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Max Bragado, junto a su piano. Iván Tomé

Piano de gran cola busca comprador

Max Bragado, primer director de la OSCyL, rememora su carrera musical en Europa y EEUU antes de mudarse a Levante donde no puede llevar su colosal 'Mason & Hamlin', creado para las salas de conciertos

Victoria M. Niño

Valladolid

Domingo, 14 de septiembre 2025, 09:47

No es un anuncio de venta al uso, por la mercancía –un piano de gran cola–, por el vendedor –Max Bragado, primer director de la ... Orquesta Sinfónica de Castilla y León–. Nacidos ambos para la exhibición, en la sala de conciertos y en el podio, han vivido discretamente hasta que la inminente mudanza del maestro a Levante les separe. El músico, que lleva 25 años dirigiendo en Estados Unidos y estudiando en Valladolid, desearía que su 'Mason & Hamlin' se quede por Castilla y León. Sus dimensiones, 284 cm de la largo y 164 de ancho, demandan escenario profesional o palacio.

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Max Bragado recibió el encargo de formar la OSCyL en 1991. Fue su titular hasta el 2000, una etapa feliz de su vida que acabó abruptamente. «Todos nos vamos. A veces la relación dura tres años, otras, veinte. Cada caso tiene sus motivos distintos, pero nadie sabe por qué siempre se acaba, en todas las orquestas. Debe ser algo químico», dice sonriendo quien nunca ha querido hablar de esto en público. Desde entonces acude a escuchar a su criatura al Delibes, el auditorio que soñó y pidió y cuyo podio no ha pisado. Por eso visitar su piano permite entornar una puerta gentilmente cerrada durante un cuarto de siglo.

El maestro cumple 80 años que no aparenta, es director emérito de la Orquesta de Monterey (California) y leva anclas hacia el Mediterráneo donde retomará la música de cámara y dirigirá la ADDA, Simfònica de Alicante.

El 'Mason & Hamlin' de Max Bragado.

«Toco el piano, no soy pianista», aclara. Cuando vendió su casa de Nueva York, ciudad en la que viven sus dos hijos bailarines, negoció con Mary, su compañera y directora de coro, «darme un capricho». Cumplidos los setenta se compró este piano, el favorito de Rachmaninov, alabado por Ravel y Liszt. La mayoría de las salas eligen Steinway (marca europea luego emigrada a EEUU), sin embargo Bragado apostó por una genuinamente americana. Mientras sus colegas saltaban a estudiar del Madrid de los sesenta a Viena o Berlín, él cruzó el Atlántico. Siguió el rumbo anglosajón que el azar de un concierto, de una beca, de una familia de acogida musical, le marcaron.

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«Es un piano robusto, hecho artesanalmente –lleva siete capas de todo–, con un sonido potente y a la vez suave, con teclado de varias posiciones para lograr efectos metálicos si se quiere. También es una apuesta por la innovación. Desde cómo te lo enseñan en fábrica es distinto», explica orgulloso el dueño. Se diría que es un piano manierista, de cola alargada, una ilusión óptica propia del Greco. Su soberbia desproporción bien merece tumbarse para admirar bajo la tabla armónica el famoso mecanismo de corona de la que salen tirantes hacia el perímetro, hechos de una aleación indolente a los cambios de temperatura. «Este piano suena igual si lo llevas al desierto que al Polo Norte». Precio original, 250.000 dólares.

«Me gustaría que se quedara por aquí. Es un gran instrumento. He considerado la donación, que en EE UU permite exenciones fiscales, pero en España no», lamenta quien ha vivido a caballo entre dos países de los que ha intentado quedarse con lo mejor.

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Y allí se formó el joven Bragado tras toparse con la aspereza del conservatorio español. «Al principio, con ocho años, fui mal estudiante. No leo bien a primera vista. El método del sur de Europa, que pone el énfasis en el solfeo, quita las ganas a los niños mientras que en el norte lo primero es tocar, jugar con el instrumento», recuerda.

