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El diestro Francisco Marco es cogido por el primer toro de su lote en el coso santanderino./ E. COBO-EFE
TOROS

Temple, cabeza y valor de Rubén Pinar en Santander

BARQUERITO

Viernes, 24 de julio 2009, 03:05

Ninguno de los dos toros primeros de la corrida de Bañuelos tuvo la menor fijeza. El que rompió plaza, de anchas sienes, casi playero, se frenó resabiado, le pegó un fiero arañazo a Francisco Marco justo encima de la rodilla en el lance de recibo y cata, y luego, se soltó de todo, arreó sin freno por donde encontraba hueco. Las orejas, alerta, en gesto avieso. Hizo hilo en banderillas y en son de huida estuvo después. No eran huidas de querencia. Parecía toro movido o corrido en el campo.

Las faenas clásicas de castigo ya no están en los catálogos y es posible que los públicos nuevos las reprobaran. Sin embargo, ninguna solución más adecuada en el caso de esos dos toros. Y también en el del cuarto, que pecó, sólo que con cierta bonanza, de casi los mismos vicios que los dos primeros. Y en el del sexto, también. El propio Marco, ya a punto de cerrar faena de sólo buenas intenciones, le pegó al cuarto los dos muletazos de pitón a costado que se precisaban. Fueron tan eficaces como hermosos. Son recursos imprescindibles cuando un toro no está con el engaño.

No todo fue así de duro. Si no se pone delante un torero de tanto temple y tan sereno como Rubén Pinar, no se ve el toro y no hay caso. Pero el torero de Tobarra dio aquí rico nivel de torero capaz: por la firmeza, por el poder para domeñar el agresivo instinto del toro, por el corazón para aguantar derrotes que a veces le pasaron rozando el mentón. Sin hacer aspavientos, con naturalidad y tranquilidad muy llamativas, con seguridad nada común. Trabajo, por tanto, de categoría. Mandó Rubén, y mucho. Todo pasó donde él quiso. Acabó rendido tan díscolo toro. Y tan bien toreado. En el recibo de capa, Pinar compuso con temple a la verónica seis secos lances sencillos que remató con revolera y dos largas. Regaló un quite muy ceñido por chicuelinas. Y mató de estocada desprendida. El premio fue una oreja que muy poquitos del escalafón habrían cortado.

Luque brindó a la gente y con nueve muletazos cambiados o no, casi todos, por abajo, abrió faena para plantarse en los medios. No era el terreno que quería el toro. Le costaba más ahí que en el tercio. No es que probara, pero sí tardeaba. Gustó Luque, se esperaba más. La corrida juvenil de todos los veranos en Santander, desvirtuada por la inclusión en el cartel de un veterano como Marco, tuvo un claro triunfador, que fue Rubén Pinar.

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