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Foto del tren tomada desde el exterior por uno de los alcaldes. El Norte
La peripecia de cuatro alcaldes segovianos atrapados durante diez horas en un tren
Segovia

La peripecia de cuatro alcaldes segovianos atrapados durante diez horas en un tren

Los regidores de los municipios de El Espinar, La Lastrilla, Palazuelos y Trescasas, que viajaban a Valencia, relatan su larga espera en un apeadero

Domingo, 4 de mayo 2025, 18:00

Cuatro alcaldes segovianos viajan en un tren rumbo a Valencia y se va la luz. No es un chiste, sino la odisea de los regidores de Trescasas, Borja Lavandera, de La Lastrilla, Elisabet Lázaro, de Palazuelos de Eresma, Jesús Nieto, y de El Espinar, Jesús Figueredo. Su viaje para conocer una tecnología de contadores telemáticos terminó en más de diez horas varados «en medio de la nada». Coinciden en dos lecciones: el civismo que mostró una masa de casi 500 pasajeros y lo inútiles que somos cuando nos quitan el móvil.

El apagón acabó con el tren procedente desde Madrid en un apeadero, a unos seis kilómetros de Villarrubia de Santiago, en la provincia de Toledo. «Como no había megafonía, iba el interventor por cada uno de los vagones informando», relata Lavandera. Los pasajeros vaciaron las escasas existencias de la cafetería, pensadas para un tren con una hora más de trayecto. Estuvieron un par de horas sentados en sus butacas hasta que los operarios entendieron que eso iba para largo y abrieron las puertas para que la gente estirara las piernas, en parte porque no funcionaban las cisternas y el tren olía de lo lindo. Allí se juntaron con otro tren que iba en sentido a Madrid.

Unas 500 personas varadas sin que la Guardia Civil supera nada hasta las nueve de la noche. Y porque un pasajero se cansó de esperar cuando la alternativa propuesta, que una locomotora diésel remolcase al tren hasta la estación de Cuenca, fracasó: cogió un camino y se topó por casualidad con una patrulla. Solo entonces llegaron las emergencias para atender a ancianos o a un enfermo de diabetes. Y llegó la comida. Había que sacar a todos los pasajeros dirección Madrid. Ahí empezó el proceso de trasladar maletas de uno a otro y hacer el transbordo. «Imagínate bajar a 300 tíos por una escalerita que nunca habían usado, la tuvieron que sujetar de aquella manera… Iba la gente tan hacinada con las maletas que ese tren no se sabía si iba a Atocha o a Auschwitz», resume Nieto. No faltó el humor. «Siempre había algún chistecito. Con esto Gila había hecho un programa entero».

Ante la incertidumbre, Figueredo trazó un plan de salida cuando la comunicación se lo permitía y mandó la ubicación a un compañero de El Espinar que se ofreció a ir a buscarles. «Había zonas en las que entraba algún WhatsApp de vez en cuando». Salieron también dos cirujanos que tenían una operación de urgencia en Valencia. Por eso se bajaron del tren y pusieron rumbo al pueblo, donde esperaron cargando el móvil en el bar, que tenía electricidad gracias a un generador. Nunca una coca-cola y unas patatas fritas supieron tan bien. Como la comitiva era de siete, con tres técnicos, de ahí se dividieron en dos coches: el que venía de El Espinar y otro puso rumbo a Ocaña para coger un taxi desde allí al municipio segoviano. El último porte lo hizo su policía local hacia cada pueblo, pasadas las dos de la madrugada. «Cuando nos fuimos había gente saliendo del tren con ataques de ansiedad. Normal, llevas ahí desde la 12 y pico y nadie había dado la incidencia», subraya Figueredo, que intentó localizar a la alcaldesa del pueblo vecino a través del mail, sin éxito, y admite que fue «un poco pesado» con el revisor del tren. «Me dijo que el 112 ya estaba avisado. Yo me imaginaba que había una movida en toda España espectacular y que lo nuestro no era prioritario».

La Guardia Civil lo supo nueve horas después. Y porque se encontró a un viajero en un camino

Lavandera contextualiza una situación angustiosa. «Hubo gente que lo pasó bastante peor que nosotros. Una anécdota, nos aburrimos mucho y ya está». Para ellos, gente con escasos huecos en sus agendas, una tarde sin horarios es una auténtica anomalía. La sortearon paseando por el andén, compartiendo los quebraderos diarios de sus pueblos. «No estamos preparados para una situación así, hay que ser pacientes, dejar que la gente trabaje».

Lázaro asume lo extremo del momento. «Es algo que no se ha dado nunca, pero la respuesta de Renfe dejó mucho que desear, el protocolo de emergencias fue nefasto». Un «caos», resume «Fue admirable cómo respondió la gente, muy tranquila, incluso cuando llegó la noche. No sabíamos cómo lo iban a hacer, tampoco hacía calor para estar en el tren». Por eso admite que ellos fueron en el fondo unos privilegiados por dormir en sus casas. «Dependemos tanto de las tecnologías que somos inútiles si nos faltan. Antes cocinaban en gas y se trasladaban sin problema de un sitio a otro; ahora, parece que se nos para el mundo si falta la electricidad. Cuando llegamos a Segovia no había ni semáforos, me costaba hasta reconocer las calles. Lo que podía haber pasado… Todos nos vamos a hacer con un kit de supervivencia con linterna y pilas». Al lado de las mascarillas, por si acaso.

Cuando despertó al día siguiente, Nieto supo que aquel tren de Auschwitz había llegado a Madrid pasadas las tres de la mañana y se preguntó: «¿Dónde estarán mis argentinos?» Una familia numerosa, con un niño de dos años, que las pasó canutas para transitar esa escalera precaria, moviendo con ayuda sus siete maletas para 25 días en España. Cuando dio las gracias, el abuelo dejó la frase que el alcalde no olvidará nunca: «¡Esto está organizado como el culo! Qué buenos son ustedes. Esto pasa en mi país y le prenden fuego al tren».

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