Valladolid
Adiós a 43 años detrás de la barra: «Todavía quedan clientes que vienen desde el principio»Javier Pascual abrió el bar Woody en los ochenta tras iniciarse en el mundo de la hostelería como botones en el Círculo de Recreo
A Javier Pascual casi no le hace falta mirar cuando abre la nevera para coger una cerveza, cuando tiene que buscar un refresco o tirar ... la chapa de un botellín a la basura. La barra del Woody ha sido casi una extensión de su cuerpo durante los últimos 43 años. «Me la sé de memoria», reconoce. Al final de la misma, uno de sus parroquianos le define igual de rápido. «Es una leyenda», dice. Es el mismo calificativo que le otorga la camiseta que le han regalado otros asiduos de su bar, ubicado en la plaza de los Ciegos. «Esta leyenda se jubila». Y sí, eso es lo que ha pasado, que Javier Pascual dijo adiós a su negocio este sábado tras más de cuatro décadas al frente. «Ahora, a no hacer nada y a disfrutar del nieto. Que no es poco».
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Ahora, el Woody, -«por el pájaro loco, que se llama así, no por Woody Allen»- pasará a manos de su yerno, quien ya lleva un tiempo detrás de la barra para coger el relevo. «Y contrataremos también a otro chico para que sean dos personas». O sea que el bar seguirá abierto, en pleno corazón del entorno de San Nicolás. Después de las vacaciones, eso sí. Entonces seguirán con sus cafés, sus tapas, algo de arroz, salmorejo en verano, sopas de ajo y la tortilla, la más solicitada. «Más de veinte todos los días», asegura Javier Pascual.
«Aquí han venido muchos opositores que han termiando siendo jueces, policías y bomberos»
Su historia en la hostelería se remonta antes de la apertura del bar, que abrió al público en el 1983. Comenzó como arrancan muchas historias de hosteleros antes de lanzarse con su propio negocio. En su caso, como botones en el Círculo de Recreo, en «la pecera». «Empecé con catorce años, en aquellos años empezabas así. Cuando no estudiabas te decían, a trabajar. Así que allí estuve. Poco a poco, cumples una edad, pasas a ser camarero. Yo empecé en barra hasta que en el 1981 se redujo la plantilla. De cuarenta empleados a apenas cinco», relata el ya hostelero jubilado.
Eso sucedió y después de un tiempo él y su hermano decidieron abrir el Woody. «Lo abrimos cuando éramos muy jóvenes, una locurilla de estas, que ha durado muchos años. Para mi hermano algo menos, lo dejó en el 2000, pero estuvimos juntos 17 años. Yo seguí, a base de coger camareros», recuerda. De esos primeros trotes detrás de la barra también recuerda el esfuerzo y el sacrificio. «Fueron años de muchísimo trabajo. En aquel entonces, cualquier barra que pusieras te daba dinero. Se trabajaba mucho, pero también se ganaba mucho. La hostelería era más fácil entonces, sin tener conocimientos, con que atendieras, cumplieras unos horarios, lo tenías hecho. Ahora es más difícil».
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Porque a lo largo de las décadas el negocio ha cambiado. «Para los bares familiares ha ido a peor. Ahora hay que trabajar el doble para ganar la mitad. Antes también podías poner la tapa con precio, ahora tienes que regalarla para que no se vaya a otro lado, la competencia es distinta», lamenta. Pero lo que no ha empeorado es la relación con el cliente. «Tenemos mucha suerte». Porque la situación física del Woody, uno de esos bares de toda la vida, es en parte privilegiada. Sobre todo por la cercanía con la biblioteca de Castilla y León -también el hospital o unas oficinas de la Junta-, separada por unos dos minutos caminando, lo que asegura un flujo de estudiantes durante casi todo el año. La hostelería no vive solo del vermut del fin de semana, claro.
«Muchos trabajadores y muchos opositores. De aquí han salido un montón de chicas y chicos jueces, policías, bomberos. Personas que vienen, les ves un año, al otro. Luego cuando aprueban se marchan y te da pena. Luego vuelven y te traen un detalle, aquí el ambiente es muy bueno», relata Javier Pascual. Y para mantener al cliente, la clave es la cercanía. «Si llevas aquí tanto tiempo es por algo. Con el tiempo los clientes se acuerdan, se han ido y luego te regalan cosas. Yo soy del Atlético de Madrid y claro, por ahí van los tiros», comenta. El último detalle, esa camiseta que le define como «leyenda». «Es emocionante cuando ves que empiezan a felicitarte, pero no estoy nervioso. Pregunto a otros compañeros que ya lo han dejado y me dicen que no se nota nada».
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Ayuda fuera de barra
Porque clientes no le han faltado y hay algunos que no se han ido durante todos estos años. «Todavía me quedan, muy mayores. Entonces a lo mejor tenían cuarenta y aquí siguen. No me piden lo mismo claro, ahora es un descafeinado, ya no es una copa o una cerveza, eso ya no puede ser. Pero siguen viniendo, que es de agradecer, muchos de ellos todos los días. Ya no como antes, cuando había más cuadrillas que no se movían, se iban a comer, volvían y así. Ahora están menos tiempo, se consume menos», relata el hostelero.
Pero esos parroquianos seguirán yendo al Woody, aunque Javier no esté, al menos para servir. «Si vengo, haré ayuda fuera de barra, nada más. Que si hace fata comprar algo, pues lo traigo, pero eso no es trabajar. A lo mejor al principio ayudo un poco hasta que el nuevo camarero coja un poco el truco y ya dejaré de venir. Algún recado, pero nada más». Así se despide Javier Pascual de su negocio, un segoviano de Sanchonuño que llegó a Valladolid cuando era un niño y que tras décadas detrás de la barra ha dejado huella entre los vecinos de San Nicolás y unos cuantos policías, jueces y opositores.
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