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Raúl de Tapia y Clara Obligado, en el Retiro.

Un bosque plantado por escritores

La narradora Clara Obligado y el biólogo Raúl de Tapia, autores de 'Un árbol de compañía', invitan a los autores a plantar un árbol por cada libro publicado en una finca salmantina

Victoria M. Niño

Valladolid

Domingo, 16 de noviembre 2025, 09:28

Les costó encontrar el punto medio en el que una escritora observadora de árboles y un biólogo poeta pudieran hablar de bosques y los lectores, ... invitados mudos, disfrutaran de esa conversación. Finalmente, la narradora argentina Clara Obligado y el paisajista salmantino Raúl de Tapia dieron con la fórmula que ha cristalizado en 'Un árbol de compañía' (Páginas de Espuma). La experiencia les ha dejado la secuela de necesitarse como interlocutores habituales. Ahora en vez de hablar de castaños, intercambian recetas de castañas. En vez de solazarse con el resultado, han decidido pasar a la acción. «Hemos pensado que cada vez que 'perpetramos' un libro, sería bonito plantar un árbol porque la celulosa no viene del aire», dice Clara.

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'Un árbol de compañía'

  • Clara Obligado y Raúl de Tapia. Páginas de Espuma. 144 páginas. 17 euros.

Obligado se ha contagiado de la pasión de Raúl de Tapia, quien forma parte de la Fundación Tormes EB. Desde hace 25 años recuperan el paisaje que destruyó una gravera en Almenara de Tormes, a 17 kilómetros de Salamanca. Está orgulloso de su bosque, al que acuden a cantar en un día soleado hasta 40 especies de aves.

«Los bosques son tiempo», le dice Clara a Raúl en ese diálogo que mantuvieron durante un año, un ciclo de «muerte y resurrección» a escala humana. La escritora se sintió intimidada por los árboles durante la pandemia. «Nosotros éramos tan finitos, estábamos tan expuestos a la muerte, mientras los árboles seguían ahí mirándonos. Pensaba, estos señores llamados árboles sí saben qué hacer».

La inmortalidad del árbol abrumaba a la escritora y el biólogo le iluminó con la razón. «Están programados genéticamente para no morir, si no concurren enfermedades o incendios. Hay un tejo en Escocia de 3.500 años. ¿Cómo entender a seres vivos que nos traspasan generacionalmente? Te ponen en tu sitio emocional, no nos volvamos egocéntricos. Esos árboles llevan centenares de años ahí. Entender su tiempo es comprender que la naturaleza necesita paciencia y la estabilidad que permita su desarrollo».

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Esa escala diferente confiere generosidad al hecho de plantar. «Ese paisaje, que tiene casi treinta años, lo empecé a trabajar con mis compañeros cuando teníamos 28 años y ahora, con 54, podemos pasear por un bosque que hemos plantado, una de las mejores cosas que te pueden pasar en la vida. Pero también sé que lo que plantamos ahora lo veremos cuando andemos por los 80, si llegamos. A los árboles hay que admirarles a escala humana, siendo conscientes de nuestra caducidad».

Entre el vocabulario científico y el juego que le da a Clara, entre los intercambios de recuerdos de sus relaciones con jardines y su presente, se entreveran sus lecturas y autores en quienes convergen sus intereses como la poeta Ida Vitale o el botánico Stefano Mancuso.

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Precisamente la escritora uruguaya tiene relación con Salamanca y les gustaría invitarle a su proyecto, aunque sus 102 años compliquen el viaje. «Me parece bien la reflexión pero en nuestra época debe estar acompañada de la acción», sostiene esta 'cocinera' del texto de 'Un árbol de compañía'. «Es urgente en este momento hacer algo. Se nos ocurrió hacer un bosque de libros en una parcela de la Fundación que dirige Raúl. Cuando escribes un libro matas un árbol, de ahí proponer a los escritores que planten un árbol por cada libro que escriban. Me parecía un símbolo bonito, escribimos pero también plantamos», dice Clara.

Irene Vallejo, Mónica Ojeda

«Todavía hay parcelas en las que seguir plantando», aclara Raúl. «Queremos recuperar las antiguas olmedas, tras la desaparición de los olmos por la grafiosis. Ahora tenemos variedades resistentes. Tiene todo el sentido invitar a gente del mundo del libro, escritores y lectores, a que participen. Es un ejercicio de sensatez, dependemos de la naturaleza». Si se les pregunta por nombres, a quién se lo propondrán en febrero, cuando se hayan oreado los hoyos cavados, los dos coinciden en Irene Vallejo. «Que haya escrito un tratado a la historia del escribir es hermosísimo», afirma Raúl. «Ida Vitale, sería un lujo. Ha estado hasta en tres ocasiones en Juzbado, un pueblo cerca de la finca. Cuando la conocí le dije que le iba a presentar a un coetáneo suyo. Ella esperaba a alguien y le mostré un chopo. Sonrió y dijo 'está más hermoso que yo'». A Clara le gustaría invitar a la escritora ecuatoriana Mónica Ojeda, «porque tiene una relación interesante con la tierra y es, como yo, extranjera. Para los extranjeros plantar en España es algo simbólico».

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Del arraigo también hablan. Obligado tiene «un jardincito minúsculo que sobrevive como puede en Extremadura. Creo que se parece a mí. Tiene mucho de mi jardín en Argentina, que era un parque. Muere y resucita como son los pequeños lugares y estoy feliz. Es lo que mi vida me permite, no me permite ser un gran árbol. Me parece bien ser algo efímero». Raúl va a recuperar un bosque arrasado en Monsagro. «Hay miles de hectáreas quemadas. Empezamos con 1.300 robles y castaños. Escribimos en el paisaje y podrá leerse dentro de 30 o 50 años. Los paisajes que terminas restaurando te atan de una manera personal, eres responsable de lo que va a acontecer. No son solo arboles sino que con ellos vendrán arbustos, herbáceas, insectos, mamíferos, canto de pájaros». Escribir y plantar son sinónimos para estos dos autores que elogian la lentitud.

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