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Sor María Jesús de Ágreda, supuestamente incorrupta. / Á. DEL POZO
VIDA Y OCIO

Hechizos en la Corte

El rey vallisoletano Felipe IV basó su política de estado en lo sobrenatural

ÁNGEL DEL POZO

Miércoles, 17 de diciembre 2008, 01:36

En el actual edificio de Capitanía General, ubicado en la vallisoletana Plaza de San Pablo (conocido en aquella época como Palacio Real), vio por primera vez la luz Felipe Domingo Víctor de la Cruz, era el ocho de abril de 1605. Fue el tercero de los ocho hijos, y primer varón, del matrimonio habido entre Felipe III de España y su prima la archiduquesa Margarita de Austria. Felipe IV comenzó a reinar en 1621, a la temprana edad de 16 años y siguiendo la costumbre de la época y en sintonía con una religiosidad casi obsesiva, se retiró al Monasterio de San Jerónimo el Real a rogar por el alma de su progenitor, mientras que su esposa, Isabel de Borbón, se aisló en el Convento de las Descalzas Reales para orar y meditar sobre su difunto suegro.

Fue una época difícil para España, sumida en una importante crisis económica e inmersa en varias confrontaciones bélicas como la guerra contra los Países Bajos o los levantamientos de Cataluña y Portugal. Eran años donde se mezclaba la desesperación y la religiosidad desenfrenada de las gentes, que hicieron de las creencias supersticiosas una vía de escape de la cruda realidad. Tiempos de continuos sucesos sobrenaturales, de auge de la beatería, de miedo exacerbado al demonio, de hechizos, de pócimas y de conjuros. La Corte por supuesto no iba a librarse, ni mucho menos, de esos dogmas.

Creencias y Afrodisíacos

Felipe IV fue conocido como el Rey Planeta, aunque bien pudo llamarse el Rey Promiscuo. Se le cuentan 43 hijos, 13 legítimos y 30 bastardos. Las faldas le gustaban en demasía e incluso las de clausura. Se cuenta que el rey disfrazado, acudió al convento de San Plácido a través de una casa colindante de un buen amigo. Su objetivo era conocer a una novicia que le turbaba el sueño por su comentada belleza. De noche y alumbrándose con un farolillo, fueron adentrándose por lúgubres pasillos, hasta llegar a la habitación de la dama. Cuando abrieron la puerta se encontraron con un ataúd en el que descansaba Margarita de la Cruz (la novicia que despertaba las pasiones ocultas del monarca). Iluminada con la tenue luz de cuatro cirios, se veía la tez pálida como la cera y con un crucifijo entre las manos que descansaban sobre le pecho. Los fisgones pusieron pies en polvorosa, mientras nos imaginamos las risas de la Priora del Convento que puso en marcha el ardid para engañar al monarca. Indudablemente el adulterio entre la monarquía de la época era práctica habitual, aunque permitido solo del lado masculino. De hecho a Isabel de Borbón se le atribuye un romance con Juan de Tassis y Peralta, Conde de Villamediana. Se cuenta que en una corrida de toros en la que rejoneaba el conde, dijo la reina al rey: 'Que bien pica el conde', a lo que su majestad respondió: 'Pica muy bien, pero muy alto'. Se desconoce si el Rey sabía del supuesto devaneo amoroso de su cónyuge, pero lo cierto es que en 1622, el conde fue asesinado cuando paseaba con su carroza por una ballestilla que le partió el corazón en dos.

Muchos atribuyen al éxito que tenía el monarca al uso de potentes afrodisíacos. Su cocinero mayor Juan Mesones, escribía, aunque no precisamente para el monarca: «si tu cuerpo cansado, exhausto tras el juego amoroso, es solicitado para nueva lid, es justo que pruebes eso que llaman 'cabial' que el sevillano Pero Tafur cató en la ribera del Caspio: pon en tu copa una gota de la enjundia olorosa del gato de Algalia o toma un platillo de las puntas tiernas del asta de los venados, que tanto hablan algunos en la Corte del Rey mi señor. Si no hallas los cuernos no te preocupes, que tu bella te les proporcionará presta». Y es como ya hemos dicho las creencias religiosas y mágicas estaban presentes en cada uno de los actos de la vida cotidiana.

