Sesión matinal privada
Miguel Delibes mantuvo una estrecha relación con el cine. Como espectador y como autor
Alguna que otra vez ha salido a colación, en estas 'mis horas con Delibes', la relación del escritor con el cine. Relación y afición estrecha, ... gustosa, muy placentera. Una de mis crónicas dominicales la titulé 'Una mutua fascinación'. Me refería a la que Delibes sintió por el cine ya desde niño, y a la que luego el cine manifestó por el novelista, llevando a la gran pantalla nada menos que nueve de sus novelas.
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Yo fui con Miguel unas cuantas veces al cine. A las salas de cine, me refiero, porque para Delibes el cine había que verlo en el lugar y el ambiente adecuado: (...) «la oscuridad de la sala, el silencio, el misterio, la proyección...». Incluso acudí con él a sesiones matinales, particularmente en la Seminci vallisoletana. Guardo un recuerdo muy vivo del pase matinal, en el Calderón, en 1988, de la película de Antonio Mercero basada en la novela 'El tesoro'. Solo aquella proyección, fuertemente contestada por el público y cuestionada por el propio novelista, daría para una de mis croniquillas dominicales.
Pero hoy de lo que voy a hablar es de otros pases matinales y privados. Tan privados como que solo estábamos dos espectadores en la sala: Miguel Delibes y quien esto escribe. Fue por gentileza del empresario Francisco Heras, propietario de los cines Broadway de Valladolid. Delibes hacía tiempo que no se sentía con fuerzas para acudir a una sala de cine con público, y Paco Heras, conocedor de su inveterada afición, se propuso poner remedio:
–Las películas que yo piense o que tú me digas, Ramón, que pueden interesarle, se las ponemos por la mañana en exclusiva para él.
Y así fue durante algún tiempo. A veces íbamos Miguel y yo dando un paseo de su casa al cine, y otras veces venía Paco a buscarnos con su coche. Recuerdo muy vivamente la proyección, en enero de 2006, de una película americana, por título 'Brokeback Mountain', y con la homosexualidad masculina como argumento. Dos fornidos vaqueros, aislados en el monte por razones de trabajo, establecen una relación irresistible e incontrolable, regida por un fatum al más genuino estilo de la tragedia clásica. Y todo muy bien narrado, y todo sin escenas explícitas de sexo, solo insinuaciones, como siempre le gustó a Delibes, incluso en alguna película suya en que el director se pasó de la raya y él se lo echó en cara. A Miguel le gustó la película, y mucho, y se hizo lenguas de ella durante algún tiempo.
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Primeros contatos
No viene al caso recordar otros títulos que vimos, en sesión matutina privada, pero sí me apetecía recordar estas experiencias cinematográficas que forman también parte de mis horas amistosas con el escritor.
Y hablando de experiencias o anécdotas cinematográficas, a lo mejor otro día me ocupo de los primeros escarceos o contactos de Delibes con el mundo del cine: como cuando hizo de extra, por sacarse un dinerillo, en una película que Orson Welles rodó en el claustro de San Gregorio de Valladolid; o cuando, ya escritor de renombre, recibió el encargo de revisar los diálogos de la película 'Doctor Zhivago' en español, para pulirlos y darles veracidad.
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–Cuando luego se estrenó la película en Valladolid –contó Delibes en una entrevista–, y a uno de los personajes le hago decir «lameculos» por ajustarme y cuadrar las sílabas, oigo exclamar a una vecina de butaca: ¡Anda, también en Rusia dicen lameculos, qué gracia!
El cine y Delibes, como puede comprobar el lector, da para mucho.
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