Comuneros V centenario

Castilla y León, con la revolución

Carta a las ciudades ·

Desde su germen en Toledo hasta Villalar, numerosas localidades de la actual autonomía vivieron con intensidad episodios determinantes de la Guerra de las Comunidades

Domingo, 31 de enero 2021, 08:14

A principios de noviembre de 1519 todo estaba listo en Toledo; más aún cuando los líderes de la revuelta, Juan de Padilla, Pero Lasso de la Vega –hijo de Garcilaso de la Vega–, Pedro de Ayala, Juan Carrillo y Gonzalo Gaitán hicieron pública su protesta a través de una carta a las ciudades castellanas en la que exponían la necesidad de enviar mensajeros al Rey exponiéndole que no saliera del España, que no permitiera sacar dinero de ella y que pusiera remedio al malestar causado por el reparto de cargos y beneficios a extranjeros. Es más, si el monarca, más pendiente de lograr la corona imperial que de los problemas de sus súbditos, no regresaba para remediar la situación, debería ser el reino mismo el que pusiera solución.

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Juan de Padilla, líder de la rebelión, había nacido en Toledo hacia 1490. De condición hidalgo e hijo de Pedro López de Padilla, capitán de milicias de la ciudad al que sucederá en el cargo, en 1511 contrajo matrimonio con María Pacheco, mujer noble perteneciente a la familia de los Mendoza, lo que indirectamente le emparentará con Juan Bravo. Hay quien apunta que la negativa del Emperador a otorgarle las tenencias de las alcaidías de los castillos más importantes de la encomienda calatraveña de Martos, entre otras heredades, unida a la influencia de su mujer, incitó su ardor comunero.

La misiva de los líderes de la revuelta animaba a participar en el gobierno en ausencia del Rey

La misiva toledana, dirigida a todas las ciudades con voto en Cortes, anunciaba los términos de la revolución: rechazaban la asociación de Castilla con el Imperio y animaban a que la nación participase activamente en el gobierno del reino en ausencia del soberano. Impasible, Carlos desdeñó dar otra respuesta que la convocatoria de Cortes en Santiago de Compostela, en marzo de 1520, que luego serían aplazadas hasta el 22 de abril en La Coruña, para obtener un nuevo servicio con el que sufragar la elección imperial. Era la chispa definitiva. Desde el 16 de abril de 1520, antes, por tanto, de la finalización de las Cortes, la multitud toledana se había alzado en torno a Padilla para hacer frente a las pretensiones carolinas.

La extensión de la revuelta afectó sobre todo al centro castellano, a las cuencas del Duero y el Tajo. En Segovia estalló el 29 de mayo de 1520, cuando la multitud, reunida en la iglesia del Corpus Christi, se abalanzó contra el corregidor y asesinó al ayudante Hernán López Melón y al procurador Rodrigo de Tordesillas, que en las Cortes de Santiago-La Coruña había votado a favor del tributo solicitado por el Rey: acusado de «la traición con que ha andado (…) le llevaron arrastrando por las calles, dándole grandes empujones y golpes en la cabeza con los pomos de las espadas... y cuando llegó a la horca ya medio ahogado de la soga que de él tiraba, le ataron por los pies y le pusieron (…) los pies arriba y la cabeza abajo», dejó anotado el cronista Prudencio de Sandoval.

María Pacheco, viuda de Padilla, y el obispo Acuña. Biblioteca Nacional

De Segovia saldría, de hecho, uno de los líderes de la revolución, Juan Bravo, oriundo de Atienza, localidad de Guadalajara donde habría nacido hacia 1483 y en la que su padre, Gonzalo Bravo de Laguna, ejercía el cargo de alcaide de la fortaleza. Se avecindó en Segovia en torno a abril-mayo de 1504, a raíz de su matrimonio con Catalina del Río, hija del poderoso Diego del Río, regidor de la ciudad, y en un primer momento ejerció como contino en la Corte. Además, su madre, María de Mendoza, era hija del conde de Monteagudo y sobrina del cardenal Pedro González de Mendoza. Como María Pacheco, esposa de Juan de Padilla, también era sobrina del cardenal, queda demostrado el parentesco existente entre el capitán toledano y Juan Bravo. Posteriormente, en 1519, el comunero, viudo de Catalina del Río, casó con María Coronel, hija del judeoconverso Iñigo López Coronel, y gracias a las capitulaciones matrimoniales accedió al oficio de regidor y jefe de las milicias de Segovia.

