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Emilio de Justo triunfa con el mejor lote de una desrazada corrida de CuvilloLas broncas ya no son lo que eran. Las cosas, sin duda, han cambiado mucho. En otros tiempos, no demasiado lejanos, la 'espantá' de Morante ... de la Puebla ante el segundo toro de la tarde hubiera provocado la ira de los tendidos. Un alboroto en el límite con el escándalo público. Almohadillas voladoras y otros objetos no identificados por los aires. Pero no. Ya poco, o nada. Algún improperio, silbidos desafinados y a otra cosa, es decir, al quinto toro, que era el siguiente. Tramitó el sevillano como un procedimiento abreviado la lidia del cuarto de la tarde, un astado tan bueno o malo como los demás (salvo el primero de Emilio de Justo, el mejor de la corrida) y sin que su presencia, especialmente en sus pitones, tímidos, provocara una especial prevención.
Plaza: Valladolid, 17 de mayo. Corrida de la feria de San Pedro Regalado.
Toreros: Morante de la Puebla (silencio y bronca), Emilio de Justo (dos orejas y oreja) y Juan Ortega (aplausos y silencio).
Ganadería: Joaquín Núñez del Cuvillo. Desrazados, excepto el buen segundo. Cómodos y con limitada ofensividad en sus pitones.
Entrada: Algo más de tres cuartos del aforo de la plaza.
Dentro del escenario distópico de usos y costumbres que mostró la tarde, el primero de los aguafuertes fue un conato de paseíllo de una parte del gobierno regional, encabezado por su presidente, Alfonso Fernández Mañueco. No pasó de una tentativa, aunque su presencia en el túnel del patio de cuadrillas hizo temer lo peor. La incógnita quedó despejada cuando los tres espadas, Morante de la Puebla, Emilio de Justo y Juan Ortega aparecieron en la arena.
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A esas horas, sobrepasadas las seis y media de la tarde, los tendidos mostraban un aspecto espléndido, y salvo alguna zona de grada alta, la imagen era de un lleno aparente. Una presencia masiva propia de las grandes tardes. Esas de tanta expectación que luego se tornan en tardes de decepción. Y algo de eso hubo. Bastante.
Dos fueron los elementos comunes de la tarde: la raza en servicios mínimos de la corrida de Núñez del Cuvillo y la igualdad en el remate de los cómodos pitones de los toros del criador de El Grullo. Un dato que deja en suspenso la buena progresión en la presentación de las corridas que se había mostrado en la pasada feria de septiembre.
El contraste de la corrida se desvela al sobreponer los trofeos cosechados por Emilio de Justo, tres (dos ante su primero, y uno en el quinto) y la actitud de apático pasotismo de Morante de la Puebla, que navegó sin rumbo cierto por el ruedo del coso vallisoletano. Y, entre ambos extremos, un Juan Ortega que no pudo desatarse ante sus oponentes, salvo en secuencias fugaces, pues su lote fue el peor de la corrida, carente de raza y sin desplazamientos que permitieran pases de honda profundidad ni una ligazón que otorgara sentido de unidad a cada tanda.
Emilio de Justo fue el triunfador de la tarde. Así fue, pero sería faltar a la verdad insinuar que ante su primer toro exprimió todo el potencial del Núñez del Cuvillo que le tocó en suerte. El colorado Aguaclara tuvo la embestida más transparente, rítmica y encastada de la tarde. No es que sus hermanos le pusieran difícil destacar, pero fue innegable su comportamiento codicioso y repetidor. Un toro con un vasto territorio por explorar –ojo, no facilón–, ante el que De Justo se conformó (este domingo torea en Las Ventas, en la feria de San Isidro) con colonizar apenas unas hectáreas. Con el capote el animal ya dio muestras de colocar muy bien la cara por ambos pitones, aunque en banderillas quiso dejar claro que su bravura no era plena pues se dolió sin pudor. Enrazado sí fue, con codicia sobrada. Se echó de menos un mayor ajuste y un mando de mayor solidez sobre las embestidas por parte del torero.
Al natural el buen ejemplar embestía con nobleza contrastada, y rebosaba con exceso en su viaje el trayecto en el que la muleta le acompañaba. Reclamaba, exigía, el animal muletazos más compactos, sin perjuicio de que los que ejecutó el cacereño tuvieran su mérito. Tras unas manoletinas de sincera frontalidad, el diestro enterró en toda su longitud, aunque muy trasera, la espada. La faena, que había brindado a Fernández Mañueco, fue premiada con dos apéndices.
Otra oreja cortó Emilio de Justo en su labor al quinto. Faltó quietud en el quite por chicuelinas, y con la muleta trazó algunos pases sentidos, descolgado de hombros, acompañando una embestida de baja intensidad. Nuevamente el acero se le fue más allá del hoyo de las agujas, rezagado.
De Morante ya hemos nombrado su 'espantá'. Quizá debida a su necesidad emocional de intercambiar estados de ánimo y sensaciones. Sucedió con el cuarto, un toro que no decía nada especial, pero que quedó inédito. Con el que el de La Puebla abrió plaza el asunto no pasó de unos apuntes al natural de cierto detalle, más debidos a la sugestión del personal que al verdadero contenido de cada lance, que se jaleaban de antemano, pese a que casi todos terminaron con algún enganchón textil. El animal apenas transmitía, soso, tanto como noble, y con la cara arriba al vaciar cada pase. Tampoco con la tizona anduvo Morante muy espléndido.
No cuenta a su favor Juan Ortega con la sugestión que dopa las faenas de Morante. Quizá le falte duende y le sobre honradez. Tuvo el peor lote, el de menos movilidad, el más desrazado. Digno, elegante en cuantos lances pudo robar a sus oponentes, no pudo, aunque lo intentó, deleitar con su toreo de exquisitas formas y alma indómita. Tampoco acertó con los aceros.
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