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En blanco y negro. Bercianos de Aliste

Probablemente, la más sobrecogedora de las procesiones que se celebran en Castilla y León en Viernes Santo

M. J. Pascual

Lunes, 10 de abril 2017, 17:02

Hace mucho que no se casa nadie en Bercianos, pero aún quedan las madres para coser a los hijos la mortaja que será túnica cada Viernes Santo. El hijo que viene de Vitoria, Madrid, Valladolid o Zamora por Semana Santa para hacer el calvario alistano, para reconciliarse con sus raíces de tierra naranja y fronteriza. En la empinada 'carrera' rural, los cofrades van vestidos de difuntos, como iban los cofrades medievales cargando con su penitencia para acompañar al Cristo recién desclavado, el de las cinco llagas cantadas, a ese que transportan hacia el Calvario en una urna de cristal y madera pintada, rústica y bellísima.

Ya las nueras, comenta Aurora con su acento transfronterizo, no pueden, no quieren o no saben 'sacar' del lienzo la caperuza roma. Ahora son las madres, que no las esposas, porque en Bercianos tampoco hay recién casadas. Cuando la mujer de Matías cosió la mortaja, «una era joven y no pensaba en eso cuando la hacía», dice con naturalidad, la misma que se tiene en los pueblos cuando se habla de los vivos y de los muertos, de los que están y de los que no están, todos en el mismo plano de la realidad. Claro, cuando una es joven no piensa en eso, que lo que cose será la última vestidura del marido. Bercianos, en el corazón misterioso de Aliste y a un paso de Portugal, no morirá despoblado mientras que sus hijos regresen cada año para representar la Pasión de Cristo. El Cristo fronterizo arropado por gentes de la Raya, con sus mortajas solidarias y sus capas de pastor que, con su rusticidad mística, sintetizan el alma de la Semana Santa de Zamora, de provincia agarrada al campo cuya capital tiene un calvario, el de las Tres Cruces, en medio de un bosque de edificios altos.

Las mortajas blancas enfilan el atardecer del Viernes Santo por la cuesta del calvario rural, como lo hacen al amanecer de la noche más larga las 5.000 negras túnicas y cruces invertidas de la Congregación hacia su gólgota urbano. Todos, con el mismo sentimiento. Aurora, la mujer de Matías, lo ve así. «Vengan de donde vengan, mientras traigan devoción, bienvenidos son».

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