria; que regalen momentos a sus hijos y nietos, porque eso será lo que se queden cuando nos vayamos; y, en definitiva, que sean buenas personas.
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