Juan Bautista y un noble de Valdefresno
BARQUERITO
Lunes, 7 de septiembre 2009, 04:13
La corrida de Nicolás Fraile salió impropia. Bien armada, con trapío, en tipo y en peso. Todo eso, que no es poco. Pero el cuerpo no es el alma de un toro y a la hora de echar cuentas salieron números rojos. Un primero descaradote, que, abanto y trotón, empezó a distraerse con todo y terminó por huirse a las tablas. Llegó a recular en gesto de aflicción. Ponce gastó con él sólo cuatro minutos.
El segundo, de nombre Liria, y de reata buena, iba a ser el toro de mejor condición y el más cumplidamente toreado de los seis. Las dos cosas. Noble, un punto mirón, descolgó, no terminó de humillar ni de rematar viaje. Embistió muy despacito. Se fue asentando. Lo trató con caligráfico mimo Juan Bautista en una faena muy de su firma: pulcra, sencilla, armónica, ligada con rigor. De lindo trazo en la media altura, que era la de aguantarse mejor el toro.
Mejor el ritmo por la mano diestra, pero más emocionante el toreo con la zurda porque, de tan venirse tan despacio, el toro casi parecía hacerlo al paso. Lo lidió Juan Bautista con decisión y finura. Lo fijó con lances de buenos brazos y se adornó en un quite por delantales rematado con media. Lo mató de una estocada excelente. Cobrada por derecho, cruzando y vaciando. La gente estuvo con el torero de Arles distante y fría. Se fue calentando poquito a poco. Pero no llegó a entrar en calor de verdad. Ni a romper el toro. Como adormecido su noble fondo. La estocada se celebró como merecía.
La única oreja de un festejo que se prometía feliz. Para los tres de terna, con rivalidad a dos bandas. Y ácida la de los dos toreros franceses. Castella tiene muchos clientes en Bayona. Juan Bautista no tantos. Felices se las prometía la familia Fraile, que siempre echa en Bayona y en septiembre corridas de categoría. O de Valdefresno o del Puerto. Se rompió la racha. Sólo ese segundo toro sacó la cara por los demás. Fue, por cierto, toro de amplia cara, abierto, cornialto. De la simiente primitiva de la ganadería.
El tercero, acucharado y remangado, chato, asomó con tranco bueno, pero se salió suelto de capotes e hizo fu al caballo con sólo verlo. Castella apostó también por el toro: una bella apertura en madejas y una soberbia trinchera de broche. Con el cuarto, Juan Bautista dibujó en un quite dos templados lances y media muy elegante. En banderillas el toro persiguió a los hermanos Tejero.
Ponce brindó al novillero Patrick Oliver, convaleciente todavía de una gravísima cornada en la tráquea. Durante el brindis ya estaba escarbando el toro, que tuvo sus diez muletazos, como casi todos, y después de esos diez, casi otros tantos. Y ya no más.
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