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J. A. GÓMEZ MUNICIO
Domingo, 20 de julio 2008, 03:37
De repente, como por ensalmo, hemos visto aparecer por La Granja ni más ni menos que la portentosa calva del sacrosanto cuerpo de Roland Petit, uno de los mitos del mundo de la danza, apenas unos días después de que se iniciara la espléndida aventura de Ángel Corella y su ballet, un proyecto de campanillas que ha escogido el Real Sitio como lugar que cuenta con todas las condiciones para albergar un centro integral en el que se den la mano el arte, la formación de primera calidad y el objetivo de estar en lo más alto. Pronto, esta misma semana, a las estrellas del mundo de la danza que brillan en La Granja, se unirán las estrellas del mundo de la música que lucirán en Segovia, con motivo de su Festival Internacional, de Maria Joao Pires a Michel Camilo (el mismo piano, dos almas totalmente diferentes, parece mentira todos los mundos que caben en un solo instrumento), pasando por la Caballé, sin olvidar el mítico grupo que inaugura el Festival, el Jacques Loussier trío, encabezado por otro rey del piano famoso por sus jazzísticas (y bastante chill out mucho antes de que el chill out se inventara), versiones de las obras de Bach.
Las estrellas se agolpan en los titulares del verano en los festivales musicales de toda España para dar brillo a nuestras ciudades tostadas por el sol, porque la canícula oficial ha dejado de ser ya sinónimo sólo de horario partido, largas siestas y abandono de papeles hasta mediados de septiembre. Ahora toda ciudad o localidad que se precie debe tener su ambicioso programa de verano, su Festival, y a ser posible con estreno nacional (si se puede internacional, mejor, o incluso mundial como se decía antes, con ínfulas infinitas).
Y dentro de esta acumulación, el eje Segovia-La Granja puede convertirse en uno de los más potentes no sólo de la zona centro sino de nuestro país. Un eje cultural metafórico que puede dar mucho de sí si se concibe, como ha venido siendo hasta ahora, respetando sus propias personalidades y peculiaridades, pero al tiempo con afán colaborador o, al menos, complementario. Las dos localidades son conscientes de que su modelo de desarrollo pasa por hacer de la cultura una de sus referencias, y por eso lo más lógico es que desarrollen estrategias similares, a poder ser coordinadas. Este es el primer año, además, en que los aficionados madrileños podrán utilizar el AVE para llegar más rápido y más cómodamente a degustar las propuestas culturales y culinarias de nuestra provincia.
Así que vamos a festivalear, neologismo que resume en qué consiste básicamente la actividad cultural veraniega. Y aquí, el que no festivalea es porque no quiere. Algunos especialistas empiezan a alzar la voz diciendo que con esto de los festivales musicales pasará lo mismo que con la burbuja inmobiliaria: hay inflación y algún día la pompa flotante se romperá. Por eso quedarán los que tengan mayor tradición o bien los planteamientos más coherentes, originales y sostenibles. De momento, tanto los de Segovia, como el de La Granja parecen bien situados para afrontar las incertidumbres del futuro. El de Segovia es incuestionable por su tradición, por su solera (la Semana de Cámara es una de las más antiguas de nuestro país, y, según está el patio, es todo un grado), por apostar por una oferta permanente y continua, y por su variedad. Si a esto le unimos también las actuaciones que se van a programar todos los fines de semana para favorecer que los turistas se queden a pernoctar, nos encontramos con que Segovia está que se sale culturalmente.
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