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En el concurrido Paseo Nuevo, a pocos metros de la iglesia de Santo Tomás, Almacenes Garpe ha sido durante más de cuatro decenios un referente del comercio tradicional. El paso del tiempo es inexorable y el establecimiento, que abrió en diciembre de 1982, echará el cierre a finales de junio. Su propietario, José María García Pérez (Cobos de Segovia, 1961), ha decidido jubilarse, poner fin al negocio y abrir paso a una nueva etapa vital que afronta con ilusión y ganas. «Me apetece mucho disponer de tiempo», asegura.
La historia de Almacenes Garpe es la de su propia familia. Su padre, Edilberto, inició el negocio familiar en 1966 con Confecciones Montserrat, en la avenida Fernández Ladreda. En funcionamiento durante cincuenta años, aquella tienda extendió su presencia en la ciudad a través de Almacenes Garpe, en el número 45 del paseo de Ezequiel González. «La abrió mi padre, a finales del año 82, pero yo, que había estudiado Magisterio, me puse al frente en cuanto terminé el servicio militar. El nombre, GARPE, hace referencia a los apellidos familiares (García-Pérez). Y... hasta hoy». Ambos negocios convivieron exitosamente muchos años. Garpe siempre ha atendido a una clientela fiel que encontraba lo que buscaba. «Hemos trabajado de todo: ropa de señora, de caballero, de niño, uniformes... Durante un tiempo estuvimos vendiendo los uniformes de Jesuitinas, Concepcionistas y St. Michael's School. Hemos tenido mucho trabajo, pero nos ha gustado. El balance no puede ser mejor». Verdaderamente, Almacenes Garpe no tardó en consolidarse como un negocio versátil, demostrando que sabía adaptarse a las demandas del mercado. «Dejabas unos artículos y cogías otros. Si las batas dejaban de venderse, tirabas hacia los vestidos o hacia lo que el público pidiera», explica José María. Esa capacidad de adaptación permitió sortear severas crisis económicas, como las de 1993 o 2008, sin grandes sobresaltos. «Siempre nos ha ido relativamente bien. Ha habido épocas de más y épocas de menos, pero siempre se ha funcionado bien», asegura.
El cierre del negocio es una simple decisión personal. Próximo a cumplir sesenta y cuatro años, y con su esposa también jubilada, José María sueña con poder disfrutar de tiempo libre después de tantas horas dedicadas a la tienda: «Ya hemos hecho la vida; ahora quiero aprovechar, tener tiempo. Me he cansado de estar cerrado en la tienda», confiesa, sincero. Otro factor es la falta de relevo generacional, problema muy extendido entre el comercio tradicional. Los hijos estudian sus carreras y construyen sus propias vidas, que toman otros derroteros. «Hoy nadie quiere meterse en un negocio de estos, que exigen tanto tiempo y dan tantas preocupaciones. No es sencillo. Ni se me pasa por la imaginación que haya alguien interesado a quien pueda traspasar el negocio».
La vida ha cambiado mucho. También en Segovia, donde todo parece ir más despacio. Y el comercio no ha sido ajeno a esas transformaciones. Los desafíos han sido constantes. El 'boom' de las grandes superficies constituyó una seria amenaza para el comercio de proximidad, y las plataformas 'on-line' han dado la puntilla a muchos negocios familiares. José María García siempre ha recelado más de las grandes cadenas. «Hacen mucho daño con los descuentos falsos, con las ofertas de mitad de temporada al día siguiente de empezar una campaña... Eso es competencia desleal y debería controlarse», opina. La baza del comercio de proximidad para hacer frente a esos desafíos es el trato cercano y personalizado, fundamental para conseguir atraerse a una clientela fiel como la que Garpe ha disfrutado. «Lo más bonito es el trato con la gente, la confianza. Nosotros hemos sido sociables, nos ha gustado hablar con los clientes. Eso es, sin lugar a dudas, lo mejor del negocio». Esta complicidad con el público ha sido el alma del comercio.
El cierre de Almacenes Garpe no es un caso aislado. La decadencia del comercio tradicional es un hecho. Y no parece haber vuelta atrás. «Desaparece, nos echan del mundo. Y las calles se van a apagar, es triste. En nuestro escaparate, iluminado y visible día y noche, siempre hay gente mirando, personas que, aunque no entren, se detienen y miran, y disfrutan con ello. Si hay dos mil que miran el escaparate, entran cincuenta..., pero eso de pasar, mirar y seguir el paseo... Es que eso se va a perder también... Y mucha gente lo va a echar de menos». No todo el comercio tradicional se ha perdido. Todavía quedan casas emblemáticas como Castaño, Germán Elías, Ferretera Segoviana, Electricidad Ruiz y un largo etcétera, pero cada vez son más los negocios en manos de franquicias, cadenas o empresas foráneas. Este fenómeno, sumado a la gran cantidad de comerciantes próximos a jubilarse y a la falta de relevo generacional en la pequeña empresa, amenaza con transformar el paisaje urbano.
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Echar la persiana no es fácil. La nostalgia y el recuerdo pesan. Elena, la madre de José María, aún no lo ha asumido. «Dice que para qué quiero jubilarme, con lo bien que estoy aquí... No hay marcha atrás. Hay que hacerlo en algún momento, y este me parece el más oportuno. Me da pena, es cierto, pero estoy contento con la decisión. El trato con la gente, la confianza... es lo que me llevo».
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