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Víctor Vela
Miércoles, 10 de febrero 2016, 22:01
Cuentan que todo eran faldas y pantalones cortos, ventanas con mujeres y niños en las calles. El pueblo sin hombres, le llamaban. Poco rastro de varón por San Martín, por la calle Corralones, por la del Depósito.Desde las fiestas de septiembre hasta las cenas de Navidad. Desde la mañana de Reyes hasta San Blas. Poco bigote en Serranillos, provincia de Ávila. El pueblo sin hombres, le llamaban.
¿Dónde se metían?
En la pimentera.
Responde José María Pérez Sánchez, quien se asoma al pasado de su pueblo natal desde este balcón de pepinillos y aceitunas que es el mostrador de su tienda de encurtidos en la calle Moradas. El mejor bacalao, dice una pegatina en el escaparate. Pimentón de la Vera, grita un cartelón enorme en el centro del local.
¿Y qué es la pimentera?
Entonces, José María cuenta. Cuenta que los hombres de Serranillos se pasaban la mayor parte del año fuera de casa ocho, diez meses y que por eso le llamaban el pueblo sin hombres. Cuenta que recorrían kilómetros y kilómetros con la mula para comprar primero el género (el pimentón, en Cáceres)y venderlo luego por media España. Cuenta que apenas volvían al hogar por la Semana Santa, la Navidad, las fiestas de septiembre. Cuenta que, además del pimentón, compraban aceitunas que más tarde aliñaban y vendían en otras provincias. «Las mejores aceitunas vienen de allí, de Serranillos. Y eso que en el pueblo no hay ni un solo olivo». Cuenta.
Serranillos llegó a tener más de 1.300 vecinos en los años 50 del siglo pasado. La cifra bajó a menos de la mitad veinte años después. La industrialización y la fuga a las ciudades mermó el padrón local.Ahora apenas hay 272 vecinos inscritos. Pero el espíritu comercial y emprendedor de los habitantes de este pueblo sin hombres se extendió por muchos puntos de España. Valladolid incluido. Aquí, a orillas del Pisuerga, las nuevas generaciones continuaron con la labor de sus antepasados: el pimentón, las aceitunas.
«Muchas de las tiendas de encurtidos que hay en Valladolid son de paisanos de Serranillos», explica José María.Hay ejemplos en General Shelly, en los mercados de La Rondilla y de Delicias, en el barrio de Vadillos. Los propietarios de La Rapa famosa cadena de dulces y encurtidos con sede central en Valladolid y 34 locales por España proceden de Serranillos. El vecino más famoso del pueblo es Lucio Blázquez, quien muy joven (con 12 años, en 1945)marchó con su padre a Madrid para empezar a trabajar con doña Petra en el Mesón del Segoviano. En 1974 abriría su propio restaurante:Casa Lucio. YJosé María lo recuerda desde la calle Moradas. «Era amigo de mi padre. Salieron del pueblo casi a la vez». La familia Pérez no marchó a Madrid, sino que eligió Bilbao. El pan llegaba a casa gracias a la descarga de camiones de carbón. Después, a conducir camiones en la línea Barcelona-La Coruña. Más tarde, autobuses. Y al final, Valladolid. El 1 de febrero de 1971 (hoy, justo hoy, hace 45 años)abría sus puertas el negocio de encurtidos que ahora atiende José María suena jazz, swing, valses y Sinatra en el local y que se ha convertido en proveedor oficial de pimentón para el barrio. «Ahora vendo yo en La Rondilla el mismo pimentón que mi bisabuelo repartía con el asno», indica José María, el bisnieto, quien acaba de abrir otra tienda en la calle Alcaparra, en El Peral.
Entre sus clientes, Juana Elena, del bar Distrito 10, que utiliza el pimentón para preparar las nécoras sin patas, un invento de su suegro, quien durante muchos años regentó el bar Joscar, en la calle San Martín.
¿Nécoras sin patas?
Mira, mira, dice Juana mientras exhibe una fuente de cristal con la tapa estrella del bar. Son patatas con salsa de pimentón y vinagre.
Hasta aquí se trajo la receta Gaspar Fernández, el marido de Juana, ya jubilado. Durante 18 trabajó en la fábrica de chocolates La llave. Después, se lanzó a la hostelería y ahora rinde homenaje a su barrio original, con carteles de la iglesia de San Martín y de la Piedad en este bar donde las nécoras sin patas comparten mostrador con la tortilla de patata, las empanadillas de bonito o los mejillones en su salsa.
Y merece la pena pasear la mirada por el Distrito 10 para descubrir alguno de esos tesoros que deberían ocupar el museo de las cantinas, si es que existiera. Está, ejemplo, la colección de cajetillas de Celtas. Está, sin ir más lejos, este aparador que exhibe casetes (¡casetes!)de Sergio y Estíbaliz, de Obús, Raphael, La Frontera, Ana Belén.
Ya quedan pocos de estos, ¿eh?, pregunta casi con orgullo una de las parejas de hosteleros con más solera del barrio.
El mejor dibujante
Presume Boris de que él siempre fue el mejor dibujante de su colegio, en Bulgaria. Que ningún otro estudiante demostraba la misma maestría con lápiz y plumilla. Quizá, por eso, uno de sus compañeros de pupitre le pidió que le hiciera un tatuaje:una hoja de cannabis en el hombro derecho. Debió quedar satisfecho, porque luego le encargó otro:un demonio en el tobillo. Fue así como Borislav Dimitrov Yanev descubrió que el mundo tatoo sería la mejor alternativa para dar salida a su vena artística, que los mejores lienzos estaban en los cuerpos de los demás. Comenzó a formarse. Obtuvo los títulos y licencias necesarias. En 2002 se vino a Valladolid y desde 2014 promueve TatooInkValladolid, un estudio en el que el diseño de los tatuajes juega un papel fundamental.
«Hago de todo. Muchas letras, muchos números, las cejas de personas mayores a los que se les caen los pelos. Pero me gusta lo complicado, los retratos, el realismo. Es verdad que me lo piden menos, pero es lo mejor».Y muestra en el móvil su perfil de Instagram (tattoinkvalladolid_) con algunos de sus trabajos. Como el retrato de aquel perro que se murió, como el rostro del hijo en un hombro, como ese atrapasueños que tapa una cicatriz, como aquel samurai. Ahora comienza la temporada alta del tatuados, cuando muchas personas se deciden a dejar marca perenne en su cuerpo. «Siempre les pregunto si están convencidos. Sobre todo si quieren tatuarse el nombre del novio. Piénsatelo bien porque la pareja se cambia, pero el nombre queda ahí para siempre», les dice Boris, quien recomienda:menos nombre, más arte. Ylo dice quien tiene seis tatuajes en el cuerpo, «todos superantiguos. El primero, una rosa, cuando tenía 15 años. El segundo, un dragón en la pierna, con 16. El tercero...», sigue diciendo el tatuador de historias de la calle Moradas.
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