Veinte lecturas de Claudio
Es una suerte para la poesía que Claudio Rodríguez siga siendo noticia. En este caso, doble noticia. La aparición de 'Rumoroso cauce' propone una lectura crítica diferente de las habituales entre escritores y académicos. Su publicación llega poco después de una iniciativa completamente distinta. La edición, por parte del Seminario Permanente que en Zamora lleva el nombre del poeta, de sus obras completas, sin comentario alguno. Con la verdad de la desnudez. Poco antes, Cálamo había recuperado 'Alianza y condena'.La editorial Páginas de Espuma propone en un ensayo nuevas perspectivas desde las que afrontar la obra del autor de 'Casi una leyenda'. Philip Silver coordina el proyecto
ANGÉLICA TANARRO
Sábado, 6 de marzo 2010, 02:15
Hay lecturas inagotables. Autores que hacen honor al adjetivo. Hay nombres sobre los que se escribe una y otra vez porque su obra sigue deslumbrando y porque aparecen nuevos puntos de vista, lecturas que se pretenden nuevas y darlas a conocer es una forma de celebrar que esa obra nos sigue hablando al oído o al corazón. Así, con Claudio Rodríguez.
El último ensayo sobre su escritura es el libro 'Rumoroso cauce. Nuevas lecturas sobre Claudio Rodríguez' que ha visto la luz de la mano de la editorial Páginas de Espuma. Se trata de un original trabajo en el que veinte escritores, entre críticos, poetas, filósofos, muchos de ellos amigos del autor del 'Don de la ebriedad', aportan su personal lectura del poeta. El volumen ha sido coordinado -suyo es el original enfoque del libro- por el hispanista Philip W. Silver, profesor de la Universidad de Columbia, amigo personal y admirador de Claudio y responsable del viaje que éste hizo a Estados Unidos (a Nueva York y a Houston donde se celebró un congreso sobre su obra) en un momento delicado de su vida.
Silver recuerda en el prólogo del libro que «uno de los baremos de la literatura más perenne es que su significado apenas tiene límites, y que, en vez de disminuir, no hace más que incrementarse a través del tiempo. Por eso se dice de las mejores obras de la literatura que su significado -por lo tanto su novedad- no tiene límites».
¿Cuál es ese punto de vista original que aporta este libro? Habitualmente los libros de ensayo se refieren al corpus total de la obra del autor criticado o estudian un aspecto parcial de ese corpus para demostrar una teoría. Y, como sugiere Philip Silver, cuando en ese contexto se elige un poema es porque viene bien a la tesis que trata de fijar el ensayo. Pero aquí la premisa era que cada autor debía escoger un único poema y comentarlo, no a la manera de la crítica historicista habitual, la que tiene en cuenta la biografía del escritor o su entorno social, sino viéndoselas a solas con ese único texto, individualmente tratado y elegido por gusto o afinidad. Sin tener en cuenta tampoco lo que otros o el mismo Claudio Rodríguez hubieran dicho sobre él. Aunque, como recuerda el coordinador de la obra, no era el poeta zamorano muy amigo de comentar su propia obra. Cuando se le preguntaba al respecto, la respuesta solía ser invariable en su sentido: «lo que tenía que decir lo dije ya en el poema».
Algunos de los críticos seleccionados en el libro han dedicado años al estudio del autor de 'Alianza y condena'. Otros forjaron su destino de poetas con su 'Don de la ebriedad bajo el brazo'. Todos reconocen en mayor o menor medida un cierto deslumbramiento producido por una obra breve, precisa, intensa y un autor que, en palabras de Silver, «en el mundo literario su estatus fue desde el principio irrefutable y al final legendario».
Abre el volumen la introducción de su coordinador, cuyo capítulo 'dos' es un delicioso retrato del poeta más amigo de los bares tradicionales que de los ambientes académicos, al que le gustaba entrar en los mercados populares, la compañía de jóvenes poetas y, en su juventud, los toros. El hombre al que «le entretenía más charlar con un matador retirado -su vecino en la calle Lagasca, Manolo Vázquez- que con otros poetas. Aparte claro está, de viejos amigos de toda la vida como Blas de Otero, Ángel González, Francisco Brines, José Ángel Valente y Carlos Bousoño». El discípulo de Aleixandre, el fumador excesivo, el lector de los místicos y el hombre enamorado de Clara Miranda.
Al referirse a su poesía, en el capítulo tres de su introducción, abre la puerta a las interpretaciones que son las que conforman el libro. Y se centra en lo que para él era esencial en su obra: la experiencia trascendental de lo cotidiano. Su manera de transmitir en lenguaje poético experiencias epifánicas de lo inmediato. «Para Claudio -afirma Philip Silver- la contemplación extática de lo inmediato cotidiano es una de las vías de la iluminación».
Palabras que enlazarían con las de Miguel Casado cuando a propósito del poema 'Revelación de la sombra' afirma que «el poema es (para este autor) la materia misma de la revelación».
Por el libro desfilan poemas como 'Sigue marzo', 'A las golondrinas'. 'Perro de poeta' (el que Claudio dedicó a Sirio, el perro que acompañaba a Vicente Aleixandre), 'Espuma', 'Hacia la luz', 'Noviembre', 'Música callada', 'Nuevo día'... en un recorrido por sus libros. Algunos sirven para relacionar su obra con un pintor por el que confesaba admiración. Se trata de 'Con media azumbre de vino' que le sirve al profesor del Brooklyn College William Childers para hacer un paralelismo con el cuadro 'Los borrachos' de Velázquez. «Este cuadro combina dos realidades en una misma imagen -afirma el crítico-: por una parte, una escena cotidiana de campesinos disfrutando el vino en mutua solidaridad; por otra la idea abstracta del dios pagano como personificación del impulso poético (...) De igual modo con 'Media azumbre de vino' une en un solo marco la borrachera cotidiana y la embriaguez mística o poética, que fue el tema principal de 'Don de la ebriedad'».
Y no es ésta la única referencia que aúna al escritor zamorano y al pintor de Sevilla, ya que la profesora de la Complutense Covadonga López Alonso se fija en 'Hilando', el poema dedicado a la hilandera, de espaldas, del cuadro de Velázquez.
Los comentarios a los poemas concluyen con el que Ángel Rupérez, poeta y profesor en la misma universidad, hace de 'Epitafio' uno de los poemas más oscuros de Claudio Rodríguez y con un cierto aire premonitorio pues murió poco después de su publicación. Rupérez escudriña el poema y concluye que su autor se dice a sí mismo: «Deja la poesía misma y deja todo aquello que se acerca a lo que le dio tanto sentido, tanto secreto, tanto misterio, tanta cercanía».
Justo a continuación Ángel González le recuerda al amigo que «Levantaste la voz para decirlo,/ alzaste tu palabra hasta dejarla/ en vilo, incólume/ salvadora y salvada/ en el espacio prodigioso/ donde pueden pisarse las estrellas».
Con veinte autores y otros tantos poemas comentados, el resultado de este 'Rumoroso cauce' es un Claudio Rodríguez poliédrico visto con lentes de distintos colores. Su lectura ni tropieza ni se estorba con la lectura personal, desnuda y solitaria que debe ser la primera y más radical de todo poeta.
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