Paco Ureña, en plena faena en la imagen, le robó todo el protagonismo a sus compañeros de cartel en la segunda jornada de la feria salmantina.

La gloria, para el otro

Paco Ureña se llevó el gato al agua con tesón, ansias de triunfo y torería

toño blázquez

Domingo, 13 de septiembre 2015, 12:25

¿Quién torea hoy?, le preguntaba un paisano a otro al entrar en un barullo de gentío a la Glorieta. «Morante, Manzanares y otro», le respondían. En otro grupo alguien hizo una pregunta semejante y esta vez contestó el interlocutor: «Manzanares, Morante, que es el torero de mi cuñado, y otro que no me acuerdo como se llama, Pereña, creo. No jodas, respondió otro, como mi pueblo». Bueno pues ese otro, Paco Ureña, se llevó el gato al agua y fue a la postre el triunfador de una tarde que se abrió con mucha expectación, mucho clavel, morantistas y manzanaristas en los tendidos. Había buen rollo al comenzar a pesar de un viento tocapelotas que no presagiaba nada bueno. Pero amainó, aunque volviera de vez en cuando.

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La corrida del Puerto, muy en tipo Lisardo-Atanasio, como es su origen, se comportó como tal: abantos de salida y después cada cual desarrolló su historia. El primero blandón, el segundo noble y repetidor, el tercero poco más o menos, el cuarto manso de libro pero además un tío con lo cual se acrecentaron las dificultades. El quinto (bis) con un peligro sordo que a Manzanares le desconcertó hasta no fiarse un pelo y el sexto bueno también. Hubo tres y tres, con un denominador común de apreciación variable: la mansedumbre y querencia a chiqueros. Bien presentada en conjunto.

Morante empezó mosqueado con los papelitos que anuncian la dirección del viento. El toro que abrió plaza no valía porque no se tenía en pie. Pasemos a la historia del cuarto al que el torero de La Puebla le echó ganas, todo hay que decirlo. Se vino arriba por el buen aire que sus compañeros estaban dando a la corrida. Pero Burganero no estaba por la labor. Metió bien la cara, siempre a regañadientes, unos cuantos muletazos, pero acabó en toriles donde huyó siempre que a Morante se le fue. Luchó lo indecible el torero para someterlo pero no hubo manera hasta que, humanamente, se cansó. Mientras tanto nos dejó dos verónicas de ensueño a ralentí y unos poquitos muletazos desperdigados plenos de inspiración. Poca cosa pero hay que convenir en honor a la verdad que tuvo un lote imposible.

José María Manzanares cuajó al segundo con el capote con mucho brío y donosura, fue muy jaleado por el auditorio. Después compuso una faena mona, sin grandeza pero plena de buen gusto, en la distancia y terrenos que pedía el toro, lo entendió y compuso un trasteo de muy buen concepto. Una faena de premio seguro de no fallar en lo que habitualmente no falla: con la espada. Oscuro terno, la elegancia de sus maneras destacaron por encima de todo, sobrevolando un cierto conformismo. El quinto no le gustó nada desde el principio. El toro tenía un punto avieso desconcertante. Un peligro sordo que aconsejaba no meter mano. Quizá debió comprometerse más, su caché lo exige. Sea como fuere decidió no meterse en camisas de once varas. Y pasó así, en plan fino él.

Por allí acartelaron a un espigado torero de Lorca. Paco Ureña, torero que dirige la empresa. Y dejó claro que no estaba allí de comparsa; puso todo su empeño en ganar la pelea. Ese empeño consiste en mucha torería, actitud de guerra en todo momento y un valor de ley ante los toros. Valor que casi le hace perder los papeles por aturullarse demasiado en el sexto. Ya en el tercero quitó con luminosidad por chicuelinas rematando con una suerte de fantasía en la larga cordobesa. Después estatuarios citando al toro de lejos para abrir faena. A pesar de que el toro embestía un punto rebrincado, aguantó el torero con mucha seguridad y aplomo. El efecto de sus series fue de una trasmisión al tendido instantánea. La comunicación fue asombrosa. Se jugó el tipo en cercanías cuando el toro no daba para más y acabó con unas manoletinas de asustar. La oreja incontestable. Tenía la puerta grande a mano.

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En el sexto le pudo el excesivo ímpetu y precipitación. Comenzó faena de rodillas, con el público entregado. Tuvo altura y categoría sus series sobre la diestra, bajando al natural debido a los enganchones. A veces no dio el sitio requerido al toro, otras sí, en fin faena con altibajos pero plena de brío, pundonor y, sobretodo, comunicación con los tendidos, que al final es lo que cuenta. No se oía una mosca en la plaza cuando cuadró a Lisonjero, pero pinchó y se esfumó el éxito más grande.

Y así fue como los famosos tuvieron que agachar la cabeza ante un torero que pide puertas abiertas. Y con razón.

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