Política

El Conde-Duque de Olivares fue el hombre más poderoso de la España de su tiempo, pero vivió atemorizado por una obsesión: el miedo a perder el favor del rey, quien había depositado en él su confianza nombrándole su principal valido. Para evitar que sus temores se hicieran realidad, consultó con todo tipo de hechiceros, profetas y brujos. Cuando España perdió en 1632 la ciudad de Maastricht (Holanda), reconquistada por Federico de Orange sin que las tropas españolas presentaran resistencia, se acusó al Conde-Duque de Olivares, de haber dejado en manos de una monja adivina y amiga de profecías la decisión final de renunciar a la defensa de aquella plaza porque sabía «por revelación divina» que no corría peligro. Aquella monja, Teresa Valle de la Cerda, priora del convento madrileño de San Plácido, sería años después, junto con la mayoría de sus religiosas, procesada y condenada por brujería. La monja, con fama de milagrera, era visitada asiduamente por Olivares, que la confiaba sus secretos. Además era de dominio público que en palacio el valido vivía rodeado de extraños y hetedoroxos personajes sospechosos a veces de practicar la brujería. Entre ellos Jerónimo de Liébana, que había sido objeto de reiteradas acusaciones por parte de la Inquisición de Cuenca y que llegó a Madrid precedido de fama de hechicero, o una tal Leonorilla, quien, tenida por bruja y sanadora, parece que ayudaba en sus funciones al médico de la reina, Andrés de León, un oscuro y enigmático fraile mercedario sobre el que también pesaban dos condenas del Santo Oficio. Otro de los personajes de gran influencia en la Corte: fue el confesor de Isabel, el trinitario vallisoletano Simón Rojas, quien gozaba de amplia fama de hacedor de milagros y oficiaba de exorcista expulsando demonios y espíritus malignos.

Entre los muchos hechiceros a los que consultó el Conde-Duque de Olivares para mantener el favor del rey se encontraba una conocida bruja de la localidad madrileña de San Martín de Valdeiglesias, famosa por sus brebajes. Asimismo, el valido de Felipe IV trató de atraerse a un tal Miguel Cervellón, un oscuro personaje que presumía de elaborar pactos a medida con el Diablo. Sin embargo, bien por negarse a someterse al servicio de Olivares o bien por no conseguir satisfacer sus pretensiones, Cervellón acabó en prisión por practicar la hechicería.

Destitución

El Conde-Duque de Olivares fue destituido, apartado del poder, desplazado primero a Loeches y desterrado luego a Toro. Pero no se iba a acabar aquí la relación de la Corte con lo sobrenatural. Así el rey Felipe IV conoció a una monja soriana muy especial: sor María Jesús de Ágreda, también conocida como la dama azul. Sin salir jamás de su convento, ajena a intrigas palaciegas o conspiraciones de la Corte, sor María Jesús de Agreda se anticipó a la victoria de los ejércitos del monarca en Lérida, en marzo de 1644; predijo la conquista de Barcelona y su restauración a la Corona tras los disturbios del año anterior; o el sitio de Tortosa y la toma de Balaguer durante la guerra contra Francia. Pero, sobre todo, supo ganarse, carta a carta, la confianza del rey en asuntos sobrenaturales. Se intercambiaron 618 cartas en 22 años, consultándola todo tipo de cuestiones de Estado y personales. De hecho la monja aseguró al rey haber visto y recibido mensajes de su ya fallecida esposa Isabel de Borbón y su hijo, el príncipe Baltasar Carlos; nada más y nada menos que desde el purgatorio.

No es de extrañar con tanto milagro, hechizo y conjuro que su descendiente y próximo rey de España, fuera conocido como Carlos 'El Hechizado' (Carlos II), aunque el apodo más bien era por sus enfermedades y estado mental que por la brujería.

castillaoculta@hotmail.com

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