Segovia
Luis cierra una etapa en Las ArquetasEl hostelero se jubila y deja el emblemático bar, que seguirá abierto con el mismo nombre
Luis ya ha cumplido los sesenta y cinco. Es hora de dejar el bar en el que se ha fajado tantos años y cerrar una vida entera dedicada a la hostelería. Lo encontramos con un pie en el estribo, recogiendo sus cosas, en el interior de Las Arquetas, una de las tabernas más antiguas de la ciudad, situada en el corazón de la vieja Segovia, en la estrecha y evocadora calle Angosta, a pocos pasos de la plaza de la Reina Doña Juana. «Está cerrado ya. Me voy», dice, y accede a sentarse unos minutos para hablar de la vida del establecimiento y de la suya propia. «Han sido cuarenta y cinco años, se dice pronto, los últimos quince en Las Arquetas».
El lugar, impregnado de historia y tradición, ha sido testigo de innumerables conversaciones, risas y confidencias. Durante décadas. Hoy, Luis Fernando Andrés Sanz dice adiós al oficio después de mucho tiempo, pero el local, afortunadamente, no baja la persiana porque ya hay quien se ha decidido a coger las riendas del negocio, que continuará abierto con el mismo nombre, Las Arquetas. Es, sin duda, una buena noticia para los parroquianos, muchos de ellos empleados de la Diputación o del Catastro, que podrán seguir disfrutando de su café matutino. Aunque todos son conscientes de que la ausencia de Luis, su cercanía y calidez, dejará un vacío difícil de llenar.
Las Arquetas no es un bar cualquiera. Su nombre, profundamente arraigado en la identidad segoviana, proviene de las arquetas que daban acceso a la vieja cañería de piedra que distribuía el agua del Acueducto hacia los lados norte y saliente de la capital, relata Mariano Sáez Romero en su libro 'Las calles de Segovia' (1918). De hecho, hasta 1892, la actual plaza de la Reina Doña Juana se denominó «plazuela de las Arquetas», desvela don Mariano. «En la plazuela había, y a poca distancia unos de otros, ocho o diez registros para la toma y derivación de las aguas, cerrados por gruesas piedras de granito y constituyendo 'arquetas' o pequeños recipientes y de lo que tomó nombre la plazuela», escribe. Posiblemente, una de esas arquetas a las que alude Sáez Romero sea la que Luis muestra con orgullo, vestigio que luce dentro del bar protegido por un cristal. «Mira la arqueta», dice. No es extraño, pues, que Luis, al hacerse cargo del bar hace quince años, decidiera recuperar su nombre de siempre, desechando el efímero Canaima que el anterior propietario, de origen venezolano, le había puesto. «Nos pareció lo más correcto. ¡Es que es uno de los bares más antiguos de Segovia, comparable al Socorro o al Correos. En una de esas fotografías antiguas que suele exponer el Museo Rodera-Robles se veía el bar. Y era del siglo XIX».
La ubicación privilegiada, cerca de edificios públicos como el antiguo Instituto Nacional de la Seguridad Social (INSS), el viejo Palacio de Justicia, el Catastro (antes sede del Banco de España), la Subdelegación del Gobierno o la Diputación Provincial, lo convirtió en un punto de encuentro para funcionarios, abogados y jueces, además de vecinos del barrio. Sin embargo, el paso del tiempo y los cambios urbanos han transformado el entorno. El traslado del INSS y de los juzgados supuso un duro golpe. «Mis primeros clientes eran los del INSS, casi amigos. Cuando se fueron, lo noté muchísimo. Luego vino la covid y otro bajón. Y, por último, el traslado de los juzgados. Es que estamos hablando de la pérdida de decenas de clientes... Pero todavía quedan la Subdelegación del Gobierno, la Diputación y el Catastro. ¿La Delegación de la Junta? Vienen menos».
Luis lleva la hostelería en la sangre. Su trayectoria comenzó a principios de los ochenta en La Escuela, de San Millán, el barrio donde nació. Después trabajó en El Hoyo, en el Curtidores... Durante sus primeros treinta años en el oficio, la noche fue su territorio: copas, charlas y un ambiente de camaradería que recuerda con cariño. «La noche era más de amigos, de hablar. Los funcionarios hablan menos, vienen a tomarse su café. Antes me acostaba a la hora que ahora me levanto, pero me gustaba más la noche. Lo que tengo claro es que me voy sin pesar. Estaba deseando», confiesa.
Estar detrás de una barra conlleva un sinfín de sacrificios personales, pero el hasta ahora dueño de Las Arquetas se lleva consigo un sinfín de recuerdos imborrables, entre ellos las tertulias con clientes que se convirtieron en verdaderos amigos. Dos nombres suenan con emotividad: los de Aurelio 'Yeyo' Quintanilla y Manuel García Cob, ambos recientemente fallecidos. De Yeyo, vecino del barrio, Luis ha tenido hasta ahora un retrato colgado en la pared, justo encima del sitio donde el sindicalista y maestro solía sentarse. «Lo sentí mucho; era un buen amigo».
Luis se despide con una mezcla de alivio y expectación. «Tengo muchas ganas de descansar. Me está costando decir adiós, pero ya es hora. La hostelería es muy sacrificada, siempre tienes que estar ahí, al pie del cañón. Ahora, mi familia me espera», dice con una sonrisa, echando un vistazo general al local y fijando la mirada en la arqueta que le dio nombre. «Este es un sitio especial».
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