Con gratitud
JULIÁN BÁSCONES
Domingo, 2 de agosto 2009, 04:22
D ESDE hace veintisiete años, el equipo diocesano de la delegación de misiones viene organizando un encuentro misionero durante el período estival. Este encuentro pretende reunir a aquellos misioneros y misioneras que disfrutan de unos días de vacaciones para que celebren juntos una jornada festiva, se saluden y conozcan, intercambien y compartan sus experiencias, y también para que reciban el aliento de todos los que de alguna manera se hallan preocupados por las necesidades y problemas de la iglesia universal.
La expansión del mensaje evangélico no pertenece al pasado, aun cuando no falten quienes piensan lo contrario. En la actualidad, cerca de setecientos misioneros y misioneras palentinos están dejando jirones de su propia existencia por diferentes rincones de la geografía de los cinco continentes. Pero, a pesar de un número tan significativo y de la importancia de su labor, resulta evidente que se han convertido en personas olvidadas, que no cuentan para muchos de los que se sienten y apellidan cristianos. Con frecuencia su esfuerzo no se contempla como una tarea esencial de toda la iglesia, sino como algo personal. Y, sin embargo, el trabajo de estos embajadores espirituales, además de pastoral, tiene unas dimensiones sociales, especialmente en América Latina y África. Muchos viven sumidos en el drama y la tragedia de tantos pueblos que padecen un sentimiento de frustración, porque han perdido la tenue luz de la esperanza que apuntaba en el horizonte.
Los misioneros son hombres y mujeres de Dios, anunciadores de la buena noticia del evangelio, guías espirituales, defensores de la libertad, de la justicia y de la igualdad, pregoneros del amor, de la fraternidad y de la paz, sembradores de ilusión, de gozo y de esperanza. Los misioneros son esas personas que han dejado la comodidad, la mediocridad y el conformismo para llevar la presencia de Jesús de Nazaret a todas las gentes, congregarlas en la mesa de la iglesia y hacer que puedan saborear la aventura del primer Pentecostés. De ahí que sea de justicia reconocer su entrega desinteresada a lo largo de tantos años, su dedicación constante e infatigable a cualquiera de los problemas de los seres humanos más oprimidos y marginados del planeta, su profunda sencillez revestida de una tremenda generosidad. Su enorme tesón en la construcción del Reino no puede resbalar jamás por nuestra corteza humana, ni caer en el vacío de la indiferencia.
El encuentro misionero, que en esta ocasión se celebraba la semana pasada, debe transformarse en un acto de gratitud y reconocimiento, en un motivo de satisfacción y de alegría, que brota en todo momento de esa forma de amar sin compensaciones, gratuitamente. La exhortación apostólica 'Evangelii Nunciandi' lo dice con bastante claridad: «conservemos la dulce y confortadora alegría evangelizadora, incluso cuando haya que sembrar entre lágrimas y llantos Sea ésta la mayor alegría de nuestra vida».
La vivencia misionera constituye, sin duda, una llamada a la reflexión sobre la misión universal de la iglesia. Todo un reto para aquellas personas generosas y valientes, que no se arredran por nada y que son capaces de afrontar con radicalidad el evangelio, así como de instaurar un mundo nuevo, sin ningún tipo de barreras, un mundo sin fronteras. Tarea complicada, porque lejos de eliminarse, se están incrementando. Y es en este contexto donde se ha de insertar los esfuerzos evangelizadores, las manos fuertes y recias que se abran a la esperanza, que luchen por la par y la libertad, que permanezcan cerradas a los egoísmos y comodidades y que sean portadoras de amor y fraternidad. A través de los misioneros y misioneras la iglesia palentina ha podido asomarse a las iglesias jóvenes de los países tercermundistas.
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.