Teodoro Carrión, en el centro, con miembros de la Guardia Civil. EL NORTE

Descuartizada a golpes de hacha en Tudela de Duero

Un brazo flotando en el río, hallado en julio de 1962, desveló el horrible crimen cometido por Teodoro Carrión, asesino confeso de Euxiquia Marcos

Sábado, 25 de julio 2020, 09:15

Aquel verano de 1962 sería difícil de olvidar para las niñas Maribel Gómez Mazuela, María José Medrano y María Hitos. Pasaban la tarde con sus ... familias en la vega de Porras, en el término de Boecillo, cuando lo vieron aparecer en el río Duero: era un brazo. Las dos primeras eran hijas de personajes bien conocidos, el magistrado Rafael Gómez Escolar y el doctor Medrano, quienes le comentaron el hallazgo al redactor de El Norte de Castilla, que casualmente se encontraba por la zona.

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El brazo estaba seccionado a la altura del hombro, por lo que en un primer momento se pensó en un accidente ocurrido hacía poco en una cercana vía férrea. Esta hipótesis, sin embargo, se descartó al comprobarse que la víctima del accidente, a quien también le faltaba un brazo, era un varón, mientras que el hallado correspondía a una mujer. Las sospechas de un asesinato se intensificaron a partir del 25 de julio, cuando apareció la otra extremidad junto a la orilla del Duero a su paso por Tudela. Luego encontraron el muslo derecho, atravesado por un alambre, y, finalmente, las dos piernas, atadas con la misma herramienta y ésta, sujeta a un ladrillo de los denominados «hueco España». El suceso no tardó en saltar a la primera plana de la prensa nacional, incluido 'El Caso', auténtico líder en estas espeluznantes historias.

Según el informe pericial, la víctima era una «mujer de constitución robusta» y «las mutilaciones han sido hechas con un hacha». La pista determinante la aportó el ladrillo citado, pues provenía de la fábrica que Ismael Tejero tenía en Tudela de Duero. Además, la entonces secretaria de El Norte, María Luisa Lovingos, alertó a las fuerzas de seguridad sobre la extraña peripecia de una viuda de ese pueblo llamada Sara Carrión Sanz, que, si bien en un primer momento había expresado su voluntad de montar un gallinero, finalmente terminó marchando al extranjero. La Guardia Civil citó entonces a declarar a su hermano, el también viudo Teodoro Carrión Sanz, de 64 años de edad, sin percatarse aún de que con dicha decisión abría la puerta al esclarecimiento del caso.

En efecto, vecinos de Tudela confiaron a la Benemérita que, días atrás, el susodicho había pedido pico y pala a una vecina, de nombre Gonzala Fernández, con la intención de plantar unos tomates en el patio de su casa, situada en el número 19 de la calle de las Escuelas. Teodoro no abrió cuando el 31 de julio agentes de la Guardia Civil llamaron a su puerta: se fue andando por la carretera de Soria, llegó al Pinar de Antequera y se subió a un camión que lo dejó en la capital vallisoletana. Aparentemente tranquilo, se sentó a contemplar unas obras en las inmediaciones del Arco de Ladrillo.

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Eran las cuatro de la tarde del 1 de agosto de 1962 cuando se le acercaron dos números de la Guardia Civil del puesto de San José. Ésta fue, según Luis González Armero, periodista de la Agencia Cifra, la sorprendente conversación:

- «¿Es usted de Tudela de Duero?»

- «Claro».

- «Entonces sabrá usted algo del crimen que se ha cometido en ese pueblo».

«¡Ya lo creo!, como que en el corral de mi casa tengo yo enterrada a la víctima…».

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Se llamaba Euxiquia Marcos Gómez, era natural de Berganzo, en la provincia de Orense, tenía 45 años y en el pueblo la conocían como «La Carmela». A decir de la prensa, durante tres años vivió como «mujer de compañía» en casa de Teodoro, que trabajaba como empleado en una báscula de pesaje de la Azucarera, hasta que la policía la detuvo para internarla en un reformatorio. Al salir, regresó con él. Teodoro llevaba una vida extraña, apenas hablaba con sus vecinos ni con sus seis hijos, con los que no convivía, frecuentaba a «mujeres de vida confusa» y bebía demasiado, aseguraban las informaciones del momento.

Él mismo confesó el crimen: una tarde de finales de mayo, a la hora de la siesta, después de una violenta discusión, Euxiquia llegó a amenazarle de muerte. Entonces agarró un hacha, se acercó a la cama en la que dormía su acompañante y le asestó un golpe mortal en la cabeza. Cuatro días tardó en descuartizarla con dos cuchillos y un hacha de cortar leña. Fue metiendo las extremidades, por separado, en distintos sacos de yeso que envolvía en otro de arpillera: el primero lo arrojaba al río, y el segundo lo empleaba para ocultar el siguiente «lanzamiento». El tronco de la víctima lo dejó en el corral, entre la paja, durante una semana. «Tenía mucho trabajo en la báscula y no tenía apenas tiempo para ocuparme de esto. Decidí que el resto lo enterraría», declaró a la Guardia Civil, que con su ayuda logró desenterrar lo que quedaba de Euxiquia.

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Según 'El Caso', lo que nunca apareció fue la cabeza. Teodoro aseguraba que la había lanzado al río atada a un ladrillo con un alambre, pero por el pueblo corrió la especie de que la había tenido en su misma casa, junto a él, para mirarla a diario porque, en el fondo, la quería. Mientras los fotógrafos disparaban sus flashes, protestó: «¡Ni que fuera Belmonte para hacerme tantos retratos…!». En febrero de 1963, la sala de lo Criminal de la Audiencia le condenó a 15 años de reclusión menor y un mes y un día de reclusión mayor. Aunque el tribunal consideraba que los hechos eran constitutivos de un delito de asesinato con alevosía, juzgó como circunstancia atenuante -eximente incompleta- el que se tratara de «un individuo anormal por padecer una involución cerebral y una debilidad mental que disminuye su raciocinio». Fue condenado además a pagar una multa de 1.000 pesetas por el delito de inhumación ilegal y 50.000 a los familiares de la víctima, más las costas del juicio.

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