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Fotograma de 'Voces distantes'.
Una cierta historia del cine de autor

Un álbum de familia

Seminci. ·

Terence Davies reconstruye su infancia de posguerra con una poética obra vertebrada por canciones populares

Jorge Praga

Jueves, 4 de septiembre 2025, 11:25

Terence Davies (1945-2023) construyó a paso lento una obra (ocho largometrajes más un documental sobre Liverpool) en la que la presencia de sus raíces ... familiares y culturales se conjuga con una personalidad única. Un creador al margen de movimientos y modas. En su cine podemos rastrear los cuidados de la puesta en escena de clásicos del cine inglés, como David Lean –'Breve encuentro'- o Michael Powell –'Las zapatillas rojas'-. Por el contrario no aparecen para nada los impulsos sociales y juveniles de la etapa del cine inglés en la que se formó como espectador, el 'free cinema'.

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Sus raíces: infancia en Liverpool, en el barrio obrero en el que se crio. Su casa de ladrillo rojo repetida clónicamente por toda Inglaterra. La familia de diez hermanos, la brutalidad de su padre. El clima lluvioso, el refugio colectivo en pubs e iglesias. Referentes personales que nutren su cine desde 'Voces distantes' (1988) y 'El largo día acaba' (1992), ambas premiadas con la Espiga de Oro en la Seminci. Crea en ellas una forma poética en la que la narración se esconde tras la fuerza evocadora de la música, del claroscuro de las habitaciones, de los lazos sentimentales de los personajes. Tras esas dos obras Davies abrió su cine a otras fuentes, como las adaptaciones de novelas de John Kennedy Toole o Edith Wharton o la ambiciosa recreación de la poesía de Emily Dickinson. Pero nunca dejó de lado las evocaciones de sus primeros años, que retornaron en 'The Deep Blue Sea', ni la cultura inglesa que a través de los poetas de entreguerras vertebra su última obra, la extraordinaria 'Benediction'.

'Voces distantes'

Reino Unido, 1988. Director: Terence Davies. Intérpretes: Freda Dowie, Pete Postlethwaite, Angela Walsh. Cines Broadway, jueves 4, 20:00 horas. 6 euros.

Terence Davies volcó en 'Voces distantes' muchas vivencias propias: el barrio obrero donde estaba su casa, las relaciones de vecindad, las fiestas en pubs donde se bebía y cantaba --ambos con exceso-, los programas de la radio. Incluso incorpora presidiendo el salón de la familia una foto de su padre, un ser violento que le amargó la infancia y que en el reparto encarna el rostro terrible de Pete Postlethwaite. Pero la película busca su propia forma narrativa prescindiendo de la linealidad de una biografía. El tiempo se columpia de una secuencia a otra, como un álbum de fotos familiares abierto una y otra vez al azar. De hecho el arranque de cada parte suele venir de un plano estático, casi teatral, al que el movimiento llega tras un silencio contemplativo de la cámara.

El resultado es una obra conjugada en pretérito perfecto y tejida con recuerdos que se entrelazan por afinidad sentimental. El tiempo los ensarta con un baño musical que renace sin cesar, y al que los protagonistas prestan su oportunidad y su voz. Canciones y más canciones a capela, canciones populares que todos conocen. Las amarguras y renuncias que pesan sobre los personajes se desdibujan en la alegría de la voz colectiva, que es presente risueño y recuerdo de ocasiones mejores.

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No hay nostalgia dulzona, pues los malos tratos, el fracaso o la muerte tienen su lugar en cada familia. Pero el arte no olvida sus poderes para combatirlos y esquivarlos.

La marca del autor

La película se abre con un plano de la planta baja de la casa familiar. La cámara se desliza al interior y se emplaza ante la escalera, donde la madre está llamando a sus hijos para que bajen a desayunar. Oímos sus pisadas en los peldaños, también sus voces, de niños y luego de adultos, sin verlos: es una presencia fantasmal. La cámara no deja de encuadrar a la escalera, auténtico túnel del tiempo que tiene en cada peldaño una escena, un hecho del pasado. La escalera es la estructura metafórica de la película, por ella descenderán la novia que se va a casar, el cadáver del padre maltratador, las ilusiones de las chicas que quieren ir al baile. Sus penumbras teñirán de sepia los planos de interiores (una fotografía excepcional los recorre), sus oquedades crearán el silencio necesario para que arranque la gracia de las canciones. En el cine de Davies siempre hay una casa, una escalera, un juego de tiempo vertical y dramaturgia horizontal.

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