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En los cien años de la muerte de Ferrari

MIGUEL REPRESA

Martes, 13 de noviembre 2007, 03:12

VALLADOLID ha dado, qué duda cabe, nombres ilustres a la historia de la literatura española. Algunos, como Miguel Delibes, parecen indiscutibles, y recientemente hemos asistido a un congreso brillantísimo que inauguró el presidente de la Real Academia Española, Víctor García de la Concha. Otros, sin ser vallisoletanos, han pasado una buena parte de su vida en nuestra ciudad, como Olvido García Valdés, que acaba de recibir el Premio Nacional de Poesía.

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Víctor García de la Concha y Olvido García Valdés fueron profesores del Instituto Emilio Ferrari, y éste, el poeta que da su nombre al instituto, es uno de esos nombres, en su tiempo ilustres, que debe figurar en nuestro acervo cultural.

No son muchos los vallisoletanos que lo recuerdan, a pesar de pasear casi a diario bajo la placa que señala el lugar de su nacimiento en la calle que lleva su nombre, cerca de la Plaza Mayor. Por ello el Instituto Emilio Ferrari, con la colaboración inestimable del Ayuntamiento de Valladolid, y el apoyo valiosísimo del Archivo Municipal, ha programado una serie de actos que se presentarán hoy en el archivo, y ha elaborado una publicación conmemorativa sobre la vida y la obra del escritor.

Ferrari nació en un lejano 24 de febrero de 1850. Fue un muchacho algo retraído, un tanto delicado de salud, muy aficionado a la lectura y escritor precoz de cuentos y de artículos periodísticos. Estudió en el instituto que hoy lleva el nombre de otro escritor vallisoletano, José Zorrilla, y que en este año está celebrando los 150 años de su creación. En sus tiempos de estudiante escribió en la prensa local, entre otros periódicos en EL NORTE DE CASTILLA, estrenó algunas obritas teatrales en colaboración con algunos de sus amigos -así Ricardo Macías Picavea-, y jugó a revolucionario, como lo recuerda Narciso Alonso Cortés, uno de los mejores conocedores de su figura. Ferrari se licenció en las carreras de Derecho y Filosofía y Letras. En esos años obtuvo algunos premios literarios menores, en certámenes locales y nacionales. A sus 29 años se acaba la etapa vallisoletana de Ferrari, y también se cierra su etapa juvenil. Se casa con Faustina Fernández, gana unas oposiciones al Cuerpo de Archiveros Bibliotecarios y se traslada a Madrid, donde, tras otros destinos, ocupa plaza en la Biblioteca Nacional.

Pero también este final de la etapa vallisoletana es el comienzo de un periodo de de éxitos que le atraen la estima del mundillo literario madrileño y nacional. Estrena una obra teatral que tenía escrita unos años antes, 'La justicia del acaso', con éxito de público y cierta división de opiniones entre los críticos, entre los cuales el más notable fue Leopoldo Alas 'Clarín', que le recomendó dejase el teatro, ya que no le encontraba dotado para ello. Emilio Ferrari, efectivamente, no volvió a escribir obra dramática alguna. Pero lo que podemos llamar 'éxito', para los usos de aquellos años, fue la lectura, en el Ateneo de Madrid, de su poema 'Pedro Abelardo', junto con un soneto a Don Quijote y su poema 'Dos cetros y dos almas', que había sido premiado en Valladolid, con ocasión de la celebración del aniversario de la boda de los Reyes Católicos en nuestra ciudad.

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Esta lectura del Ateneo fue muy celebrada, aunque no dejó de tener sus detractores, entre ellos de nuevo el ácido análisis de Clarín, y proporcionó a Ferrari la oportunidad de colaborar en las mejores revistas del momento, y de recibir diversos nombramientos honoríficos. Ferrari también fue invitado a tertulias literarias y agasajado en las mismas , siempre bajo la tutela y el padrinazgo de Gaspar Núñez de Arce, que era a la sazón presidente de la Asociación de Escritores, y de quien Ferrari siempre se consideró discípulo y devoto admirador. En nuestra ciudad, a la muerte de Zorrilla, Ferrari fue honrado con el título de Cronista de la Ciudad, cargo que ostentaba el vate difunto.

La producción literaria de Ferrari, sorprendentemente, no fue demasiado abundante a partir de ese éxito. Dejó inconcluso un poema ambicioso, 'La muerte de Hipatia', y sólo volvió a repetir su lectura de poemas en el Ateneo madrileño con dos «poemas vulgares» (ésta era la denominación con la que los presentó) de los que Clarín hizo una rechifla cruel, que esta vez parece justificada.

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Aún encontramos a Ferrari presente en la vida cultural de España, en 1897, cuando escribe seis sonetos titulados 'Impresiones del desastre', sobre la confrontación bélica que supuso la pérdida de las colonias, y , en su momento de mayor gloria, Ferrari ingresa en la Real Academia Española, y lee su discurso de ingreso en 1905.

La salud de Emilio Ferrari, que siempre fue frágil y quebradiza, le llevó a pedir la excedencia en su trabajo, y su muerte fue temprana, para los ojos de alguien del siglo veintiuno, a los 58 años de edad.

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Fue Emilio Ferrari un escritor que representa bien los avatares de su tiempo, de su clase social, de los gustos literarios de la época. Criado aún en un ambiente romántico, sumergido después en la etapa realista y naturalista de la literatura, y muerto cuando ya apuntan las grandes figuras del fin del siglo XIX y comienzos del siglo XX, los Unamuno, Maeztu, Rubén Darío, Antonio Machado, a los que en algunos aspectos -en su aprecio por el paisaje castellano, por ejemplo- se anticipa. Con los ojos de un lector del año 2007 probablemente su poesía no merezca un juicio entusiasta, pero los gustos pueden cambiar.

Sus restos reposan en el Panteón de Hombres Ilustres del Cementerio del Carmen de Valladolid.

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