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Angélica tanarro
Valladolid
Jueves, 14 de marzo 2019, 09:04
Eloy Tizón (Madrid, 1964) cree que para todo escritor es bueno cambiar alguna vez de registro. Sin embargo, ésta no es la razón que le motivó a publicar 'Herido leve', su primera obra de no ficción que mañana llegará a las librerías de la mano de Páginas de Espuma. No. Como él mismo confiesa en el prólogo de la obra, su origen estuvo en uno de esos parones que a veces sufren los escritores. «Volví de un viaje a Cartagena de Indias y de repente me vi estancado. Estaba escribiendo un libro de cuentos con un mismo protagonista y no podía continuar». Así fue cómo, para no estar parado, empezó a hacer arqueología por los discos duros de su ordenador y se reencontró con más de un centenar de artículos, pequeños ensayos sobre libros y autores que a lo largo de treinta años había ido publicando en revistas. También había prólogos y algunos inéditos. Los leyó «con el morbo de leerse a uno mismo. Muchos ni los recordaba» y empezó a surgirle la idea del libro. La complicidad de su editor, Juan Casamayor, hizo el resto.
–¿Ha cambiado mucho estos ensayos respecto a cómo fueron en su primera publicación?
–Sí. No en cuanto a las opiniones. No es que antes hablara bien de un libro y ahora mal o al revés. Pero han cambiado porque yo ahora soy un lector más informado. Cuando escribí muchos de estos artículos era muy joven, había leído menos. Pero ese material era valioso para hacer un libro en el que yo pudiera reconocerme. Ahí están mis opiniones y mi visión de la literatura tal como pienso hoy.
–Lo más difícil fue encontrar la estructura del libro.
–Sí, porque no tenía sentido publicarlos uno tras otro por orden cronológico. Busqué otros enfoques, geográfico, por ejemplo, pero siempre había algo que lo trastocaba. Y Andrés Neuman vino en mi ayuda. Me dijo «¿por qué en lugar de encajarlos en moldes no le das una clasificación más atmosférica, por familias, por ejemplo, agrupando los libros que tienen que ver con el arte o con la historia?». Eso me daba más libertad. Así en 'Bárbaros sofisticados' agrupo a los escritores como artistas, el caso paradigmático es Flaubert, o aquellos en los que había una clara pulsión artística como en Gertrude Stein. En 'Tiempo esmeralda' está la pulsión de la historia. En 'Todas las direcciones' está la pulsión del viaje. Fui ordenando tentativamente, pues había autores que podían estar en un capítulo o en otro. Por ejemplo, a Moisés Mori le incluyo en el capítulo de los escritores rusos por su libro sobre Turguéniev, pero podría estar en el de los escritores españoles.
–El libro comienza con un texto apasionado, intenso, 'Cien años de compañía', que, según dice, escribió en 2014 y que estaba inédito. Sin embargo, parece que no hubiera un texto mejor para empezar la lectura de 'Herido leve'.
–Pues es así. Lo escribí en 2014 por puro placer. Nadie me lo había encargado y estaba ahí esperando un encargo o su momento. Y cuando empecé esta recopilación desde el minuto uno me acordé de este texto en el que me proponía recordar cómo fue ese momento en el que nos enamoramos de la literatura. No importaba tanto el libro que produjera ese sentimiento sino el sentimiento en sí.
–Pero abrir con él tenía también un riesgo. Comenzar tan intensamente puede llevar a querer mantener esa intensidad o que el lector encuentre que decae.
–Yo tuve claro que ese primer artículo tenía un grado de exaltación superior y que mantenerlo podría resultar fatigoso para el lector. El libro tiene momento de intensidad diferentes. Y me gusta que sea así. Que atraviese diferentes edades, diferentes voces. Que se note mi evolución. A fin y al cabo, esta es mi biogafía lectora.
–Cuando se enfrentó a la relectura, 25 años después de su publicación, de 'Velocidad de los jardines', su primera obra de éxito, para una edición conmemorativa, me dijo que le había sorprendido encontrarse con un escritor tan apasionado. ¿Qué sensaciones ha tenido releyendo ahora estos textos?
–Me ha gustado mucho encontrarme con esa apología que hago de la literatura, con las ganas de contagiar el placer de leer. Al contrario que la relectura de 'Velocidad…' ésta ha sido muy participativa porque podía y quería cambiar cosas. Aquí podía intervenir. Y ha sido una lectura apasionante porque al fin y al cabo esta es parte de mi biografía. Muchos de los artículos eran encargos, pero conforman 30 años de mi vida.
Excursión al prodigio
–¿Ha hecho muchos descartes? ¿Y, al contrario, faltan autores que le hubiera gustado incluir, pero no escribió hasta ahora sobre ellos?
–Sí he descartado bastantes artículos. Los que ahora mismo no tendrían sentido. Fueron encargos de obras que a lo mejor en ese momento estaban en la actualidad, pero ahora nadie se acuerda de ellas, o son de autores desconocidos. Y sí, me faltan algunos autores que han sido importantes para mí. Por citar solo dos, diré que no están Proust ni Virginia Woolf. Están en citas, porque no podían faltar, pero no tuve ocasión de hacer un ensayo sobre ellos.
–En este tiempo, ¿cómo ha cambiado el lector Eloy Tizón?
–No leo de manera tan diferente. Ahora la lectura no tiene ese carácter de descubrimiento fogoso de cuando leías a Kafka por primera vez y descubrías el mundo y te creías que eras el primer lector de Kafka. Pero no me ha abandonado el entusiasmo. Ahora contextualizo más, tengo más capacidad para relacionar autores, para establecer líneas de fuerza entre ellos, antes leías de una forma más desnuda.
–¿Y qué le pide ahora a un libro?
–Hoy recibimos los libros con mucha información previa. Y es necesaria cierta inocencia a la hora de enfrentarse a ellos. Antes, ir a la lectura era una excursión al prodigio. Busco cosas que no sepa, que me hagan dudar de lo que creo que sé.
–Por cierto, no estoy de acuerdo con el título. Usted, de 'herido leve', nada. Está profundamente herido.
–Sí, pero había que quitar hierro al asunto. Lo cierto es que estoy bastante herido, pero a veces, cuando hablamos de ello los escritores nos ponemos tan sublimes que… Pero no deja de ser una herida trágica porque te va a condicionar la vida. No nos impide seguir viviendo, pero es profunda, aunque paradójicamente también nos ayuda a vivir.
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