Las procesionarias, lo más lejos posible
Se han visto en varios barrios de la capital y los expertos advierten de su peligro
D. BAJO / A. SANTIAGO
SALAMANCA
Lunes, 25 de febrero 2019, 11:53
Aunque aún falta casi un mes para la primavera (quién lo diría), las odiosas orugas procesionarias ya han aparecido. Vecinos de Puente Ladrillo y el barrio Vidal han dejado constancia en la redes sociales de que las han visto merodeando por sus parques y de que sus mascotas se han comido algunas.
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El sentido común y la medicina dicen que hay que alejarse lo más posibles de ellas e impedir a toda costa que los niños y los animales las toquen. La procesionaria –llamada así por bajar de sus nidos en los árboles en 'procesión' hasta la tierra– mide entre dos y tres centímetros y tiene un millón de pelitos apenas inapreciables.
La doctora Alicia Armentia, jefa de Alergología del hospital Río Hortega de Valladolid, explica que si se sienten amenazadas pueden lanzar a distancia «un 'arpón' que tienen en el cogote, que va a parar a la cara, a los ojos o brazos y se clava. También afectan a los perros. Hay que evitar moverlas ni siquiera con palos. Lo suyo es alejarse», aconseja. Esos pelitos pueden desencadenar graves alergias que producen urticaria; edema (inflamación); conjuntivitis o signos oculares más graves (sobre todo a los trabajadores que se suben a los pinos); rinitis y dificultad para respirar, e, incluso, anafilaxia, es decir, una respuesta que afecta a diferentes sistemas corporales; puede incluso provocar pérdida de conocimiento. Para su tratamiento se prescriben antihistamínicos, corticoides y, en casos graves, adrenalina.
La importancia de la oruga del pino es tal que este hospital vallisoletano ha formado parte de varios estudios al respecto y, en la actualidad, integra un proyecto europeo para estudiar los efectos de esta oruga.
Mascotas
Si los pelos que recubren a las orugas pueden causar urticarias al contacto con la piel humana, la situación se agrava en el caso de las mascotas. Los perros lo huelen todo, lo tocan todo y (casi siempre) se lo comen todo y los efectos pueden ser devastadores. Según explica la veterinaria Gabriella Tami en la web Affinity Petcare «cuando un perro huele o lame una procesionaria, los pelos urticantes de la oruga se enganchan a sus labios, lengua, encías y garganta y liberan la toxina urticante contenida en su interior. El efecto es inmediato: el perro empieza a salivar y se frota la cara y la boca con las patas delanteras. En pocos minutos puede presentar un hinchazón de los labios, de la cara y de la lengua, que se puede hinchar al punto que el perro no puede cerrar la boca». Además «si la oruga ha sido ingerida, el perro puede llegar a vomitar y tener dificultad para respirar. Además si la reacción es muy intensa y no se interviene a tiempo, el perro puede morir».
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¿Consejos? Lo primero «usar agua abundante (mejor si tibia o caliente) para lavar labios, lengua, boca y cara del perro y eliminar los restos de oruga» y visitar a un veterinario cuanto antes.
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