Los alumnos de la UVA diseñan aplicaciones para los mayores en el Hackerfest
Los proyectos universitarios plantean apps para facilitarles el uso de la tecnología y combatir la violencia de género
Luis Javier González
Segovia
Martes, 5 de marzo 2019, 12:42
El diagnóstico de Isabel Bravo en la presentación de 'Yayo Launcher', un proyecto para simplificar el uso de aplicaciones en el teléfono móvil es claro: los ancianos están en peligro de exclusión social en tecnología. Esta estudiante de Ingeniería Informática de 22 años ilustra la anécdota de su madre peleando con el móvil, experiencia común en una generación, la suya, que busca romper la brecha con sus mayores. «Te dice, no sé qué me ha pasado en el teléfono o qué he tocado. Yo se lo explico y la respuesta es, ¡A ver si me lo voy a cargar!». Ese reto ha centrado las respuestas de una veintena de estudiantes universitarios de la Universidad de Valladolid, reunidos durante el pasado fin de semana en el campus María Zambrano de Segovia en la primera edición del HackerFest.
En juego, un paseo en globo para cinco personas
Una vez presentados los proyectos, el jurado de profesores deliberará las propuestas. Está previsto que el fallo se decida el jueves y los premios se entreguen en un acto dentro de dos semanas. Los ganadores se llevarán un vuelo en globo en Segovia para cinco personas, valorado en 750 euros; los segundos, un bono de 350 euros para actividades de turismo activo y los terceros, un juego de escapismo en grupo.
'Yayo Launcher', elaborado por alumnos de la Escuela de Informática, plantea un circuito cerrado que simplifique las aplicaciones móviles en cuatro -teléfono, WhatsApp, lista de la compra y ocio- con iconos grandes y un funcionamiento sencillo que incluye recordatorios de tomas de medicamentos o la opción de una lista de la compra con la voz. Permite consultar las farmacias disponibles, los horarios de autobús o las visitas a museos.
Otro de los proyectos, TecnoAbuelos, se centraba en romper la brecha generacional y planteaba opciones como apuntarse a quedadas de sus jóvenes –o plantear las suyas propias– y hacer valoraciones. «Los mayores siempre tienen algo que ofrecer, sería un intercambio mutuo con los jóvenes», plantea Irina Marchenko, un perfil diferente por ser estudiante de Publicidad. Lo notó su proyecto, el más centrado a la venta en el mercado, con una ilustración genial de dos ancianos portando un palo 'selfie'. Su grupo salió a la calle a grabar un vídeo con las opiniones de los mayores sobre la idea. «Lo primero que te decían era: 'Quita, quita'. Hay un miedo muy grande».
De ahí la empatía aprendida que resume Isabel tras un fin de semana intensivo, de diez de la mañana a ocho de la tarde. «Ponernos en la piel para realmente solucionar su problema. Para mí ha sido importante. Ya podemos hacer una aplicación súper chula y vistosa, que si no la saben usar…». Entre medias, anécdotas como que Irina desconocía la palabra roñoso y de tanto escucharla la ha añadido a su diccionario. Y obstáculos técnicos. «Había cosas que algunos grupos no teníamos la formación suficiente. Sabíamos programar, pero solo las nociones básicas», apunta Pablo Marinas.
No tuvieron ese problema los estudiantes que prepararon una aplicación para las víctimas de violencia de género. «Hemos colaborado con otro chico que tenía un nivel más alto y lo hemos abordado de forma casi empresarial, con una base de datos más avanzada», apunta Juan Blanco. Su grupo planteaba el caso de una chica de 17 años con una familia desestructurada que sentía acoso y necesitaba una forma de expresarlo.
La aplicación busca un contacto de las víctimas a través de sus historias, protegiendo su anonimato –podrían ser públicas si así lo deseara su protagonista– y con la idea de facilitar la conexión entre usuarios. Enfatiza, eso sí, el fin social. «No queremos que se convierta en un Twitter», plantean. Por eso solo permiten mensajes positivos, de tal forma que el usuario podría recurrir a frases predeterminadas para comentar la historia como si fueran emoticonos.
Poco tiempo
Los estudiantes explicaban las dificultades de plasmar su proyecto en un plazo de tiempo tan corto. Las exposiciones de los grupos fueron muy solventes, por más que hubiera problemas de audio y conexión. «Este wi-fi no vale ni para cargar un vídeo de 44 segundos», ilustraba uno de los universitarios mientras atendía en la biblioteca del campus María Zambrano a la exposición de Irina, que reaccionó rauda, cambió de portátil y enseñó el vídeo directamente al jurado. «Hay que improvisar, como en el cine», concluyó la futura publicista.
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