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JUAN CRUZ ARNANZ CUESTA
Domingo, 27 de junio 2010, 03:14
Semejante carta de presentación pertenece a Manuel Lozano Garrido, nacido y bautizado en Linares (Jaén) en donde el pasado doce de junio fue beatificado. Una noticia que ha pasado prácticamente desapercibida para los medios de comunicación, lo cual no debería sorprendernos si no fuera por el hecho de que es el primer periodista español a quien la Iglesia reconoce merecedor de la gloria de los altares. Rafael Ortega Benito ha escrito «es difícil y complicado que muchos crean que un periodista es ejemplo de santidad, cuando hay otros que ensucian nuestra profesión, pues se hacen llamar periodistas, con informaciones y programas que nos avergüenzan».
Lolo, nombre con el que se le conoce familiarmente, vio la luz un 9 de agosto de 1920 y murió cincuenta y un años después, el 3 de noviembre de 1971. Fue el quinto de siete hermanos. A los seis años queda huérfano de padre y a los quince fallece su madre. La hermana mayor asumió el cuidado de la casa y la educación cristiana y humana de sus hermanos. De niño se inscribe en la Acción Católica en cuyo seno fue templando su espíritu y su corazón. A los dieciséis años estalla la guerra civil, permanece hasta enero del 38 en su casa familiar, a donde acuden en secreto sus amigos a llorar y rezar por los fusilados y a recibir la Eucaristía. Precisamente, Lolo, era el encargado de distribuir clandestinamente la comunión entre los enfermos de la parroquia. Por este motivo es delatado y condenado a tres meses de prisión. Al cumplir los dieciocho es enviado al frente de Motril, a la sección de transmisiones, donde sintió los primeros síntomas de su enfermedad. Finalizada la guerra vuelve a Linares donde termina el bachillerato. En 1942 durante el servicio militar es declarado oficialmente 'inútil'.
Después de numerosas visitas a médicos y hospitales regresa paralítico a Linares donde ocupará una habitación del tercer piso de la vivienda familiar. Lolo carga con la cruz de cada día y desde esa cruz seguirá siendo apóstol, testigo infatigable del Evangelio desde su sillón de ruedas. Su apostolado se fundamenta en tres pilares que vertebran su tullida existencia. La oración continúa desde lo cotidiano, la piedad eucarística y la devoción sincera a la Virgen, a la que se solía referir como «sencilla mujer de Nazaret».
El afán evangelizador que caracterizó sus años de joven, lo mantendrá durante todo el tiempo de su prolongada y dolorosa enfermedad, agravada en sus últimos nueve años con la perdida de la vista. Su mejor testimonio fue la alegría. De hecho, el decreto pontificio que declaraba la heroicidad de su vida y virtudes tenía por lema «vuestra alegría no os la quitará nadie» (Jn 16,22).
Y así sucedió. La penosa enfermedad que lo mantuvo más de veinticinco años paralítico nunca logró arrancarle la alegría contagiosa que albergaba en su corazón y que nacía de la fe. Ese testimonio tan admirable fue el que atrajo a tantas y tantas personas a su casa en busca de consejo y orientación. Y a los que no se acercaban a su casa, él se hacía próximo desde sus numeroso escritos. En 1960 se publica El sillón de ruedas, su primer libro, al que seguirán ocho más que dan cuenta, junto con un centenar de artículos, de su condición de escritor y periodista. Uno de sus biógrafos escribe al respecto: «No hay más que recorrer algunas de sus páginas para advertir en él a un escritor fajado en la escuela de la belleza literaria, de la verdad periodística, de una sublime mística que se adivina en las frases de sus diarios, en los personajes de sus novelas o en las columnas que escribía». Ofreció sus sufrimientos por los periodistas y para ellos escribió 'Decálogo del periodista', donde con fina intuición y sensibilidad exquisita nos presenta el ideal cristiano de un comunicador o periodista del momento. Asimismo, desde su rincón, inmóvil, además de escribir dictando y trabajar a diario, Lolo fundó el Grupo Sinaí, que congregaba a enfermos y a monasterios de clausura para que tomaran sobre sí «el cuidado espiritual de un medio de comunicación en concreto».
Estos son algunos rasgos de su personalidad pero dejemos que sea el mismo Lolo quien se defina usando la metáfora del carnet de identidad: «Nombre, hombre; apellido, libre, amante e inmortal; residencia provisional, la tierra, de paso hacia la eternidad; profesión, generosidad; fotografía, el corazón; firma, fe y esperanza». Concluyo haciéndome eco del quinto punto del 'Decálogo para periodistas': «El buen peregrino de la palabra pagará con moneda de franqueza, la puerta que se le abre en la hospedería del corazón».
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