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El histórico comercio de Segovia que cerrará tras 65 años: «Llega un momento que quieres descansar»De aquí a unos meses, Calzados Migueláñez será historia. Por jubilación, Andrés Acosta Migueláñez echará el cierre y pondrá fin a un negocio que ha funcionado bajo los soportales de la avenida Fernández Ladreda (hoy del Acueducto) desde 1960, aunque bien podría hablarse de un comercio centenario porque fue su bisabuelo Ruperto Migueláñez quien abrió la primera tienda, hace alrededor de un siglo, a pocos metros del Azoguejo.
«El 21 de octubre cumpliré sesenta y cinco años; tendré, pues, la edad precisa y los años cotizados. No hay marcha atrás. Si de aquí a entonces no cambian las normas, cerraremos», afirma con un poso de nostalgia contenida: la tienda ha sido su hogar durante décadas y bajar la persiana conlleva despedirse de una parte fundamental de su identidad. Es una decisión lógica, pero no exenta de dolor.
Inaugurada en 1960 por los padres y el tío de Andrés, la tienda nació cuando aún faltaban edificios por levantar en la avenida de Fernández Ladreda, trazada por el régimen en los años cincuenta, a modo de gran vía, en un afán por ensanchar y modernizar la ciudad. «Al principio era una avenida muy poco comercial, pero los autobuses paraban en la calle Los Coches y en ellos venía mucha gente de la provincia». Poco a poco, el ambiente se fue animando y Calzados Migueláñez se convirtió rápidamente en un punto de referencia para los habitantes de Segovia y los pueblos cercanos.
La historia de la familia Migueláñez se remonta aún más atrás. Los abuelos maternos de Andrés, Mariano y Herminia, llevaban décadas en un local de la calle Cervantes vendiendo esparto y otros productos para zapateros. «Fue Ruperto, mi bisabuelo, quien empezó, y de él procede la dinastía. De albardería y materiales para las caballerías evolucionó a la venta de zapatillas y calzado en general, antes de establecerse en Fernández Ladreda». Para Acosta, la tienda es su vida. De hecho, tiene los mismos años que él. Creció entre cajas de zapatos y dependientes, jugando en el sótano y aprendiendo el oficio al lado de sus padres. «Bajábamos a los sótanos, ordenábamos cajas, poníamos el 6 con el 6, el 7 con el 7. Era como un juego», rememora sonriente.
Su infancia y juventud estuvieron marcadas por el trajín de la tienda, lugar donde también se forjaban entrañables relaciones con los clientes, y el trasiego en la bulliciosa Fernández Ladreda. «Siempre hemos tenido muchos clientes de la provincia. Venían familias enteras, que eran muy numerosas, en los coches de línea y compraban aquí todo el calzado: las botas para el trabajo, los zapatos para los niños, zapatillas... Hay personas que me lo recuerdan: veníamos todos juntos del pueblo, a comprar aquí... Bueno, siempre hemos ofrecido un calzado de calidad y una atención muy cercana».
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Los setenta, ochenta y noventa, e incluso los primeros años del nuevo siglo, fueron tiempos de prosperidad para el negocio, pero todo empezó a torcerse a raíz de la crisis de 2008. «No solo teníamos tienda; también contábamos con un almacén al por mayor que distribuía calzado a comercios de la provincia. Éramos cuatro o cinco dependientes entre la tienda y el almacén, pero a raíz de aquella crisis, que marcó un punto de inflexión, me quedé solo», recuerda Andrés. Desde entonces, el negocio ha tenido que hacer frente a desafíos crecientes.
La irrupción de las grandes superficies, las cadenas de calzado, ya hacían verdadera competencia, pero nada como el comercio 'on-line', que ha transformado de raíz los hábitos de consumo. «La gente joven lo maneja desde el móvil», razona. A todo ello se suma la falta de relevo generacional y el desgaste personal que supone dirigir un negocio que exige largas horas y un compromiso constante. «Es sacrificado y llega un momento en que quieres descansar. Físicamente estoy bien, pero es sacrificado. Tengo ganas de disfrutar un poco», confiesa. Al fin y al cabo, la jubilación es una oportunidad para descansar y explorar nuevos horizontes.
El cierre de Calzados Migueláñez advierte de la fragilidad de los negocios tradicionales en un mundo dominado por la globalización, la tecnología y el individualismo, pero, al mismo tiempo, invita a apreciar los comercios que aún subsisten, espacios que hacen de la ciudad chica un hogar. «Solo me queda dar las gracias a todos los que han pasado por aquí, clientes y dependientes», dice Andrés. La otra rama de la familia mantendrá vivo un poco más el espíritu de los Migueláñez en el comercio de reparación de calzado que regenta en la cercana calle Cervantes, cuyo origen también se remonta a la generación inmediatamente anterior.
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