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El salón de la casa del escritor. Alberto Mingueza

Se nos va a hacer raro, Abuelo

El autor recorre los inmuebles que habitó Miguel Delibes en Valladolid hasta la mudanza de su legado a la Cada Museo

Germán Delibes Caballero

Sábado, 18 de octubre 2025, 08:43

Tras un periplo de 105 años que comenzó en el número 12 de la Acera de Recoletos allá por 1920, llegas al palacio del Licenciado ... Butrón, en la plaza de las Brígidas, donde estará ubicada tu Casa Museo. Entre medias hubo tres casas. Me contó mi padre que cuando estalló la Guerra Civil española vivías en la calle Colmenares, donde tu madre habilitó un abuhardillado para evitar que tus amigos y tú estuvieseis en la calle. Sería precisamente en esa buhardilla donde, además de aprender a jugar al póquer, tomaste la decisión de alistarte en la marina para evitar el cuerpo a cuerpo en una guerra en la que, como llegaste a asegurar, no ganó nadie, perdieron todos. Tras casarte con la abuela Ángeles os mudasteis a Filipinos, vivienda de protección oficial que resultó del agrado de Rafael Vázquez Zamora, responsable de Destino que viajó a Valladolid para entregarte las 15.000 pesetas del Premio Nadal. Un domicilio que no tardó en quedarse pequeño tras el nacimiento de vuestro quinto hijo, Juan, y que os llevó al Paseo Zorrilla. Una casa en la que, desgraciadamente, te tocaría vivir la enfermedad y la muerte de Ángeles; años más tarde, junto a Elisa, tu salvaguarda desde aquel fatídico episodio, y los Corzo Delibes, acabarías en Dos de mayo, donde viviste hasta el último aliento.

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De esos instantes finales guardo uno de mis últimos recuerdos junto a ti. En mi libro 'El abuelo Delibes', en el capítulo La ausencia, se puede leer lo siguiente: «Un par de días antes del 12 de marzo, mientras comían los hermanos Delibes en el piso superior, pude pasar un rato a solas con él. Tumbado boca arriba en su cama y aparentemente dormido, respiraba con cierta dificultad, aunque lo hiciese de forma rítmica y ajeno a todo lo que allí acontecía. Me senté a su lado y le agarré la mano. Una mano que había sabido dar vida a cientos de personajes. Unas manos tibias y tersas a pesar de la vejez que transmitían una agradable sensación de calidez y bienestar. Creo recordar que fue mi madre la que me dijo que no desaprovechase la ocasión para hablarle y que, aunque la apariencia me hiciese pensar lo contrario, no dejase de decirle todo aquello que estimase oportuno antes de no poder hacerlo más. Desconozco si en algún recóndito lugar de aquella aparente y extraña placidez en la que se encontraba, pudo escuchar lo mucho que le quería o lo mucho que le iba a echar de menos. Mientras lo hacía, realizaba una serie de movimientos circulares con mi dedo pulgar sobre el dorso de su mano esperando en vano una reacción de sus dedos, un gesto que me hiciese entender que me estaba escuchando. Ese día no pude reprimir la emoción mientras le hablaba y el nudo que se formó en mi garganta y en mi pecho terminó por aflorar en forma de lágrimas. En ese instante y de forma inconsciente, le estaba dando las gracias por todo.»

«Las cosas podían haber sucedido de cualquier otra manera y, sin embargo, sucedieron así». Así dabas comienzo a una de tus novelas más emblemática, 'El camino', y aquí comienza el suyo esta Casa Museo en la que tantas ilusiones ha depositado tu familia. Espero y deseo que la Junta de Castilla y León, encargada de su gestión, esté a la altura de las circunstancias y colabore con la Fundación Miguel Delibes para que tu legado sea, por méritos propios, eterno.

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