Soprano lírica con esmalte en la sala Delibes del Calderón

Con Irene disfrutamos más a menudo y poco más hay que añadir sobre su maestría en el acompañamiento sentido, justo y respetuoso siempre en todo el repertorio. A María se la esperaba con expectación. Su voz es grande, esmaltada, bien timbrada y apoyada en buenas técnica respiratoria y vocalización; de hecho, merece su presencia en la sala grande del teatro, en repertorio lírico adecuado a estas características, unidas a su presencia, naturalidad y base musical (piano, ballet, canto), ideales para la representación.

En el lied alemán, tan exquisito en su poética (Daumer, Kremer), María cumple bien con otro enfoque, pero quizá falten matiz y profundidad en una voz tan grande; aún así, brilló en el alegre agitado 'Regreso a casa' op. 7/6 de Brahms y en 'El caminante en el aserradero' de Clara Schumann, tan hábil en este género. Con la canción francesa subió el nivel, tanto en la romántica Cécile Chaminade y textos de Guinand: 'Sombrero' y 'Serenata sevillana', donde la vocalidad de María estuvo muy cómoda; y aún mejor en el modernista Poulenc y textos de Anouilh y Cocteau, donde lució dominio del parlato y extensión homogénea, con brillante papel de Irene y su pianismo.

Y el máximo en canción clásica española, siete muestras del Vol. 1 del fino barcelonés Obradors, que la trata desde el siglo XV al XIX: siete perlas entre las que lucieron: 'El majo celoso', 'Con amores, la mi madre', agudo final muy bien colocado, y gracia y picante en 'Chiquitita la novia'. La sala, casi al completo, aplaudió cada pieza y mucho más al final, recibiendo tras varias salidas un precioso 'El majo discreto' como regalo final.