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Violento resultó también, en un primer momento, el amotinamiento burgalés, si bien la ciudad del Arlanza cambiará enseguida de bando erigiéndose en factor clave de la victoria imperial. Aun así, las casas del procurador Garci Ruiz de la Mota, Diego de Soria, Juan Pérez de Cartagena y Francisco Castellón fueron arrasadas, mientras que el ciudadano francés Giofredo Garci Jofré de Cotannes, beneficiado por el Emperador, perecía tras una mortal paliza.

El monarca respondió convocando Cortes para obtener un nuevo tributo con el que pagar su elección como emperador

También León se reafirmó comunera tras el enfrentamiento entre las dos grandes familias de la ciudad, los Quiñones y los Guzmanes, representadas ambas, respectivamente, por el procurador, Francisco Fernández de Quiñones, conde de Luna, y el regidor, Ramiro Núñez de Guzmán, señor del Condado del Porma y de la Villa de Toral y famoso comunero que contaba con el apoyo mayoritario de sus paisanos.

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Toro y Salamanca experimentaron similares resultados, la primera ciudad acuciada por el fervor del obispo Acuña, y la segunda por la presencia, determinante, de Francisco y Pedro Maldonado, pero también del famoso pellejero Juan de Villoria. Y mientras la masa comunera de Ávila y Zamora era controlada, en cierta medida, por los nobles, Valladolid no tardará en erigirse en capital radical de la comunería, sobre todo después de tener noticia del terrible incendio de Medina del Campo. En Palencia, los ánimos se exaltarán en el mes de agosto de 1520, cuando se tenga constancia del nombramiento del imperial Pedro Ruiz de la Mota como nuevo obispo.

Grabado que representa la reunión de la Junta Comunera celebrada en la catedral de Ávila el 29 de julio de 1520.

Santa Junta en Ávila

Ávila acogió uno de los hitos más relevantes de la revuelta: la convocatoria en su catedral, el 1 de agosto de 1520, de la Santa Junta, donde miembros del clero, la nobleza y las ciudades, bajo la dirección del tundidor Pinillos, eligieron capitán de las tropas comuneras a Juan de Padilla y se afirmaron en el revolucionario objetivo de dilucidar la legitimidad de ejercicio del monarca, pues proponían conseguir la anulación del servicio votado en La Coruña, la vuelta al sistema de encabezamientos, reservar cargos públicos y beneficios eclesiásticos a los castellanos, prohibir la salida de dinero y designar a un castellano para dirigir el reino en ausencia del Rey.

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La localidad vallisoletana de Medina del Campo fue arrasada por el fuego imperial el 21 de agosto de 1520, después de que sus habitantes se negaran a proporcionar la artillería real depositada en el cerro de la Mota para hacer frente a las milicias segovianas, como ordenaba el cardenal Adriano. Ese mismo mes, la también vallisoletana localidad de Tordesillas, donde el Emperador había confinado a su madre, la reina Juana, vio entrar en tromba a los comuneros, con Padilla al frente, para tratar de ganarse la voluntad de la soberana.

Valladolid no tardaría en erigirse en capital radical, en especial a raíz de que Medina del Campo fuera arrasada por el fuego imperial

La Tierra de Campos palentina tampoco se libró de la refriega y asistió, entre enero y marzo de 1521, a un trepidante levantamiento antiseñorial espoleado por el obispo Antonio de Acuña. Torrelobatón y su castillo, tomados por Padilla a finales de febrero de 1521, dejaron testimonio del último destello de gloria de los comuneros, que el 23 de abril, en plena huida hacia Toro, eran interceptados y derrotados por el ejército imperial en una campa próxima a la localidad vallisoletana de Villalar, concretamente en el lugar denominado Puente de Fierro, sobre el arroyo de los Molinos, un terreno muy fangoso. La decapitación en Villalar, el día siguiente, de los tres capitanes comuneros, Padilla, Bravo y Maldonado, fijará el referente histórico de una gesta revolucionaria que, aunque finalmente derrotada, dejará en la memoria un hondo poso de lucha por las libertades y contra el despotismo.

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De hecho, en 1889 se construyó el monolito que rinde homenaje a los tres capitanes y que simboliza el hálito de libertad que impulsaba la revuelta, y en 1932, la localidad adoptó el nombre completo de Villalar de los Comuneros.

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