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Uno de lo bonitos miradores en Ledesma. Manu Laya
De puente a puente por tierras de Ledesma

De puente a puente por tierras de Ledesma

La dehesa salmantina, con su enorme potencial ecológico y gastronómico, define la armonía de un paisaje marcado por el paso del Tormes y adornado por la riqueza de un gran patrimonio artístico, atesorado a lo largo de los siglos

Carlos Aganzo

Ledesma (Salamanca)

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Sábado, 21 de septiembre 2019, 08:40

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C uando el valí Galofre, primo del rey musulmán de Toledo, mandó a su hijo Alí a estudiar latín a Ledesma, no sabía muy bien lo que hacía. Sus maestros fueron tan celosos en la encomienda, que terminaron celebrando el 'cum laude' del muchacho en la pila bautismal. Allí le cristianaron y le impusieron el nombre de uno de sus dos mentores: Nicolás. Cuando se enteró su padre, al chico le mandó degollar, y a sus preceptores ser primero desollados y más tarde lapidados. Todos ardieron finalmente en la pira.

No es de extrañar que algo así pudiera suceder en una villa que tiene, literalmente, el corazón de piedra. Más en concreto, de granito. Peñascosa pesadumbre de un caserío que se levanta sobre una gran muela perfilada por las aguas del Tormes. Sus primeros pobladores, los vetones de Bletisa, fueron citados por Plutarco como sacrificadores de caballos y de personas. Los romanos la convirtieron en núcleo estratégico de la frontera norte de la Lusitania. Y más tarde, en el siglo XI, obtuvo el fuero de manos de Fernando II de León, con señorío de villa y tierra de hasta 161 lugares.

Hoy Ledesma es el núcleo de población más relevante en el centro norte salmantino. Conjunto histórico-artístico desde 1975, merced a sus incontables referencias patrimoniales. Especialmente a sus palacios góticos y renacentistas. También a la grandiosa iglesia de Santa María la Mayor, joya del gótico isabelino. Alrededor del castillo, la plaza de la Fortaleza se ha convertido en uno de los lugares más nobles de la villa. En el subsuelo, todo un mundo subterráneo ideado para servir al II Conde de Ledesma, don Francisco de la Cueva. Y en la superficie, el verraco. Un verraco que tuvo al menos cuatro hermanas. Cuatro 'cerdas de piedra' encadenadas cuyos grilletes identificaron las ínfulas liberales del siglo XIX con la opresión de Fernando VII. Y las arrojaron al río. Ahí seguirán.

Dos de los puentes de Ledesma.
Dos de los puentes de Ledesma. Manu Laya

Desde hace catorce años esta plaza, junto con el patio de armas del castillo, acoge la Feria Alimentaria y de Artesanía de Ledesma. Hornazos, empanadas, embutidos, quesos y carnes dan fe de la riqueza gastronómica de la comarca, donde no faltan las patatas meneás o, en estación, las delicadas y humildes marujas. Todas las carnes son buenas: la caza, el cabrito, el lechazo y los pollos de corral. Pero la reina indiscutible es la morucha. Aunque la nombradía se la sigan llevando, en los postres, las muy afamadas rosquillas ledesminas, con las que no pueden ni tortitas de chicharrón ni bollos maimones.

Modelo ecológico, ecosistema perfecto, la dehesa salmantina marca aquí el paisaje. Dehesa y bosque mediterráneo, en una sucesión plena de armonía. Robles rebollos y vegetación de monte bajo, donde se esconden zorros, jabalíes, perdices y conejos. Todos bajo la vigilancia diurna del cernícalo. Y nocturna de la lechuza. Sin duda es el agua del Tormes, y la de sus pequeños afluentes, la que define el rico perfil de esta tierra. Agua que, en Ledesma, no es difícil seguir atravesando puentes.

En paralelo al Puente Viejo, el Puente Nuevo es hoy la principal vía de acceso a la villa. Construido en los años cincuenta del pasado siglo, permite obtener una buena panorámica de sus dimensiones. Especialmente si nos acercamos al mirador del Menhir, esa enhiesta referencia que quiere buscar sus orígenes en la primera Edad del Hierro. Que unos piensan falo y otros quieren descifrar con caracteres rúnicos. Y que en cualquier caso sigue siendo un misterio.

Mucho más viejos que estos, y al cabo más heridos por el tiempo, son los dos pequeños puentes romanos que cruzan, en pleno núcleo urbano, sobre el escatológico arroyo Merdero. El primero se localiza junto a la plaza de toros, y la sillería regular de su factura delata la nobleza de su primera construcción. El segundo, en el curso de la antigua calzada hacia el río.

Fortaleza, puente y ermita del Carmen en Ledesma. Manu Laya
Imagen principal - Fortaleza, puente y ermita del Carmen en Ledesma.
Imagen secundaria 1 - Fortaleza, puente y ermita del Carmen en Ledesma.
Imagen secundaria 2 - Fortaleza, puente y ermita del Carmen en Ledesma.

Romano sin duda fue también, aunque muy reformado en la Edad Media, el célebre Puente Mocho. A su través discurría la calzada, algunos de cuyos tramos están perfectamente conservados, que unía Ledesma con Zamora. Un arco central, y cuatro más de medio punto, con sillería de granito, reforzada en los pretiles con mampostería de argamasa. Tres ojos, y no cinco, tiene el puente de Peñaserracín, al que se llega después de recorrer cinco kilómetros por la vereda de Peñalbo. Ojos para que pase el agua. Y también para admirar la belleza del paisaje, donde los toros de carne y hueso compiten con los verracos vetones de piedra. Romano también en su origen, salva el riachuelo para dar continuidad a un viejo cordel ganadero.

El rumor del Tormes y sus innumerables afluentes es el rumor de la vida en los campos ledesminos, que subieron de fiesta por última vez al corazón de piedra de la villa para celebrar el minicorpus de agosto, y que volverán a hacerlo en diciembre, por las Candelas. Acaso para saborear las carnes o las tencas fritas, o las rosquillas ledesminas. Fiesta en la roca. Rumor del agua del Tormes y sus tributarios en el campo. El sonido más auténtico de Ledesma.

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