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Antonio López, en la actualidad como técnico. En detalle, con la camiseta del Pucela en la temporada 2000-2001.
Protagonista en las dos orillas

Antonio López, primero persona y después futbolista

Empezó en el Leganés, estuvo 3 años en Pucela y fue traspasado al Sevilla. Al hablar sobre esta temporada, recuerda que el ambiente familiar del club era «clave» en los malos momentos

José Anselmo Moreno

Miércoles, 21 de mayo 2025, 21:22

Al dar una vuelta al titular de este texto, encajaba el lema que acuñó Antonio López para la escuela de fútbol que montó junto a Pachón: «Primero personas y después futbolistas» porque el respeto, la humildad y el sacrificio duran más que un gol y, según comenta, «esa puede ser una de las bases en que el proyecto del Pucela no consiguió sustentarse este año». Sabe de lo que habla, así que el único protagonista que ha «interferido» en el título ha sido él, aunque a Antonio se le recuerda aquí por un gol que precisamente ha perdurado en la memoria.

El Real Valladolid estaba metido en un lío en abril de 2003, llevaba seis jornadas sin ganar y amenazaba el descenso. Un partido ante el Valencia era ya a vida o muerte en medio de un aguacero descomunal en Zorrilla,. Avanzaba la segunda parte y el 0-0 no se movía. Había pitos en la grada porque la exigencia era entonces mucho mayor. De hecho, esa semana Moré estuvo cuestionado. Pues bien, camino del minuto 80, una buena jugada por la derecha de Dragan Ciric (la única que le recuerdo) acabó en un rotundo disparo cruzado de Antonio López que batió a Cañizares. Con ese tanto se puso fin a la zozobra, se zanjó una crisis y hasta se ganó al Atlético en el siguiente partido en casa. Todo acabó en una permanencia holgada de esas que nos «aburrían» a todos.

No hace tanto de eso, pero han cambiado mucho las cosas y resulta más evidente al hablar con Antonio. Entonces se traían buenos jugadores de Segunda. El mismo verano llegaron Sales y Jesús, del Levante, y una semana después, Pachón y él, del Leganés. A pares. Las cesiones eran Colsa, Rodrigo Fabri o Aganzo, por ejemplo. No se solía errar el tiro y las inversiones, en todo caso, no eran un lastre.

Antonio fue el más joven de esos fichajes, llegó con 19 años. Tenía calidad y una zurda de oro pero le costó. Al final tuvo una carrera notable como fino interior izquierdo, extremo o lateral, como le ponía Hierro en Málaga. Estuvo tres temporadas en Pucela, media de ellas cedido al Numancia. Destacó en el Sevilla y militó también en el Castellón, Nástic y Albacete, entre otros. Dirige ahora una escuela de fútbol en Serranillos del Valle (Madrid), con mil niños cuyas camisetas llevan el violeta «por cariño y como homenaje al Pucela», dice.

Nunca fue un futbolista al uso, básicamente por su sencillez. «Tanto Pachi (por Pachón) como yo procedemos de un barrio modesto y somos gente sencilla, nunca se nos ha ido la cabeza con el fútbol», dice alguien que transitó con normalidad desde los sueños humildes al rugido de un estadio. «Llegué a Pucela siendo un pipiolo y cuando entré al vestuario flipé al ver a Caminero, soy colchonero y era mi ídolo. Valladolid me enganchó y sigo yendo, no a nivel público ni para mantener contacto con el club o los veteranos, pero sí tengo amigos fuera del fútbol, entre ellos Javi, el que tenía el Pub Masai en Parquesol. Esa ciudad se portó genial conmigo», subraya.

Y es que la primera vez que salió de su casa fue para plantarse con la maleta precisamente en Parquesol, aunque enseguida se sintió acogido porque los capitanes de entonces ejercían de «hilo de acero» e hilvanaban lo nuevo con lo viejo. «Me trataron como si fuera familia, nos invitaban a sus casas, hablábamos de nuestros problemas, éramos amigos e íbamos formando un grupo fuerte de vestuario. Eso se nota en el campo, vas sintiendo pertenencia y das la cara por el compañero. De eso se beneficia el equipo», asegura.

Dice que esa era la clave de aquel Pucela, que un año estuvo a punto de meterse en Europa. El club era familiar y la mezcla de jóvenes y veteranos funcionaba porque los capitanes «estaban pendientes de integrar a todos».

Sobre su etapa en el Leganés empieza contando que con 16 años estaba en el filial y con 17, Martín Monreal (que fuera extremo de Osasuna) le subió al primer equipo porque le veía muy descarado con el balón. «Como entrenador, él me apoyó y todo fue rápido». En su llegada a Pucela influyó que Ramón Martínez ya le tenía en su radar.

«Había hablado con mi padre cuando yo era crío y estaba en un equipo que se llama Entrepeñas. Me ofreció ir al Madrid, pero yo era colchonero y no me decidía. Al cabo de dos años, me convencieron y pasé a la cantera del Madrid tras una comida con Del Bosque. De ahí me cedieron al Leganés y como Ramón seguía vigilándome fiché por el Pucela cuando él volvió allí», subraya.

Hablando sobre esta catastrófica temporada del Pucela, comentamos que el club ha cambiado en esos detalles que él refiere. «Es una pena que se haya perdido ese ambiente familiar, la segunda vuelta del equipo a mí me ha producido muchísima tristeza», dice con sinceridad y cierto desgarro.

«Que se haya diluido aquella familia es un error pero no sé si es un reflejo de la sociedad, que ahora cada uno esté en su casa y en su burbuja», afirma.

Y con él acaba esta sección. Arrancamos en agosto con un calor sofocante y acabamos con temperatura primaveral y frío en los huesos tras un año de pesadilla. Por aquí pasaron jugadores de perfil discreto o estrellas y entrenadores queridos (era un requisito) pero cada uno nos llevó a épocas mejores y dejó una lección. Es imposible que una herida tan grande como la de este año no deje un recuerdo y eso nos marcará a todos. Somos un árbol caído y durante algún tiempo no miraremos igual a los leñadores. Dicho lo cual, Aúpa Pucela.

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