Albergue de peregrinos en la localidad leonesa de Rabanal del Camino en 2007. EL NORTE

El maragato generoso

Relatos fantásticos explican la construcción de la ermita de San José, en Rabanal del Camino, a partir del hallazgo de un imponente arca repleta de dinero

Viernes, 17 de julio 2020, 08:36

El Codex Calixtinus, guía medieval de la ruta jacobea, fija en la localidad leonesa de Rabanal del Camino el final de la novena etapa. Junto ... a la iglesia parroquial, vinculada a los tiempos de los templarios, al antiguo Hospital de Peregrinos y a la ermita del Santo Cristo, existe otro edificio religioso que ha sido objeto de relatos fantásticos y legendarios. Se trata de la ermita de San José, erigida en el siglo XVIII por un arriero adinerado llamado José Calvo Cabrera.

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En efecto, como publicó a finales de los años 70 José María Luengo, las lápidas funerarias que se encuentran en el interior del propio templo detallan la identidad del citado Calvo, fallecido el 7 de mayo de 1739 a los 58 años, y de su mujer, Antonia Rodríguez Niego, que murió un mes antes con 60 años. Ambos, fundadores de la ermita, tuvieron una hija, llamada Inés, que también murió en 1739, concretamente el 22 de abril a la edad de 30 años. Calvo Cabrera era un arriero que había hecho una ingente fortuna transportando remesas de dinero desde Pontevedra hacia la Contaduría de Hacienda de Madrid, pues en concepto de derechos de conducción solía percibir en torno al 2% del valor de lo transportado.

De hecho, según el citado Luengo, el valor de sus bienes en el momento de su muerte ascendía a 635.770 reales, una cantidad más que importante. Gracias a ello pudo construir la ermita. Esta es, para algunos, la razón más plausible de la fundación del templo, aparte de la profunda devoción religiosa de la familia. Eso no obsta para que, aprovechando la fama de los arrieros maragatos, cuyo oficio como transportistas vino siempre marcado por la laboriosidad y la honradez, se aportasen explicaciones alternativas ancladas de lleno en la leyenda popular. La más difundida es la que habla de la llegada a la localidad de un misterioso paquete, procedente de América, que algún indiano habría de recoger a la vuelta de su viaje.

Fue José Calvo, famoso por su honradez, el que recibió el encargo de custodiarlo hasta la llegada del dueño. Otras versiones señalan que el sujeto procedente de América también se llamaba José y que, después de pasar unos días en la posada de Rabanal, desde donde tenía previsto dirigirse a la ciudad para ventilar unos asuntos particulares, habría encargado a Calvo la custodia del equipaje. Sea como fuere, las dimensiones del mismo impresionaron al arriero, que además habría recibido unas instrucciones muy precisas por parte del dueño: si al cabo de treinta años éste no regresaba y nadie lo reclamaba, tenía el permiso para abrirlo. Y así debió de suceder: pasaron tres décadas y, por más que Calvo preguntó, no le pudieron dar noticias del propietario. Así que lo abrió.

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Cuál sería su sorpresa al descubrir en su interior cuatro arcas repletas de dinero y objetos de oro de gran valor. Lejos de rendirse a la codicia, el arriero dejó pasar más tiempo para ver si aparecía el dueño. Pero no hubo forma. De modo que, haciendo gala de su proverbial honradez, José Calvo renunció a emplear esa fortuna en su propio provecho para construir un edificio religioso en su pueblo. Era 1733. Mandó llamar a obreros de la zona y erigir una ermita, dedicada a José en honor a su fundador. También la dotó de rentas, vasos y copas sagradas, y ordenó levantar una casa para el capellán.

Cuenta Félix Pacho Reyero, en un artículo publicado hace años en este periódico, que cuando arquitectos y albañiles advirtieron al donante de lo mucho que costaría erigir la ermita, José Calvo les enseñó un arcón lleno de oro y dijo: «Tirai palante, que lo que veis no es más que un poquitín pa enseñalo». Los restos de Calvo Cabrera y de su mujer yacen en el interior del templo.

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