Del balón al teclado

«Mi compañero de pupitre en el colegio me insistía para que fuera a ver un ensayo de su padre y al final un día le acompañé con la condición de que después fuéramos al Retiro a jugar al fútbol». Entonces, en el patio de butacas del Palacio de la Música, a sus once años escuchó por primera vez a una orquesta, la ONE, a un pianista, Samson François, un concierto, el 'Emperador' de Beethoven. «Aquello me produjo tal impresión que pedí a mi amigo Fernando que me presentara a su padre porque yo quería hacer eso». Aquel hombre era Ataúlfo Argenta y Max no volvió a interesarse por el balón.

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«Me pidió que aprendiera a tocar el piano». Se aplicó a ello dejando atrás a 'pitecantropus erectus', su apodo en el campo de juego. Ese impacto en un niño es lo que ha perseguido allá donde ha estado, abriendo los ensayos y haciendo posconciertos para el público infantil o de necesidades especiales, «al que hay que tratar como al resto, porque detectan cuando se le da lo mejor o un sucedáneo». Ahora que visita de vez en cuando las consultas médicas está recibiendo el feed-back. «Varios médicos me han agradecido empezar a amar la música en aquellas sesiones en el Carrión», recuerda. «El gremio sanitario es especialmente sensible al poder de la música», sentencia quien fue llamado por Carlos Rubio, primer gerente de la OSCyL, a la sazón médico, cuando estaba al frente de la Orquesta de Las Palmas.

Aquella fue su primera titularidad tras rodarse en orquestas universitarias en Estados Unidos. Allí hizo sus estudios superiores y másters de piano y dirección, en el Oberlin College. A la prematura muerte de su estrella, Ataúlfo Argenta, le siguieron otros golpes de suerte en la tierra de las oportunidades. «En Estados Unidos si eres una locomotora, te propulsan». Desde hacerle una audición fuera del día previsto a que la policía le 'prestara' el calabozo para dormir una noche que no tenía dinero y terminó por escoltarle hasta la prueba.

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Suerte de tener una carrera

Mientras estudiaba formó una pequeña orquesta, quería dirigir, quería tocar, buscó formas de tener algún ingreso. Empezaron a colaborar con un hospital de veteranos, aún hoy recuerda volverse al final y ver a cientos de hombres mutilados. El servicio de la música a la comunidad atraviesa su vocación. George Szell le escuchó tocar las 'Variaciones' de Schönberg y la 'Petruska'. El célebre director de la Orquesta de Cleveland le ofreció ser su asistente cuando James Levine dejó el puesto. Bragado intuyó cierta estabilidad laboral, «pero su repentino fallecimiento hizo que el castillo de naipes se cayera». La esperanza entonces vino de la mano de otro español, Theo Alcantara, en Michigan.

«Cuando consideré que tenía un bagaje, volví aEspaña», eran los noventa, todas las autonomías querían tener su sinfónica. «Vine con la idea de hacer una orquesta distinta. Quería implantar el respeto a la tradición que hay en EEUU, donde los profesores del Conservatorio son también los titulares de las sillas de la orquesta. Pero aquí hay una distancia insalvable entre el conservatorio y la orquesta. Debe enseñar quien toca en el escenario».

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Llegó a Valladolid y de la orquesta municipal solo rescató a tres músicos. «Puse como condición que los elegiría yo, que debían tener el nivel que yo quería. Yme dejaron hacer, ahí empecé a ser 'autoritario'». Eligió bien, entre nacionales, anglosajones y miembros de una orquesta polaca. Una de ellos, Violeta, ha sido la concertino durante 25 años. Se peleó con la burocracia, grabó discos, hizo giras internacionales mientras mantenía sus colaboraciones con otras orquestas. Trabajó muy bien con Emilio Zapatero de consejero, no tanto con su sucesor, Tomás Villanueva.

«He tenido una carrera modesta y una vida feliz», dice besando a Mary, delante del piano cuyo lema reza«que quien haya merecido el laurel lo lleve». De momento vuelan a Japón, allí quieren escuchar a María Dueñas.

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