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Palloza-museo del Señor Antonio, en la localidad de Pereda de Ancares.

Entre osos y pallozas

Una ruta que recorre los pueblos y lugares que merece la pena ver entre los pliegues montañosos de Los Ancares

javier prieto gallego

Viernes, 22 de abril 2016, 14:54

Para viajar al pasado no siempre hace falta recurrir al Ministerio del Tiempo: a veces simplemente basta tomar una carretera sinuosa y llena de baches para terminar llegando a un rincón que, de no ser por los cables de las fachadas y alguna farola, parece haberse quedado traspapelado en un calendario del siglo XVIII. Eso es lo que uno va maquinando, sin ir demasiado lejos, mientras se recorren algunas de las carreteras que reptan por entre los pliegues montañosos de Los Ancares.

Y eso que en unas pocas décadas la modernidad ha pasado por estos valles y montañas para ir saldando un montón de deudas que tenía atrasadas. Porque por suerte, viajar hoy a Los Ancares no es lo mismo que hace 20 años. Y se nota, sobre todo, en que las carreteras han conseguido llegar hasta donde parecía que nadie las iba a llevar, hay señales que ayudan a no perderse allí donde ni el GPS es capaz de orientarse, y casas rurales que brindan la experiencia de una noche al amor de la lumbre nada menos que en el país de los osos y las pallozas.

De lo primero parece que, poco a poco, la población de osos se va recuperando en este esquinazo de geografía quebrada y bosques profundos en el que llegaron a estar casi extinguidos. Pero en lo que se ve que la modernidad ha pasado por Los Ancares es en que, precisamente, ha barrido por completo con una de sus señas de identidad: las pallozas, las viviendas de paredes bajas, planta circular o elíptica y extensos tejados de teito paja de centeno majada cuyo espacio compartían las familias con sus ganados. Para muchos, ese tipo de construcciones, emblema de este complejo territorio, es la muestra más evidente de un pasado estrechamente emparentado con la cultura céltica en la que hundiría sus raíces más profundas. La forma apenas evolucionada de una manera de construir las casas, muy semejante a la que se encuentra en los abundantes castros prehistóricos que se han hallado diseminados por este amplio territorio.

Decadencia

Por desgracia, la modernidad o mejor dicho, una nefasta gestión de nuestro patrimonio etnográfico, que ha supuesto un salto de gigante en las formas de vivir y de comunicarse de los ancareses a lo largo del siglo XXI, se las ha llevado por delante. Las dificultades que conlleva mantener esos teitos, que hay que reponer cada 10 o 15 años, el peligro continuo de los incendios que supone hacer fuego bajo sus techos de paja seca y la imposibilidad de dotarlas del mínimo confort que se pide a una vivienda moderna, ha hecho que la mayoría hayan desaparecido del paisaje en los últimos 20 años. Las que perviven lo hacen con tejados de pizarra bajo los que resulta difícil identificarlas como lo que fueron.

Quien viaje hoy hasta Los Ancares para ver cómo eran por dentro y por fuera esas viviendas, casi idénticas desde la prehistoria hasta que dejaron de ser utilizadas como tales, solo va a poder hacerlo en dos rincones muy concretos y en forma de pallozas-museo. Eso sí, magníficos ejemplos, ambos totalmente recomendables.

En la vertiente leonesa de este territorio podemos acudir a la localidad de Pereda de Ancares. Allí, sin señalización que lo indique, basta preguntar por la Palloza del Señor Antonio (aunque siempre lo mejor es llamar con antelación para concertar la cita, tel. 626 720 289). Su hijo, Octavio, es el que enseña ahora la casa de sus antepasados, una vivienda de planta casi rectangular y dos entradas: una, la que mira al sur, para las personas, y la otra, que da al este, para los animales, vacas y cerdos. Al final, todos convivían bajo un mismo techo, de paja, separados en pequeños recintos.

Otro rincón imprescindible para quien quiera ver una palloza por dentro explicada por quien pasara en ella buena parte de su infancia es Piornedo de Ancares, en el lado lucense de este territorio, que presume de contar con el mejor conjunto de pallozas de todos Los Ancares. Especialmente recomendable es la visita a la palloza-museo Casa do Sesto (tel. 62673 88 55), que enseñan en la zona alta del pueblo, con todos los enseres y la misma distribución que tuvo hasta que dejó de ser definitivamente habitada en 1970.

La visita asombra tanto por lo singular de una arquitectura, que hace pensar casi de inmediato en una gigantesca tienda de campaña de piedra y paja, como por las explicaciones de Isolina, que trasladan a un modo de vida especialmente austero, desprovisto de cualquier comodidad tal y como se concibe hoy en día, pero que estuvo vigente en algunos lugares como este hasta la década de los 70 del siglo XX.

El recorrido pausado por este territorio, que se reparte de manera ininterrumpida entre las provincias de León y Lugo exige, por el lado leonés, ir remontando los cuatro ríos que brotan en las alturas de sus diferentes sierras.

De este a oeste, los que forman los ríos Cúa, el Ancares, el Burbia y el Balboa. Si no disponemos de mucho tiempo, un recorrido por los dos primeros, extensos en rincones donde detenerse y largos en kilómetros, se ofrece como un estupendo acercamiento a este territorio complejo, perfecto para un fin de semana.

El valle de Fornela

La carretera que se adentra por el primero de los valles, el de Fornela, obliga a partir desde la localidad de Vega de Espinareda hasta Fabero para, desde ahí, iniciar la remontada que irá uniendo por el valle un reguero de pequeñas localidades. Bárcena de la Abadía y San Pedro de Paradela son las primeras en aparecer, mientras que por uno y otro lado de la carretera llegan ramales cuya exploración siempre depara sorpresas agradables. Como el que conduce hasta la localidad de Faro, apenas un estrecho carril en el que es imposible que dos coches se crucen simplemente porque en la mayor parte del recorrido no hay espacio para ello.

De nuevo en el valle principal, el castro de Chano (tel. 987 56 50 82), al poco de pasar esta población, es

de las paradas obligadas. Sobre las laderas del valle, a unos 200 metros de la carretera, asoman los muros circulares de 16 viviendas y tres fosos de un asentamiento habitado por astures en torno al cambio de Era. Es solo uno más de los varios localizados en este mismo valle.

El recorrido por él finaliza en Guímara, el último de los pueblos que alcanza la carretera. Durante los meses de verano, muchos senderistas se animan a realizar desde aquí el salto al valle de Ancares continuando por la pista de tierra que salva el puerto de Cienfuegos. Es el conocido como Camino de los Celtas, una larga etapa de 19 kilómetros que une esta localidad con Pereda de Ancares.

El valle de Ancares

Llegar hasta esa localidad en coche exige regresar al punto de partida, Vega de Espinareda, para encarrilarse por la LE-712 y remontar ahora las corrientes del Ancares, el río y el valle que da nombre a toda esta extensa región. Su capital núcleo principal, más bien es Candín pero Pereda de Ancares, como ya hemos dicho, merece una parada especial.

Valle arriba, Tejedo es otra localidad con buenas muestras de arquitectura tradicional. A partir de ahí la carretera afronta la subida hasta el puerto de Ancares para ofrecer desde un mirador una espléndida perspectiva de Balouta, ya al otro lado.

Entre sus calles, el pueblo aún conserva algunas pallozas en pie y un espléndido hórreo con techumbre de teito. Antes del regreso hacia el puerto, la ruta debería desviarse hacia Suárbol, singular por sus casas de aires nobiliarios y, tres kilómetros más allá, ya en territorio lucense, Piornedo de Ancares.

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