La ciudad es la que debe ser juzgada
Asunción Esteban y Manuel González indagan sobre las 'Herejes luteranas de Valladolid. Fuego y olvido sobre el Convento de Belén', publicado por la UVA
Tenemos que celebrar la publicación de un libro clave para la comprensión de la historia de Valladolid en general y en concreto la del Convento ... de Belén, 'Herejes luteranas en Valladolid. Fuego y olvido sobre el Convento de Belén'. Un libro que aclara muchos aspectos sobre el erasmismo, el luteranismo y la vida en Valladolid en torno al auto de fe de octubre 1559 en el que fueron quemadas cuatro monjas –cuya historia resucitan sus autores de las cenizas del olvido–, y que presta principal atención a la vida monacal y al papel de la mujer en esa interesante época de incipiente apertura hacia la libertad de pensamiento, tan cruelmente segada por reyes e inquisidores.
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Sus autores, Asunción Esteban Recio, medievalista de referencia en estos temas, y Manuel González López, teólogo comprometido y gran conocedor de la ciudad, acometen este rico empeño con profunda sensibilidad histórica y humana y un denodado trabajo documental. Con estas herramientas, reconstruyen el auge y declive de la ciudad a partir de tres ejes cohesionadores: el fuego, el olvido y la destrucción de su rico patrimonio cultural y arquitectónico a manos de los especuladores.
El fuego es, en efecto, transversal al libro. El fuego que destruye y arrasa, tanto la vida en los autos de fe de 1559, como el que solo un año después se lleva por delante parte importante de la ciudad. En cuanto al olvido, la cita de De Gaulle lo dice todo: «Nada se seca tan pronto como la sangre». De los especuladores se habla largo y tendido en la historia de Valladolid que los autores acometen, desde la Baja Edad Media hasta hace unas décadas, centrada en el destino tanto de los tres escenarios de la tragedia, el triángulo místico formado por el Convento de las Huelgas, la Iglesia de San Juan y el Convento de Belén, como del triángulo regio: el Colegio de San Gregorio, los palacios reales, la Iglesia de San Pablo.
La visión de la ciudad es de una extraordinaria riqueza: el lector pasea por sus conventos e iglesias, palacios y jardines; se codea con María de Molina, Teresa Gil o la reina Juana, con los Cazalla, con don Carlos de Seso, con nobles, como el Duque de Lerma, y obispos, con los escenarios de los Autos, Campo Grande y la Plaza Mayor, y asiste con vergüenza histórica y horror al episodio central del libro, el proceso inquisitorial y la posterior quema de los cuerpos de hombres y mujeres y el papel que tuvieron en ella la Iglesia y los reyes Carlos V y Felipe II. Se presta especial atención a las monjas del convento de Belén, a la cabeza Marina de Guevara, que fueron procesadas y quemadas, o a las que fueron sometidas a escarnio público, como doña Ana Enríquez, y el papel que desempeñaron en la recepción de las nuevas ideas que llegaban de Europa.
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Porque las mujeres adquieren, en efecto, un protagonismo insólito en esta historia. Mujeres valientes, preparadas, cultas, con una osada curiosidad y afán de libertad de pensamiento y de criterio. Se las exhuma de su cementerio de cenizas para que alumbren la época que tuvieron la desgracia de vivir en lo que supone una resurrección en toda regla y también en cierta forma una reparación (que llega más de cinco siglos después).
Los autores nos ofrecen, en resumen, una visión amplia y panorámica de la mentalidad de la Baja Edad Media y de las claves del proceso inquisitorial, así como de la ciudad y su atmósfera, de los espacios y de la gente que los transita, y de los asuntos religiosos y políticos que mueven los hilos de la historia; todo ello gracias a un vasto y trabajado fondo documental y una extraordinaria sensibilidad de visión que conjuga la solidez argumental, la claridad expositiva, la percepción de aspectos humanos insoslayables en un tema tan sobrecogedor, y una escritura fluida y ágil que delimita de manera didáctica y amena la amplitud de temas y aspectos subsidiarios con breves apartados y frecuentes sinopsis.
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Pero también hay una soberbia meditación sobre la libertad de pensamiento y sobre los asuntos del alma, además de una relectura de Valladolid que se suma al homenaje a don Miguel Delibes en su centenario. Fue él quien, con su novela 'El hereje', devolvió a Valladolid sus señas de identidad más universales rescatando una historia olvidada y lo que supuso en aquellos años la fidelidad a la conciencia individual frente al pensamiento oficial impuesto.
De extraordinario interés para los vallisoletanos, pero también para cualquiera interesado en los entresijos de esta época en una ciudad clave para entender la historia con mayúsculas y con minúsculas. Porque «ninguno de nosotros puede ser juzgado por lo que ocurrió entonces. La ciudad es la que debe ser juzgada, aunque seamos sus hijos los que paguemos el precio», como advirtió Lawrence Durrell, no podremos evitar juzgar a esta ciudad que fue un poco el centro del mundo antes de que los especuladores la redujeran a un maltrecho recuerdo de glorias pasadas.
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