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Pasión por la selección española. Vecinas de Tuilla, enfundadas en la camiseta cada vez que juega la Roja. :: MIGUEL MUÑIZ
FÚTBOL

El guaje que regateó a la mina

«Todo se lo debe a su padre», cuentan en Tuilla, el pueblo de Villa, el goleador de la selección

EVARISTO AMADO

Domingo, 11 de julio 2010, 03:13

David Villa acababa de cumplir los nueve años cuando se produjo el último gran accidente en los pozos mineros donde trabajaban, como hicieron su padre y su abuelo, la gran mayoría de sus vecinos de Tuilla. Corría el 22 de diciembre del 89, y un fuego en una cinta transportadora provocaba cuatro fallecidos. La mayoría de los trabajadores debieron ser evacuados al hospital, ahogados y con quemaduras en los ojos. Sucesos como éste imprimieron en él carácter. Pero quizá más aún lo hizo la lesión que sufrió a los cuatro años, cuando un niño más grande que el canijo David, como le llamaban, cayó encima de su pierna derecha. La rotura del fémur fue tan grave que pasó seis meses escayolado hasta la cintura y su familia temió que la lesión fuese a afectarle de por vida.

Pero su padre, José Manuel, Mel, acabó convirtiéndola en una ventaja. Apasionado del fútbol, durante la recuperación Mel obligaba a David a chutar con la pierna sana entonces, la zurda. Por eso ahora la rompe con las dos, cuentan en el lugar. «Todo se lo debe al padre», dice un paisano en el bar. Es la frase más repetida en Tuilla cuando se pregunta por el Guaje. Que si le regaló el balón nada más nacer, que si lo acompañaba a sol y a sombra a los entrenamientos... David no arrancaba en los estudios, pero a Mel le daba igual: «El chico va a ser futbolista».

El Guaje -nombre con el que se conoce en la cuenca minera a los niños que auxiliaban y llevaban agua a los picadores de la mina- era obediente y disciplinado, más bien callado, y un desastre en la escuela, a la que en ocasiones llegaba con un balón en la mano y sin libros. A los 17 años dio el salto al Sporting, al que le salió redonda la jugada: lo contrató a través de un convenio por 16 millones de pesetas y lo vendió al Zaragoza por tres millones de euros.

Francico Javier, el Pisito, vecino de La Barriada, recuerda a David en la cancha del colegio Regino Menéndez Antuña. «Cuando había partidillos, los niños no querían que jugara, porque siempre metía goles», comenta divertido. «Suele venir por aquí, es conocido desde siempre, tiene muchos amigos jugando en el Tuilla».

En ese mismo patio de colegio, hoy golpean una pelota Borja, Unai, Jasón, Rubén y Sergio. Son los guajes de hoy. Unai se ha cambiado al Barcelona, le acusa uno de sus compinches, tras haber conseguido dos camisetas de Villa. Está de más decir que todos quieren ser como Villa, aunque Sergio lleva una camiseta... de Messi. Todos buscan saltar del equipo local a otro de mayor nivel de la zona.

El vivaracho Luis cree que Villa acabará en el Manchester. «Ahora que está en el Barça traerá un pepino de Lamborghini», asegura entre decidido y risueño. No le ve futuro al Porsche Cayenne rojo de Villa. Son espabilados y echan en cara que ahora aparecen por el epicentro de operaciones del villismo -el Carly, sede de la peña de Villa en Tuilla- foráneos que no tienen nada que ver con el pueblo. «Los tenemos fichados», dicen.

En Tuilla viven dos de las hermanas y la abuela paterna de Villa. Su padres mantienen la vivienda familiar, pero residen en La Felguera. Carlos Álvarez, de 18 años, futbolista, es primo de Villa. Milita en el Oviedo y, entre piropos al primo, reconoce que «no sentó muy bien que fichara por el Sporting». La marca Adidas le envía los modelos de las botas del Guaje, porque las que Villa le daba en persona ya no le sirven, ya que ha crecido.

Un chico sencillo

«Después del Mundial se pasará. Es una persona muy llana. Aquí el ejemplo es él». En la cuenca minera no siempre ha sido David el más famoso de la familia. Lo decimos por Vicente Amores, Trotski, su bisabuelo materno, un comunista condenado a cinco años en Marruecos por desoír la llamada a quintas, picador, de cuyo fervor revolucionario dan fe los nombres que puso a sus hijos: Libertad, Lenin, Stalin y Trotski.

-Era muy conocido el Trotski.

-Es más famoso el nieto.

-Hombre, al Trotski no lo conoce la alcaldesa, que no pone ni un euro en el club (se refiere a María Esther Díaz, del PSOE).

-Era de ley.

-Libertad era la abuela de Villa. Tuvo que cambiarles el nombre, porque les puso nombres extranjeros.

-Yo siempre le llamé el Troskín.

Otro Trotski, Vicente, tiene su sitio en la vida de Villa. Amigo de la infancia, comenzó a jugar con el Guaje a fútbol sala en el Mesón Cortina. Él pelotea ahora en el Tuilla. Fue a la presentación de David en el Camp Nou junto a su mujer, y sabe, por mensajes de móvil, que Villa está muy contento en el Mundial.

«Por supuesto que se llevará el 'Pichichi'», cuenta. Amigote es Carlos San Miguel, que regenta la sede de la peña de Villa en Tuilla, la confitería-bar Carly. Hasta allí han llegado, al calor de los goles, periodistas de todos los rincones. Me preguntan cómo va a celebrar David un gol. Les digo que como le salga. Es muy raro que tenga algo preparado», defiende.

Aficionado a la fotografía, Carly dice que no le gustan los retoques. Lo compara con las celebraciones de los goles del Guaje. «Él es como Asturias, natural. Ahora es más alegre que antes, me sorprendió en la Eurocopa». Son palabras de Manuel Cases, técnico de fútbol y primer descubridor de Villa -tras el padre, claro- cuando el niño tenía nueve años.

El chico era «obediente, cumplidor y noble», y no salía de fiesta porque «estaba muy controlado por el padre. Conmigo fue el máximo goleador siempre, entre 36 y 40 goles metía todos los años. Con el Barça va a superar los treinta goles».

Alfonso Cienfuegos fue presidente del Langreo durante los ocho años en los que Villa militó en el principal conjunto de la cuenca minera.

Él mismo firmó el convenio que, por dos años, estableció el intercambio de jugadores con el Sporting de Gijón que precedió a la salida de Villa, si bien más tarde hubo un litigio por diferencias económicas.

El equipo había ido a ver a un compañero de Villa, Andrés Guerra, pero se llevó a los dos. Cienfuegos recuerda que entonces «apostaban más por Andrés que por Villa. De hecho, en los informes de los ojeadores el chico no sobresalía sobre los demás. Nadie esperaba que progresara como lo hizo. Ahora no tiene techo».

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