Teresa del Campo y Jorge Tejero en el pozo desde el que se abastecen. A. Mingueza.
Valladolid

Los vecinos del Camino Virgen de la Merced, más de medio siglo sin agua corriente en sus viviendas

Las fincas tienen pozos, pero el agua no es segura para el consumo y cada análisis les cuesta 150 euros

Mario azcona

Jueves, 11 de agosto 2022, 00:09

En una época en la que las restricciones por la persistente sequía están a la orden del día, vecinos del Camino Virgen de la Merced, ... paralelo a la Avenida de Gijón, en la zona norte de Valladolid, vuelven a quejarse de que después de medio siglo continúan sin agua corriente en sus viviendas. Los residentes de la Cañada de Zaratán, en el barrio de la Victoria, dicen sentirse «abandonados y olvidados». Y es que, en algunos casos desde que nacieron, viven en una calle sin saneamiento, sin aceras y sin agua corriente. Los únicos servicios básicos con los que cuentan son una ligera capa de asfalto, sufragada por los vecinos y por el dueño de un pequeño polígono próximo a las casas, y de instalación eléctrica, también costeada por el vecindario. De todos los inconvenientes, sin duda el que más complica su día a día es la ausencia de saneamiento y de agua potable. Recurrir al agua de los pozos, que deben tratar previamente, es la única solución que encuentran los ocupantes de las veinte fincas de la zona, que con el paso del tiempo se han ido quedando vacías. Después de medio siglo de reivindicaciones, los vecinos afirman estar «agotados».

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Desde el Ayuntamiento aseguran que al tratarse de unas construcciones en suelo urbano no consolidado, la institución no puede hacerse cargo del coste de la infraestructura, más aún al no tratarse de una obra de interés público. Para poder disponer de agua corriente, explican, deben realizar una solicitud de urbanización de la zona, para lo que necesitarían presentar un proyecto aprobado por la mayoría de los vecinos del sector, que incluiría el saneamiento, previa tramitación con Aquavall, y la presentación de la documentación pertinente. El coste estimado para llevar adelante esta actuación, según los datos que maneja el Ayuntamiento de Valladolid, es de dos millones de euros que adelantaría la empresa, pero que finalmente deberían costear los vecinos.

Los vecinos están hartos de una situación que ha pasado por diferentes fases. En un primer momento, las aguas extraídas de los pozos estaban sujetas a unos análisis periódicos de Sanidad, pero desde hace unos años la única forma que los vecinos tienen de comprobar la idoneidad de estas es a través de laboratorios privados. Un control que, según explican, llevan tiempo sin realizar porque «son 150 euros por cada análisis. «No nos hace falta pagarlos porque ya vemos que el agua está amarilla», comentan los vecinos afectados, que muestran cómo en una de las últimas revisiones los organismos cultivables se encontraban seiscientas unidades por encima del límite perjudicial para la salud, que se sitúa en cien unidades. Ese mismo informe también revelaba la presencia de la bacteria Escherichia coli y de coliformes, con valores de casi doscientas y quinientas unidades respectivamente, cuando deberían ser de cero. Cabe destacar que este informe se realizó antes de que fuera evidente la no potabilidad del agua.

Minidepuradoras y botellas

Finalmente, la única opción para quienes se lo han podido permitir ha sido la inclusión en sus viviendas de unas minidepuradoras que, al menos, les permite utilizar el agua para el aseo y la colada, ya que para el consumo la mayoría del vecindario recurre al agua embotellada o a la que familiares les suministran en bidones. Son instalaciones caras, que en algunos casos superan los quince mil euros entre maquinaria y mano de obra, precio al que hay que sumar el mantenimiento y control de los líquidos, las bombas que sacan el agua del pozo y, por supuesto, el coste de la energía, al tener ambas máquinas veinticuatro horas al día conectadas.

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Teresa del Campo, la más veterana de la zona, donde vive desde hace 55 años, comenta que si no fuera por la instalación que tiene en casa, no podría utilizar el agua del pozo, ya que «sale amarilla y en algunas ocasiones negra, con una textura grasienta». Su instalación consta de una bomba trifásica que le permita extraer el agua, una depuradora automática que ajusta los niveles de PH, añade el cloro necesario, elimina la cal y baja los sedimentos. De ahí el agua pasa por un proceso de ósmosis inversa y finaliza en una lámpara ultravioleta que termina de 'matar' los gérmenes. Un proceso que al final de mes se traduce en una factura de la luz superior a trescientos euros.

Después de medio siglo de reivindicaciones, los vecinos aseguran estar «agotados»

Otro de los vecinos, Jorge Tejero, explica que para la recogida del agua necesitan dos tanques: uno de mil litros, para la ya depurada, y otro de tres mil para almacenar los restos de esa depuradora, que ellos mismos deben verter. De igual manera, al no contar con red de saneamiento deben recurrir a pozos negros y a la contratación de empresas privadas para su eliminación.

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En parecida situación se encuentra Emiliano Pascual, otro de los vecinos que depende de su pozo y de la instalación depuradora desde hace 36 años. Por el contrario, Juan Carlos Pérez, quien dependía para el consumo del agua embotellada, decidió marcharse del barrio «ante lo insostenible que era la situación». Más complicado lo tiene todavía Rubén Cosgaya, quien al tener el domicilio en una zona más elevada ve cómo de forma recurrente, debido a las altas temperaturas, su pozo se seca y no tiene ningún acceso al agua.

Un calvario que los vecinos pensaron que llegaría a su fin en 1985, cuando llevaron la acometida de agua por su propia calle al centro penitenciario de Villanubla. Pero la conexión a los domicilios nunca llegó debido a que este agua se potabiliza en el municipio vecino. Es lo más cerca que han estado del abastecimiento estos vallisoletanos, a los que indigna saber que a escasamente doscientos metros de sus domicilios sí llega el agua corriente.

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