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Los hermanos Francisco y Manuel Olmos junto a Begoña Tejedor, a las puertas de su establecimiento. Antonio Tanarro

Segovia

Divas apaga el horno: adiós al pastel de toda la vida

El negocio pionero por aunar bar y pastelería cierra por jubilación tras 40 años con una clientela familiar y un concepto tradicional: bambas, bizcocho y mantequilla

Lunes, 9 de septiembre 2024, 18:28

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El Salón de Té Divas, un híbrido entre bar, pastelería y amistad, informó con nocturnidad y alevosía de que este domingo terminaban cuatro décadas de negocio. Así lo anunció en un cartel colgado el martes, justo después de cerrar. Que la nostalgia durase días, no meses. Se despide la tortilla de patata, la bollería de toda la vida o la tradición por encima de la nueva cocina. Y un trabajo esclavo, de levantarse a las siete de la mañana, no cerrar hasta la madrugada y descansar dos días al año (25 de diciembre y 1 de enero): lo peor de un bar y lo peor de una pastelería. Por eso no hay relevo generacional, porque los hijos han mamado esas rutinas y no las quieren replicar. Románticos de otra época, del concepto familiar, del esfuerzo más allá de la rentabilidad. Un lugar icónico de José Zorrilla baja para siempre su persiana.

El negocio abrió en abril de 1984 de la mano de un hermano pastelero y otro camarero: Francisco y Manuel Olmos. «Fusionaron los dos oficios y crearon esto. Era algo pionero en Segovia. Había bares, restaurantes y pastelerías, pero no algo que fusionase todo», subraya Begoña Tejedor, que se casó con el segundo y lleva allí media vida como «autónoma consorte». En un primer momento se llamó Diva por las iniciales de los hijos del primero (Diego y Vanesa) y sumó después la ese por Silvia, fruto de este matrimonio, que tuvo otro hijo y afrontó un dilema: la idea original era llamarle Mario, pero el padre de los fundadores dijo que David, que no había espacio para más iniciales.

La fecha elegida del cierre ha sido la justa para dar a una empleada los días que necesitaba para cumplir los 65 y poder jubilarse

«Esto siempre ha sido un negocio familiar, a la clientela se le ha tratado como amigos. Eso es lo que vamos a echar de menos. Los clientes van y vienen, pero está el que se queda, el que ríe y llora contigo». Begoña repasa con ironía los que estos días se preguntan qué harán sin cierto producto. «Ah, que es por esto, no por mí», responde ella. El 'boom' de la tortilla de patata, sin receta específica, como salga. «Antes era la bollería. No sé si la culpa la tienen los médicos o el entorno. Como ahora todo está prohibido…» Tortel, cruasán, ensaimada, bamba. «Nuestra pastelería ha sido siempre monocromática. Natas, cremas y chocolates, no ves colorines, la clásica de toda la vida». Con cambios en el formato, desde el pastel pequeño a otros, estilo postre, como la tarta San Marcos o la Selva Negra. «Aquí no hay praliné».

Ese pastel de toda la vida, el que se elabora con bizcocho, jarabe, nata, crema o mantequilla. Y ya está. «Ahora tienes el semifrío de no sé qué con el crujiente de no sé cuántos». Unas modas que no se limitan a la pastelería. «Antes te tomabas un café con leche, un solo o un descafeinado; ahora, que si un café moca con espuma o leche de soja. Como ahora sabemos de todo…» Y ríe mientras repasa «los peores horarios habidos y por haber». Un negocio que abre entre las 8:30 y las 9:00 horas y cierra al mediodía —un añadido reciente— para seguir hasta cuando toque, ya sea hasta las 11:00 o en la madrugada.

Sin miedo al futuro

Este año solo han trabajado 250 días. El peor, el 6 de enero. «Las navidades no existen para nosotros». Y eso que han cerrado los días sagrados de Navidad y Año Nuevo durante estos 40 años. «Te puedes coger una semana, como mucho». Francisco se jubiló el año pasado a los 68 años tras «pasarse de frenada», como bromea su cuñada, que ha mantenido el negocio un año más hasta que su marido ha cumplido los 65. Pero ella, con 57, no se jubila, tendrá que volver al mercado laboral tras unos meses de replantear su vida para cotizar ocho años más. «No es cuestión de continuar, no hay sucesores. Mis hijos y sobrinos no se quieren quedar con ello, cada uno ya tiene sus trabajos. Saben que esto no es vida». Y afronta sin miedo su futuro. «Después de esto, a mí una jornada laboral no me asusta, sería una fiesta. Fines de semana libres y 30 días de vacaciones… Es un sueño».

Sus hijos también vieron cómo las obras del parking de José Zorrilla les llevaron al borde del cierre y tuvieron que abrir otro local en Conde Sepúlveda, que mantuvieron 15 años, entre 2004 y 2019. «Nos encerraron durante dos años, esto era morir. Nos dejaron en un callejón de un metro y a las siete de la tarde te podías ir a casa perfectamente. En tres días te hunden un negocio que tardas en levantar 20 años. Aquello nos mantuvo, entre los dos establecimientos podías sobrevivir». Pero duplicaba el esfuerzo, los apretones. «Siempre hemos mirado más por el trabajador que por nosotros mismos. Si hay que echar horas, somos nosotros. Cada vez que veo que machacan a los trabajadores en la hostelería me echo las manos a la cabeza». La fecha elegida del cierre ha sido la justa para dar a Ana, una empleada que lleva 20 años a su cargo, los días que necesitaba para cumplir los 65 y poder jubilarse.

«Empezaremos a recoger y a ver cosas. Luego ya se planteará si venta o alquiler». Porque el local es propio. El tiempo dirá si alguna idea en 'petit comité' se convierte en propuesta, si alguien quiere seguir. «No sabemos lo que vamos a hacer. Cerramos puertas y ya está». La misma fugacidad con la que anunciaron el adiós. «No habíamos dicho nada porque en cuanto anuncias que te jubilas esto corre como la pólvora. Lo pasas mal porque la gente te dice, te pregunta, te cuenta. Así, como una tirita, la pones y la quitas». Con todo, la semana ha sido «dolorosa», reconoce. «Hay gente a la que vamos a echar de menos muchísimo, pero Segovia es Segovia y nos vemos en cualquier sitio».

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