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Jorge Moreno
Domingo, 21 de septiembre 2014, 10:59
La Guerra Civil había concluido apenas un año antes, y por segunda vez desde que finalizó, los vallisoletanos celebraban, con la alegría de la posguerra, las Ferias y Fiestas de su patrón, San Mateo.
Pero la desgracia sacudió, justo la víspera, a toda la ciudad con un trágico suceso que costó la vida a 97 militares y nueve miembros del Cuerpo de Bomberos de la capital, un suceso que a día de hoy cuesta esclarecer totalmente puesto que las autoridades de la época trataron de acallar, pese a la magnitud de la tragedia. Además, otras 63 personas resultaron heridas, por lo que algunos de testimonios elevan el total de muertos a 116.
Habían pasado las dos y media de la tarde del sábado 20 de septiembre cuando una fuerte explosión sacudió la capital vallisoletana. Muchos cristales de galerías y ventanas del centro se rompieron y los moradores salieron alarmados de las viviendas.
La fuerza de la detonación volvió a traer malos recuerdos a algunos, hasta que desde la zona del Paseo de Zorrilla se pudo comprobar cómo una columna de humo se levantaba por la parte sur de la ciudad. La humareda no procedía de las decenas de casas molineras instaladas en la Cañada Real, ni de Puente Duero. No.
El humo continuó durante horas seguido de más explosiones, hasta que se determinó que el origen estaba en uno de los polvorines que el Parque de Artillería tenía en el Pinar de Antequera. La explosión se produjo en el almacén número cuatro y provocó, según informes oficiales, un cráter de 80 metros de diámetro y 23 de profundidad. Una espeluznante catástrofe se anunciaba desde el cielo para los que allí acudieron tratando de socorrer a las víctimas.
Según publicó El Norte en una escueta nota al día siguiente (domingo 21 de septiembre), «trabajaron en sofocar el incendio los soldados de la batería de servicio en el Parque, los obreros de un camino vecinal y el servicio de Bomberos de la ciudad, que rivalizaron en heroísmo en la extinción del incendio, sin que pudiesen evitar que la explosión se produjera. Resultaron algunas víctimas que por confusión del momento no podemos precisar», terminaba la pequeña nota publicada en la portada del dominical de este diario, cuya censura oficial era evidente. Junto al breve, una colaboración, con el doble de extensión, que justificaba la creación del Tribunal de Represión contra la Masonería.
Los muertos en este siniestro fueron 97 militares, entre oficiales, suboficiales y soldados, y otras nueve personas más pertenecientes al Cuerpo de Bomberos de Valladolid. En total, según las cifras oficiales hasta ahora, 106 fallecidos por la explosión cuyo origen, explicaba la autoridad franquista, fue «causal y obedeció al incendio de un bidón de alquitrán de los que se empleaban para el embreado de un camino vecinal». La obra se construía para dar servicio a los polvorines militares.
Escasa repercusión
La magnitud de la tragedia tampoco tuvo mucho eco en la prensa nacional. El diario ABC recogía en su edición del 22 de septiembre lo sucedido en el Pinar de Antequera, y colocaba la noticia en su sección de Sucesos en provincias. En total, nueve líneas sobre este incendio junto al Parque de Artillería. «No pudo ser sofocado a tiempo y el fuego se propagó al polvorín y a la fábrica de municiones», explicaba la agencia de noticias Cifra.
Pero si los detalles del siniestro se minimizaron, no menos lo fueron las noticias del entierro de las víctimas. Apenas once líneas se publicaron el martes 23 de septiembre de 1940. Al sepelio, realizado el lunes 22, no asistió «por indisposición» el gobernador civil de Valladolid, Jesús Rivero Meneses, que fue sustituido por el entonces presidente de la Diputación Rodríguez Vila.
La tragedia del penúltimo día de las Ferias y Fiestas de San Mateo de 1940 motivó que desde la Corporación Municipal se diera la orden de «suspender en señal de duelo los espectáculos señalados en el programa para la tarde y noche» de ese sábado.
Pese a ello, en un intento de que la normalidad regresase a los vallisoletanos, el domingo 21 se realizó en las Moredas el reparto de los premios del Concurso Provincial de Ganados. Y en el Campo Grande se efectuó la última verbena de San Mateo, seguida de una función de fuegos artificiales que, según se publicó, «por la fuerza de las detonaciones reproducían casi a lo vivo la batalla del Ebro». Eran tiempos de poscontienda y la II Guerra Mundial proseguía.
Homenaje
Para recordar este desgraciado siniestro, en el ámbito castrense se decidió levantar un monolito que, instalado en el Parque de Artillería del Pinar, todavía recoge los nombres de los 97 militares muertos, jefes, oficiales y soldados en su mayoría. Entre ellos, el del coronel jefe, Juan Sáez Ortega.
Un año después, en 1941, el Ayuntamiento de Valladolid decidió dar luz pública al suceso, y celebró una misa en la iglesia de Santiago, en la que se recordó a los 9 bomberos.
Tras el oficio religioso y el desfile de policías y compañeros, en la Casa Consistorial, el alcalde y comandante militar, Luis Funoll, elogió «la heroica actuación de los bomberos». Delante de las familias de los fallecidos recordó los «beneficios otorgados a los huérfanos», entre los que citó que los familiares seguirían «cobrando íntegra la paga del finado, y se les respetarán otros derechos, como la preferencia para ocupar las viviendas protegidas que se están construyendo».
En ese mismo acto, el regidor repartió 21 cartillas de ahorro a los huérfanos civiles, con una cantidad de 1.000 pesetas cada una, que se vieron luego incrementadas con otras cien pesetas aportadas por la Diputación de Valladolid. La tragedia sirvió también para que desde otros ámbitos se realizase una cuestación, cuyas aportaciones se dieron también a las familias.
La lápida que conmemora lo sucedido aquel 20 de septiembre de 1940, y que sigue instalada en el Parque de las Eras, contiene los nombres de los nueve fallecidos, desde el jefe de Personal, el capataz, el mecánico, y los otros seis bomberos.
Según fuentes municipales, en la década de los años 40, la plantilla del servicio de extinción en la capital era de unas 35 personas, frente a las 169 actuales. «Es decir, los bomberos fallecidos aquella jornada eran casi un tercio del total. Murieron casi todos los que trabajaban en el turno de la tarde del sábado». Ello se desprende del parte que elaboró el capataz, Gaspar Rodríguez. Lo firmó al entrar, pero ya no regresó por la noche al igual que sus otros compañeros.
Hoy se cumplen 74 años de la que es, quizás, la mayor tragedia humanitaria de Valladolid. Para el año próximo, tanto desde el actual mando de Artillería como desde el Cuerpo de Bomberos de la capital, se baraja un homenaje al más del centenar de muertos que hubo en las Ferias y Fiestas de San Mateo de 1940.
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