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YOLANDA VEIGA
Domingo, 8 de noviembre 2009, 02:12
Muchos críos ven en el uniforme escolar a un enemigo. Les cuesta entender que así se evitan las competiciones por las marcas, que se ahorra un dinero en ropa y que sus padres no pierden el valioso tiempo de la mañana pensando en qué ponerles cada día para ir al colegio. El suyo es un vestuario monocromático, generalmente en escala de grises y azules, del que algunos no ven la hora de librarse. Claro que cuando uno es adulto y empieza a trabajar se encuentra con parecidas limitaciones en la indumentaria. Y no hablamos de los bomberos, los policías, los pilotos y otros profesionales con uniforme oficial por exigencias de seguridad. Sino de empleos de 'civiles', ésos donde el contrato no detalla cómo se debe vestir pero resulta que luego el jefe pone mala cara si no se lleva traje y corbata o tacones. Estas exigencias suelen ser asumidas por el trabajador sin chistar, pero de vez en cuando surge el conflicto.
Advierte Domingo Arizmendi, abogado laboralista del Colegio de Guipúzcoa, con más de 35 años de experiencia, de que «estos conflictos no son frecuentes porque el empleado no suele buscar el pulso con el patrón», pero sí «son mediáticos». El caso más ruidoso fue el de las enfermeras de una clínica de Cádiz a las que la dirección exigía llevar falda y penaba con 30 euros menos en la nómina a las que se negaban y usaban pantalones. Las afectadas protestaron ante el Tribunal Superior de Andalucía pero el juez dio la razón a la empresa al entender que no había discriminación en la exigencia de la falda. «El asunto es opinable, pero la sentencia está bien argumentada. Quizá si se hubiera 'atacado' alegando que el pantalón es más seguro por el tema de los golpes y las rozaduras...», sugiere Arizmendi, quien advierte de lo difícil que es «valorar estas cuestiones porque hay muchos matices».
Otra sentencia respaldó también al empresario de un concesionario de coches que despidió a un comercial porque acudió tres días a trabajar en camiseta, vaqueros y zapatillas a pesar de ser advertido de que esa indumentaria era «inadecuada y perjudicial para la empresa». «Despedir a alguien por esto no es sencillo porque debe probar que la ropa es ofensiva para el empresario. Si el dueño del concesionario no le hubiera hecho advertencias previas lo habría tenido muchísimo más complicado para ganar el juicio», augura.
Los sindicatos, por su parte, ojean las sentencias y se echan las manos a la cabeza. Las consideran «lesivas», «discriminatorias», «excesivamente rigurosas»... Vamos, que «el juez se ha pasado tres pueblos», reprocha Pilar Sánchez, abogada de UGT en Madrid. Coincide con sus colegas de CC. OO. en que «a veces las empresas incurren en abuso de poder al imponer una determinada vestimenta». Y sucede «más en las compañías pequeñas, donde el jefe cree que como el negocio es suyo puede hacer lo que quiera. Ahí no suele haber representantes de los trabajadores y la gente traga y aguanta».
En ropa interior
Sobre todo las mujeres. «Existe aún cierto machismo y en lo referente a la vestimenta, se produce un trato desigual y peyorativo hacia ellas». A este propósito, Sánchez recuerda un caso: «El dueño de una óptica de Madrid no deja que las mujeres lleven pantalón debajo de la bata. Les 'aconseja' quedarse con la ropa interior o con una falda, lo que atenta contra la dignidad de las trabajadoras, además de resultar incómodo. Es discriminatorio porque a los hombres no les exige quedarse en calzoncillos». El asunto se puso en manos de una delegación sindical, que aún no ha logrado arrancar una denuncia «porque la mayoría calla por miedo a las represalias».
Otras veces no hay prohibición expresa y «el empresario utiliza la presión indirecta, que es más sutil, con comentarios del tipo 'no me gusta cómo vienes'. Quizá no le sanciona, pero le advierte: 'Ojo con el contrato' y eso también es imponer limitaciones», añade Arizmendi.
En las empresas niegan que pongan exigencias a los empleados «porque lo que se valora es el talento y no el aspecto, aunque ir bien vestido ayuda». Dicen confiar «en el sentido común del trabajador a la hora de arreglarse», pero «en caso de duda» recomiendan «mantener la vestimenta tradicional».
Para evitar conflictos los expertos sugieren que «el que quiera imponer cuestiones sobre el vestir lo incluya en el contrato de trabajo». Y que «se pague», exigen los sindicatos. «Si tengo que ir peinada y maquillada de peluquería deberían pagármelo. En el caso de la sentencia contra el empleado del concesionario podía haber alegado que el traje le suponía un gasto extra y que no estaba especificado en el contrato», sugieren desde UGT.
Es viernes, fuera corbatas
Claro que tampoco se puede incluir cualquier cosa en el contrato. «El Estatuto de los Trabajadores y la Constitución garantizan el derecho a la propia imagen y a la no discriminación y eso no se puede vulnerar», advierten en Comisiones Obreras. Derechos que tampoco deben colisionar, por otro lado, «con el de libertad de empresa», apunta Arizmendi, quien considera que, en todo caso, «más allá de especificaciones contractuales, prima el sentido común».
«No puede haber las mismas exigencias de vestuario para un frutero que para una dependienta de Loewe, ni para alguien que trabaja de cara al público y el que no», comentan los dueños de la empresa de coches Ford. Ellos aceptan que los empleados vistan 'bussiness casual' -«ropa informal como jerseys, camisas, faldas, blusas y pantalones cómodos que mantienen la compostura, pero nada de prendas rotas o desgastadas»- «dentro de la oficina, aunque cuando tienen que tratar cara cara con el cliente deben mantener la indumentaria tradicional porque representan a la compañía y son su imagen».
«Donde fueres, haz lo que vieres. No hay normas escritas, pero el entorno marca el modo de vestir. Aunque te gusten las chanclas no las vas a llevar a trabajar, porque no las lleva nadie y tú mismo te vas a sentir incómodo, pero con un vaquero y una blusa arreglada se puede ir perfectamente a una reunión», señalan en Telefónica. Aquí los viernes hay más libertad. «Ese día no hay corbatas». La cuestión es «adaptarte al entorno de trabajo y no causar rechazo. A nadie se le ocurre ir a la oficina con una corbata del Real Madrid, por ejemplo».
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