Familia en el interior de una casa del poblado.

El gueto de la droga y la miseria

El Poblado de La Esperanza, inaugurado en enero de 1979 para realojar a familias chabolistas de San Isidro, fracasó en su intento de propiciar la integración social de sus habitantes

Enrique Berzal

Sábado, 20 de junio 2015, 17:40

«Casi no hemos podido pegar ojo en toda la noche de la contentura», le confesaba una mujer al alcalde Manuel Vidal García el 15 de enero de 1979. No era para menos. Pertenecía a una de las 109 familias que habían logrado escapar de las terribles condiciones de vida de las chabolas ubicadas en la antigua gravera de San Isidro para ocupar, exultantes, aquellos flamantes chalets adosados recién construidos. Eran las nuevas viviendas situadas en Pajarillos Altos, 110 en total, que en seguida conformarían el tristemente famoso Poblado de La Esperanza.

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El Norte de Castilla dio la noticia de la entrega de las llaves el 13 de enero de 1979; tres días más tarde hizo otro tanto con el inicio del traslado. Era, ciertamente, un hito en la historia reciente de la ciudad. Para comprenderlo en toda su amplitud hay que remontarse a ese conjunto de chabolas insalubres que ya en la segunda mitad del siglo XIX poblaban las marginales y abandonadas «graveras de San Isidro», en la zona conocida como Pajarillos Altos. El agravamiento de su situación suscitó, en 1972, el esperanzado proyecto edilicio de dar alojamiento a los más de 600 chabolistas, gitanos en su mayoría, que poblaban el lugar. 110 viviendas acogidas a los beneficios del Ministerio, sólidas e higiénicas, decía un expediente administrativo de marzo de 1973.

Dos años más tarde el Boletín Oficial del Estado publicaba el concurso-subasta pertinente, dejando claro que se trataba, en todo caso, de un traslado transitorio, y que el objetivo último era la promoción social de los chabolistas marginados. En efecto, se daba un plazo de 12 años para proceder al realojo en la ciudad de casi un millar de gitanos y gitanas que habitaban el nuevo poblado de La Esperanza.

Inmediatamente después del traslado de las familias comenzó el derribo de las chabolas de San Isidro, espacio nefando repleto de suciedad y miseria: «Mire si habrá ratas, que por las noches no hace falta ropa para taparse. Con las que pasan por encima se abriga uno bien», le confesaba uno de los recién trasladados al periodista. «Una rata como un perro se llevó en la boca medio pollo que había comprado para comer», aseguraba otro.

De ahí la inmensa alegría con que acogieron el traslado al nuevo poblado. Se trataba de integrar a la población gitana mediante la construcción de viviendas dignas, guarderías y zonas verdes, integración social que se suponía garantizada por las posibilidades laborales del Mercado Central y las aportaciones formativas de la parroquia de los Salesianos. Sin embargo, una parte de los vecinos de Pajarillos Altos no tardó en mostrar su indignación; esgrimían el agolpamiento de carencias en un barrio excesivamente abandonado y, sobre todo, la «gitanización» introducida por un contingente de población de etnia gitana que, con el nuevo asentamiento, ascendía ya al 40% del total.

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Aun así, el proyecto siguió adelante; fue aprobado en 1976 y finalizado en enero de 1979. El poblado se construyó en terrenos adquiridos por la Caja de Ahorros Municipal, vendidos luego al Ayuntamiento. Plazas porticadas, guardería infantil, jardinería, viviendas de 60 metros cuadrados en dos plantas Así nació el Poblado de la Esperanza. Las familias trasladadas desde San Isidro, procedentes casi todas del entorno rural y de tradición itinerante, poseían unas costumbres culturales y unas características socio-económicas que las situaban en las esferas marginales.

Para su paulatino realojo e incorporación social se llevaron a cabo medidas como la puesta en funcionamiento de un Centro Social participado por el Ayuntamiento, la Diputación y la Caja de Ahorros Provincial, y un plan de desarrollo comunitario promovido por el Ministerio de la Vivienda, para el buen uso de las casas y la relación con los vecinos. Además, en 1985 nació la Asociación Juvenil Gitana La Esperanza, que también se encargó de promover actividades en dicho sentido.

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Sin embargo, como han escrito Luis Pastor y Henar Pascual en un documentado estudio sobre el barrio de Los Pajarillos, los problemas no tardaron en llegar, sobre todo a partir de 1990: prácticas natalistas de corte tradicional; hacinamiento y degradación de las viviendas; devastación de buena parte del pavimento; paro estructural masivo y crecientes dificultades para conseguir empleo; preponderancia de población gitana a modo de gueto cerrado; racismo, tráfico de drogas

Por si fuera poco, la administración terminó desentendiéndose del poblado y las inversiones no llegaban nunca. A mediados de la década de los 90, «La Esperanza» se había convertido en todo lo contrario de lo que pretendía ser. En lugar de actuar como instrumento para el realojo y la incorporación social de las familias gitanas y chabolistas, se erigió en auténtico gueto de la droga en Pajarillos Altos, zona marginada que semejaba más bien un inmenso vertedero de residuos, jeringuillas y humedades.

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La opinión pública y la opinión publicada convergían en la necesidad de acabar con aquel supermercado de la droga en la ciudad. Cuando el 17 de enero de 2003 fue derribada la última vivienda que quedaba en pie, deshabitada desde diciembre de 2002, las familias ya habían sido realojadas en casas de protección oficial, viviendas unifamiliares y otras en altura. La mayor parte de los antiguos habitantes de «La Esperanza» residía en la zona Este y en la del Esgueva. Dicho realojo, iniciado en 1991, costó a las arcas municipales más de 5,2 millones de euros.

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